Entre balas, huesos y cólera: las mujeres que salvan vidas en los lugares más violentos del mundo
El lunes de Nadia Rudneck empezó a las 6:30 con un doble café negro y terminó a las 18:30 con los guantes de látex bañados en sangre. Sacó cinco balas de cinco cuerpos. La nada, lo de siempre.
"Las balas pegan más en las piernas, pero también en el abdomen o en la cara", dice Nadia, 33 años, brasileña, la única médica cirujana mujer en el Hospital Militar de Yuba, Sudán del Sur.
La Cruz Roja Internacional (CICR) la envió ahí el 11 de julio y allí se quedará por dos meses para salvar a la mayor cantidad de personas baleadas en el conflicto entre civiles más mortífero de la última década.
"Cuando termino mi café voy derecho al hospital. Miro y reviso a todos los enfermos: a los que ya operé, pero también a los que están en lista de espera. El resto del día me lo paso en el quirófano", cuenta.
Uno de cada tres sudaneses (casi cuatro millones de personas) fue desalojado por la fuerza de su casa. Muchos murieron en la resistencia, otros tantos todavía se mueren por enfermedades curables.
Curables si no fuera porque la mitad de los hospitales de Sudán del Sur no tienen ni siquiera gasas.
"La gente muere de diarrea o por un resfrío. Muchos de nuestro pacientes vinieron caminando, pasaron días caminando. Y aquel que tenía una herida chiquita en el pie, termina sufriendo una amputación", dice.
En 2018, el CICR atendió en sus hospitales a 121 menores de quince años y a 125 mujeres con heridas de arma. Ellos ocuparon el 30% de las camillas en los hospitales de Sudán del Sur.
"Los pacientes me dicen qué bueno y qué raro es que los atienda una cirujana. También siento que las mujeres están más cómodas de hablar conmigo sobre sus problemas. Por lo general, una cirujana tiene que probarse por ser mujer. La presión es mayor. Pero eso es algo que no vivo en este hospital. Todas las personas son muy amables y respetuosas".
Nadia sale del hospital a las 17, salvo cuando existe una emergencia. Como esta tarde, que a último momento entró un hombre al que tuvo que operar. Hoy todas las cirugías que practicó fueron en las piernas. Dice que quizá tenga que volver a abrirlos.
Esta noche tiene pensado salir a cenar con un grupo de colegas a un restaurante, o en la misma residencia. Todavía no lo saben.
"No nos queda mucho tiempo porque a las 21 hay un toque de queda. Pero es necesario tener un momento de distracción. Cuando termina el día, con todo lo que vi, conciliar el sueño puede tomar un tiempo", dice.
Georgia
Enfrente de un edificio moderno y vidriado hay un palacio antiguo y precioso, con paredes agujereadas por las metralletas y árboles de copas verdes que salen por las ventanas y las puertas.
"Fue lo primero que me llamó la atención cuando llegué a Sukhumi", cuenta Valeska Martínez, antropóloga, chilena, 30 años.
Esos edificios son un rastro de lo que pasó hace 30 años en esa ciudad costanera del Mar Negro. Sukhumi es la capital de la República separatista de Abjasia desde la guerra de 1992 y 1993, aunque la mayoría de la comunidad internacional la considera parte de Georgia.
En aquella guerra fueron acribillados 20.000 georgianos y 3000 abjasios. Más de 250.000 personas se desplazaron o se convirtieron en refugiados y cerca de 3000 desaparecieron.
"La misión de el CICR es encontrar a esas personas, de las que no se supo más nada", explica.
Valeska estudió en la Universidad de Concepción y empezó la carrera en Perú. Estuvo en Somalía, Mauritania, El Salvador, Ecuador y Brasil. Ahora está acompañada de otras mujeres y coordina las tareas forenses de identificación de cadáveres NN.
"Costó y cuesta. Este es un país postsoviético muy cerrado. Es una cultura muy nuclear y es muy difícil establecer confianza con alguien como yo: mujer, extranjera, que luzco distinto a ellos".
Lleva un año ahí. En los primeros seis meses se ocupó de la búsqueda de información. Esto es: encontrar a familiares de desaparecidos y entrarles de a poco, sin asustarlos. Todavía están sensibles.
"En las calles del centro de esta ciudad se libró la batalla entre ejércitos y civiles. Hay muchas esposas que perdieron maridos, madres que perdieron hijos. Mi estrategia es simple: no voy a interrogarlas. Les pregunto cómo se recuerdan en aquellos años, a qué se dedicaban, dónde estaban cuando estalló el conflicto. Les aclaro que mi única misión es encontrar a la persona que buscan. Nada más".
En agosto arrancó la temporada de excavaciones, que dura alrededor de tres meses. El equipo que va al terreno tiene 14 personas y muchos de ellos siguen los consejos de un equipo de antropólogos forenses de la Argentina, que trabajaron en la identificación de muertos durante la última dictadura.
"En este momento estamos buscando en sitios de entierro masivo, donde están los cuerpos de los soldados, y en sitios de entierro inmediato, que no son otra cosa que jardines de las casas del centro. Por lo que pudimos establecer, allí muchos vecinos enterraron a otros vecinos que murieron por balas perdidas", cuenta Valeska.
Luego vendrán los cotejos en el laboratorio para empezar con las reasignaciones de identidad. Entre 2013 y 2015 recuperaron 162 conjuntos de restos humanos: 46 en Georgia y 116 en Abjasia. De esos 162 restos, hasta el momento se identificaron 81.
"Ser mujer siempre crea una ilusión de que quizá no estoy a la altura. Mucho más en una sociedad conservadora y paternalista. Entonces las primeras charlas son cortas. Después ya quieren saber más sobre mí. Muchos me preguntan qué hago acá si soy de tan al sur. Al final me agradecen por venir".
Yemen
En Yemen todas las madres están obligadas a elegir entre salvar a sus hijos enfermos o alimentar a sus hijos sanos. En Yemen todo no se puede. Avril Patterson -enfermera, irlandesa, 51 años- está ahí y lidera el programa de salud del CICR. Yemen todavía le impresiona. Y estuvo cuatro años en Siria, Kenia, Liberia y Afganistán.
"Esta es una nación que lucha contra la epidemia de cólera en medio de una guerra cruda que comenzó hace cuatro años. La mitad de las personas no tiene un médico y el 70% no bebe agua potable", dice.
El conflicto afecta a 24 millones, y las mujeres son las más golpeadas. La ONU calcula que tres millones en edad fértil necesitan asistencia médica y más de un millón de embarazadas están desnutridas.
"Para entender el drama que atraviesan las familias hay que sentarse y hablar con las mujeres, sin prejuicios. Aquí hay respeto por las mujeres. A veces pensamos que están escondidas en la esquina, pero tienen voz. Lo que no tiene sentido es hablar con ellas sobre la igualdad. A ellas les preocupa que su hijo muera de hambre".
Avril cuenta que las yemeníes prefieren dar a luz en casa y no correr el riesgo de viajar hasta un hospital. "Eso no es un problema si el parto no viene con complicaciones. Pero resulta que la mitad son niñas de 15 años. El embarazo tiene un alto costo si se trata de una joven. Por eso yo siempre digo que las mujeres de estas tierras son más fuertes de lo que la gente imagina".
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