Entre los altos mandos, un largo y creciente listado de conductas impropias y faltas éticas
En el último año, muchos oficiales fueron investigados y expulsados de las FF.AA.
WASHINGTON.- Además de una dieta sostenida de libros sobre management y liderazgo, en las escuelas que preparan a los oficiales que aspiran a ser ascendidos a generales o almirantes, la lista de lecturas incluye el ensayo "El síndrome de Betsabé: el fracaso ético de los líderes exitosos".
El escrito relata el fracaso moral, en el Antiguo Testamento, del rey David, quien envió a un soldado a una muerte segura con el solo fin de quedarse con su mujer, Betsabé. El mensaje se ahorra las sutilezas: tengan cuidado ahí afuera y actúen bien.
A pesar de las advertencias, en el último año un número alarmantemente grande de altos oficiales han sido investigados y hasta expulsados por errores de juicio, actividades ilícitas, conductas sexuales impropias y violencia sexual.
Aunque no existe evidencia de que David H. Petraeus mantuviera un romance extramatrimonial mientras se desempeñaba como uno de los generales más brillantes de Estados Unidos, su renuncia de la semana pasada a la dirección de la CIA fue un balde de agua fría que nos recordó el tipo de comportamiento inapropiado que tiñe de sospecha a los altos mandos militares.
Y esa preocupación quedó ayer aún más al descubierto cuando se difundió que el general John Allen, comandante en jefe de las fuerzas de Estados Unidos y la OTAN en Afganistán, es ahora investigado por lo que un alto funcionario de defensa calificó como "intercambios inapropiados" con Jill Kelley, la mujer de Tampa a quien Paula Broadwell -involucrada con Petraeus- consideraba su rival en las atenciones que le prodigaba el ex director de la CIA.
Estos episodios hacen pensar, con preocupación, que la cultura de liderazgo de los estamentos militares se ha quebrado, o que al menos hace agua.
Algunos se preguntan si sus oficiales de alto rango olvidaron la lección de Betsabé: que las cúpulas militares no deben corromperse por arrogancia y que si bien existen privilegios propios del rango, ni la infalibilidad ni el abuso de autoridad son parte de ellos.
Al igual que las tropas rasas, en tiempos de guerra los comandantes están separados de sus familias por largos períodos, y en una profesión donde el fracaso se mide en bolsas de cadáveres y no en resultados contables, el peso de la responsabilidad es enorme.
Sin embargo, con sus choferes y asistentes, sus barracas privadas y sus comidas calientes garantizadas, el estilo de vida de los altos mandos en el campo de batalla representa un alivio significativo respecto de los rigores de la línea de fuego que soportan las tropas. Así que los errores tienen explicaciones distintas.
Paul V. Kane, sargento de artillería del Cuerpo de Reserva de Marines, cree que la institución militar no es la única que está en problemas.
"El país está sufriendo una crisis de liderazgo: en la política, en los negocios, en la iglesia, y también en las fuerzas militares", dijo Kane. "Tenemos muchos líderes, pero tenemos un déficit nacional de verdadero liderazgo."
Otros expertos en seguridad nacional advierten que la década de conflictos armados que carga sobre sus espaldas una fuerza enteramente constituida por voluntarios aisló a los uniformados -el 1% de la sociedad- del resto de la ciudadanía.
Esta situación de "excepción militar" no es buena para el país, ya que las fuerzas de combate pueden a pensar que no están regidas por las mismas normas que afectan a la sociedad civil, y que tal vez incluso tienen ciertos privilegios que los demás no tienen.
"Nuestros militares creen estar por encima de los estándares del resto de la sociedad norteamericana", dijo Kori N. Schake, profesor asociado de la Academia de West Point. "Tal vez eso suene bello y noble, pero también es desconcertante", agregó Schake.
En casos extremos, según algunos oficiales militares y del Pentágono, el resultado de esta "excepción militar" es que los altos mandos pueden llegar a considerar que con sus sacrificios se ganan el derecho a transgredir las normas de conducta.
Y señalan que una época de mayor escrutinio de la inconducta militar puede tener un efecto positivo: los altos mandos deberán rendir cuentas del modo en que conducen a las tropas en combate, del modo en que gastan los fondos públicos y del modo en que los líderes militares llevan el uniforme de mando.
También advierten que el problema podría empeorar antes de empezar a ser solucionado. Aunque la mayoría de las acusaciones de infracciones más notorias recayó sobre oficiales de fuerzas terrestres, la marina, que no ha sido una parte fundamental de las guerras de la última década, también está mostrando signos de debilidad.
Un estudio realizado por el Navy Times reveló que en lo que va del año ya fueron despedidos 20 oficiales de alto rango por mala conducta o comportamiento inapropiado.
Traducción de Jaime Arrambide