“Es la guerra de este momento”: el Papa denunció la indiferencia del mundo ante los migrantes
Desde Chipre, el país de la UE que más refugiados recibe, pidió abrir los ojos ante el horror de los campos de concentración que hay cerca de allí, en lugares de confinamiento que comparó a los de los nazis y Stalin
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ROMA.- El papa Francisco culminó este viernes su visita a Chipre –de donde mañana volará a Grecia, segunda etapa de su gira-, con un emotivo encuentro con migrantes en el que, con palabras muy fuertes, volvió a gritarle al mundo el espanto de la existencia de muros y alambrados de púas, de virtuales campos de concentración donde encierran a desesperados que huyeron de sus casa por un futuro mejor, en el que consideró el drama de la migración, “la guerra de este momento”.
“¡Es el sufrimiento de hermanos y hermanas que no podemos callar!”, clamó, saliéndose del discurso que tenía preparado y denunciando la situación de esclavitud que sufren los migrantes, pero sobre todo la reinante “cultura de la indiferencia”.
El Papa habló así luego de escuchar los durísimos testimonios de personas llegadas de Sri Lanka, Camerún e Irak, en un encuentro que tuvo lugar en la iglesia parroquial de la Santa Cruz, la única iglesia católica de rito latino de Chipre, que queda muy cerca del convento franciscano donde se alojó en esta primera etapa. Desde allí, como subrayó, el Papa pudo ver en primera persona el terrible muro que parte en dos a Chipre. El edificio, en efecto, se levanta en la llamada “tierra de nadie”, zona controlada por Naciones Unidas, a lo largo de la llamada “línea verde”, entre las líneas militares greco-chipriotas y turco-chipriotas. Un tercio de la isla de Chipre, el último lugar dividido del continente europeo, fue invadido en 1974 por Turquía.
“Veo desde aquí los alambrados de púa... Esta es una guerra de odio que divide el país”, admitió, refiriéndose al conflicto chipriota aún irresuelto. “Pero hay alambrados de púa en otras partes, que se ponen para no dejar entrar al refugiado, el que viene a pedir libertad, pan, ayuda, hermandad, alegría, que está huyendo del odio y que se encuentra delante de un odio que se llama alambre de púas”, acusó, con palabras que evidentemente le salían del corazón. “Que el Señor despierte la consciencia de todos nosotros delante de estas cosas”, urgió.
En su apasionado discurso Francisco -que mañana viajará a Grecia y que el domingo volverá a la isla de Lesbos, símbolo del drama de los migrantes, que ya visitó en 2016-, también dejó en claro su dolor ante la cada vez mayor indiferencia del mundo ante este drama. “Mirándolos a ustedes, miro a los sufrimientos del camino, muchos que han sido raptados, vendidos, abusados... Es la historia de una esclavitud universal. Lo peor es que nos estamos acostumbrando a esto. ‘Ah, sí, hoy se hundió una barcaza, muchos desaparecidos’. Pero miren que esto de acostumbrarse es una enfermedad muy grave, no hay antibiótico para esta enfermedad”, advirtió.
“Debemos luchar contra este vicio de acostumbrarse a leer sobre estas tragedias en los diarios o en otros medios. Nosotros lamentamos las historias de los campos de concentración del siglo pasado, los de los nazis, los de Stalin, lamentamos cuando vemos esto y decimos: ‘¿cómo pasó esto?”, siguió. “¡Hermanos y hermanas, está sucediendo hoy, en las costas cercanas, lugares de esclavitud, de tortura!”, acusó, revelando que incluso había visto filmaciones de esa terrible realidad.
“Esto lo digo porque es mi responsabilidad ayudar a abrir los ojos. ¡La migración forzada no es una costumbre casi turística! Y el pecado que tenemos adentro nos lleva a pensar ‘bueno, pobre gente’. Y con ese ‘pobre gente’ cancelamos todo. Es la guerra de este momento, es el sufrimiento de hermanos y hermanas que no podemos callar”, alertó. “Esta es la historia de esta civilización desarrollada, que nosotros llamamos Occidente”, fustigó, con rostro lleno de dolor.
Su jornada comenzó por la mañana con una reunión con la máxima autoridad de la Iglesia ortodoxa autocéfala local, su Beatitud Chrysostomos II y demás religiosos, en la antigua catedral ortodoxa de Nicosia. En su discurso de bienvenida, el líder religioso chipriota tuvo palabras fuertes: denunció el “feroz ataque” de Turquía de hace 47 años, la acusó de haber desarrollado “un plan de limpieza étnica”, mencionó “barbaries” y saqueos y destrucción de sitios sagrados en ese 38% de territorio ocupado. Y le pidió ayuda al Papa “para la protección y el respeto de nuestro patrimonio cultural y por la supremacía de los valores incalculables de nuestra cultura cristiana, que hoy son brutalmente violados por Turquía”.
Más tarde, tal como estaba previsto, el papa Francisco celebró misa ante la minoría católica de la isla, poco más del 4% de la población, en un estadio de Nicosia. Alentó entonces a las 10.000 personas presentes a salir de sí mismas e ir al encuentro de los demás, sin miedo, siguiendo el ejemplo de Jesús. “¡Salgamos a llevar la luz que hemos recibido, salgamos a iluminar la noche que a menudo nos rodea!”, exhortó, invitando a todos a ser “cristianos iluminados, pero sobre todo, luminosos, que toquen con ternura las cegueras de los hermanos”.
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