Erich Priebke, el criminal nazi que casi engaña otra vez
Había decidido utilizar su identidad real y elevar su perfil hasta transformarse en un inescrutable referente social
Con una media sonrisa protocolar estrecha la mano de una estudiante de quinto año que acaba de recibir su diploma en el acto del Instituto Primo Capraro. Más tarde aparece en un escenario junto al intendente de la ciudad como parte de lo que suelen denominarse "fuerzas vivas": instituciones más importantes de una ciudad. Camina por la calle principal con su sombrero alpino y un aire distante, un poco recio. Alto, rubicundo, con pequeñas máculas en la cara y de ojos pequeños, algunos lo saludan, otros no tienen ese privilegio, pero todos lo tratan como si fuera parte de una elite tradicional de esa ciudad de la precordillera argentina llamada San Carlos de Bariloche.
Llegó a erigirse como una personalidad pública y respetable de Bariloche
La historia en la Argentina del criminal nazi Erich Priebke, que falleció en Roma condenado a cadena perpetua por la masacre de 335 personas en las Fosas Ardeatinas en 1944 resulta muy distinta a la de otros prófugos que llegaron al país. Priebke no se ocultaba para nada. Al contrario: llegó a erigirse como una personalidad pública y respetable de Bariloche con responsabilidades claves en el exclusivo Club Alemán y como autoridad del Primo Capraro –donde llegó a izarse el pabellón nazi durante la Segunda Guerra Mundial tal cual muestran documentos fotográficos de la época-. Mantuvo además relaciones con altos dirigentes políticos y judiciales de la provincia de Río Negro –con predilección por el peronismo de derecha-, pero al mismo tiempo organizaba su enigmática vida dentro de un círculo de inmigrantes europeos de los que poco se sabía por entonces. Priebke vivía con su mujer y sus dos hijos en una casa de clase media del barrio Belgrano –justo frente a la plaza homónima- a cuatro cuadras del Club Andino y donde también residían muchos otros vecinos de apellidos alemanes y austríacos. En secreto, oficiaba como una especie de líder informal de esta elite social con buen pasar económico (muchos sin ocupación conocida), respetados por su pintoresca tradición alpina y que vivían como si Bariloche fuera su tierra natal. Sin que nadie lo expresara tan brutalmente, en verdad, eran considerados por la alta sociedad como la "buena inmigración" que había fundado los cimientos de una ciudad de entorno paradisíaco que prefería cambiar los Andes por los Alpes.
El barilochense Carlos Echeverría logró captar esta atmósfera en su documental Pacto de Silencio. Como ex alumno del Capraro, Echeverría decidió bucear en ese miasma oculto de lo que "se sabe y no se dice". En su obra realiza una serie de entrevistas donde se cuentan anécdotas como las fiestas privadas de la comunidad alemana donde un grupo dejaba de hablar cuando se acercaba un extraño. ¿De qué hablaban? Nadie lo sabrá.
¿Cómo había operado psicológicamente Priebke en esa sociedad?
La cuestión Priebke en Bariloche es curiosa. Como ningún otro criminal de sus características, a merced de los archivos, Priebke había decidido utilizar su identidad real y elevar su perfil hasta transformarse en un inescrutable referente social. En 1994, cuando casi por casualidad un periodista norteamericano descubrió a Priebke (lo delató otro alemán), una parte de la sociedad barilochense –un poco impulsada por intereses poco claros- salió a defender a su "buen vecino". Esta actitud, reflejada en una solicitada de un diario local, causó estupor mundial.
La pregunta se plantea casi sola: ¿Cómo es que una porción de la sociedad, por más minoritaria que fuera, podía defender a un criminal nazi en plenos años noventa? ¿Cómo había operado psicológicamente Priebke en esa sociedad para que eso ocurriera?
Interrogantes que todavía hoy forman parte del cuerpo principal de una historia muy poco transitada. Ahora, con la muerte del ex oficial de las SS –un persecutor judicial implacable de sus biógrafos hasta el último día- surge casi con urgencia la necesidad de un guión, un buen guión, para contar la verdad siniestra, oscura y megalómana de este "buen vecino" patagónico.
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