Erdogan, el presidente que recibe al Papa, un moderado que ahora quiere ser el "sultán" de Turquía
A pesar de haber promovido la democratización en sus primeros años de gobierno, hoy se muestra cada vez más autoritario
Promotor del despegue económico, de la moderación política y de la democratización de Turquía durante sus primeros años en el gobierno, Recep Tayyip Erdogan, jugador decisivo en la geopolítica de Medio Oriente, inició en los últimos meses una metamorfosis que, a golpes de autoritarismo, parece estar destinada a asegurarle el poder total por muchos años más.
"No se puede poner a mujeres y a hombres en los mismos puestos. Nuestra religión [el islam] define el lugar de la mujer: la maternidad", dijo Erdogan esta semana, en lo que fue la última de muchas polémicas del mismo tono.
Desde hoy hasta el domingo, Erdogan y sus polémicas será el anfitrión de Francisco.
Astuto y hábil político islamista, Erdogan gobierna el Estado fundado por Mustafa Kemal Ataturk desde 2003: como premier hasta agosto pasado y desde entonces como presidente, el primero elegido en comicios directos y no por los miembros del Parlamento.
"No se puede poner a mujeres y a hombres en los mismos puestos. Nuestra religión [el islam] define el lugar de la mujer: la maternidad", dijo Erdogan esta semana.
Nacido hace 60 años a orillas del mar Negro, en la ciudad de Rice, el presidente pasó su infancia en un barrio de Estambul , donde vendía pan de sésamo en la calle y se destacaba como buen futbolista en sus ratos libres. De no haber sido por la oposición de su padre, ese talento podría haberlo llevado a jugar en el popular equipo Fenerbahçe.
Alimentó su fervor islámico cuando cursaba la secundaria en un instituto coránico y luego en la reuniones con sus compañeros de la Facultad de Economía de la Universidad de Mármara, donde conoció a varios de sus socios políticos, como el ex presidente Abdullah Gül.
La revancha de Recep
Entonces inició una ascendente carrera en el Partido de Salvación Nacional y luego en el Partido Islamista del Bienestar, liderado por Necmettin Erbakan, en los que el carismático Recep controlaba las actividades de los jóvenes militantes.
En las elecciones parlamentarias de 1991, logró una banca pero inmediatamente fue prohibido por los militares, autoproclamados garantes del laicismo de la instituciones turcas, un argumento que utilizaron en varios de los cuatro golpes de Estado ejecutados en 1960, 1971, 1980 y 1997.
La revancha de Erdogan fue dulce. Sin apelar a su baza islámica, ganó en 1994 la alcaldía de Estambul, a la que gestionó con prolijidad y eficacia, solucionando problemas crónicos como la suciedad, el tráfico y la polución. Fue también el puesto desde donde expandió su figura en el orden nacional, con un altísimo grado de exposición.
La revancha de Erdogan fue dulce. Sin apelar a su baza islámica, ganó en 1994 la alcaldía de Estambul, a la que gestionó con prolijidad y eficacia
Con todos los elementos alineados para que Erdogan comenzara la disputa del poder nacional, los militares volvieron a golpear en 1997 y, un año después, en 1998, lo encarcelaron durante cuatro meses por haber leído un desafiante poema islamista: "Los minaretes serán nuestras bayonetas, las cúpulas nuestros cascos, las mezquitas serán nuestros cuarteles y los creyentes nuestros soldados", decía el texto.
El fantasma que lo acosa
Con un discurso camaleónico, siempre ambiguo, fundó luego el Partido Justicia y Desarrollo (AKP), que ganó las elecciones en 2002 con Gül ya que Erdogan estaba proscripto por ley. Rehabiltado en 2003, su mayoría parlamentaria lo designa premier, cargo que mantuvo en 2007 y 2011 con más del 50% de los votos.
El impulso de la economía, una mayor democratización de la instituciones y el abrazo a la Unión Europea, cuya membresía aún le es esquiva, tonificaron el crecimiento político del líder que lucha por sacarse de encima el fantasma de Ataturk, apoyándose en las costumbres islámicas.
A diferencia de la "primavera árabe", que derribó a experimentados dictadores en la región, la "primavera turca" de 2013 no generó brechas en la estructura de poder de Erdogan. Todo lo contrario.
Perseverante en su proyecto, atacó a las fuerzas armadas e infiltró con sus partidarios a la justicia, instituciones que bloqueaban sus planes. En un lapso de seis meses en 2010 purgó el ejército cuando detuvo a decenas de oficiales sospechados de planear el quinto golpe. En tanto, jueces y fiscales devolvieron gentilezas, en octubre pasado, al desestimar una causa de corrupción que hace dos años causó la caída de cuatro ministros.
A diferencia de la "primavera árabe" que derribó a experimentados dictadores en la región, la "primavera turca" de 2013 no generó brechas en la estructura de poder de Erdogan. Todo lo contrario.
Con más del 50% de los votos fue elegido este año presidente, un cargo neutral al que el jefe del Estado planea darle más atribuciones y poder, y con la posibilidad de mantenerse allí hasta 2023, cuando se cumpla el centenario de la república.
El apoyo occidental
Para entonces, el padishah (sultán), como lo llaman en la prensa turca y europea, en línea con sus ideales conservadores, espera haber creado la nueva Turquía y haber dejado como "cosa del pasado" a la vieja.
Ese camino lo comenzó con un gesto, simbólico y caro: abandonó el histórico palacio presidencial, utilizado por Ataturk en sus 15 años de gobierno, por otro de 1000 habitaciones y 600 millones de dólares de costo.
En el tablero global, consciente de la importancia estratégica de Turquía, Erdogan, pese a su autoritarismo y doble juego con facciones jihadistas como los terroristas de Estado Islámico, cuenta con el apoyo de la potencias occidentales que lo consideran un aliado clave y represa de frentes calientes, como Siria, Irak e Irán.
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