Es hora de madurez y realismo
Confirmado el segundo mandato de Barack Obama, a un año de la reelección de Cristina Kirchner y cuando la Argentina se dispone a ocupar un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU por los dos próximos años (2013 y 2014), es posible que estemos ante una oportunidad interesante para reordenar las relaciones con Estados Unidos.
La clave de lo que fueron los vínculos bilaterales en la última década, en general, y en los cuatro últimos años en particular, se puede sintetizar como un relativo y distante desdén recíproco. Tanto en Washington como en Buenos Aires predominan las quejas, críticas e incomprensiones mutuas.
El fenómeno tiene connotaciones históricas y estructurales. Lo fundamental es que Estados Unidos fue centralidad para un buen número de países de la región, especialmente de América del Sur, al tiempo que crecieron notablemente las opciones alternativas de inserción económica, política y militar. La Argentina se encuentra en esa doble intersección debido más a dinámicas no deliberadas que a razones voluntarias.
El modelo de relacionamiento vigente tiene algunas pocas áreas de cercanía y consenso y varias de distanciamiento y disenso. Entre las primeras están la no proliferación nuclear, las misiones humanitarias como la de Haití, el respaldo a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la cooperación en materia de inteligencia en la Triple Frontera.
Entre las segundas figuran los reclamos proteccionistas bilaterales y en la OMC, la presión norteamericana para militarizar la lucha contra las drogas y el crimen organizado, el intento de diálogo entre la Argentina e Irán por la AMIA, la actitud dispar frente al auge del neogolpismo en la región, el mantenimiento del bloqueo a Cuba, el reconocimiento del Estado de Palestina, el grado y alcance de la regulación del sistema financiero internacional y el futuro de la seguridad hemisférica.
Intereses diferenciados
Es natural que las asimetrías de poder entre los dos países generen intereses diferenciados. Pero la mayor dificultad es la incapacidad de renegociar los términos de esa asimetría. Como Estados Unidos seguirá más atento a los reordenamientos geopolíticos en Asia y el Pacífico, le cabe a la Argentina propiciar aquella renegociación.
La Argentina y Estados Unidos necesitan un nuevo modelo de vinculación. Si se mira este lazo con visión estratégica, su estado actual es disfuncional para las dos partes.
La Argentina es una nación emergente que gradualmente debería ganar en despliegue en la primera parte del siglo XXI, y, para ello, debe eludir obstáculos generados por actores poderosos. A su turno, Estados Unidos es una nación que, siendo aún el primus inter pares, requiere poderes regionales confiables para moderar la multipolaridad que se avecina.
Se trata de gestar un esquema constructivo para administrar convenientemente las armonías y desarmonías.
La Argentina podría promover, por ejemplo, la creación de una comisión binacional orientada a diseñar una agenda en la que se le diera mayor densidad y diversidad a las relaciones entre ambos países, tanto estatales como no gubernamentales. Obama podría sellar el espíritu de un nuevo trato con una visita a Buenos Aires. La Argentina, a su vez, podría hacer explícita su voluntad de recomponer sus lazos con Washington.
Existe una ventana de oportunidad estrecha, pero no despreciable para que Buenos Aires y Washington dejen de lado un desdén nada productivo y comiencen a transitar un sendero distinto. Ni las "relaciones carnales" de los 90, ni la "actitud descarnada" de 2001-02 cuando Estados Unidos dejó en caída libre a la Argentina, ni los "vínculos anticarnales" más recientes han generado un patrón estable y provechoso de relacionamiento. Es hora de madurez y realismo.
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