En una Glasgow gris, la promesa de no resignarse
La amargura se apoderó de la mayor ciudad de Escocia, donde el separatismo sí arrasó
GLASGOW (De un enviado especial).- Algunos agitaban banderas azules con la cruz blanca como si el triunfo aún resultara posible. Otros dormían acurrucados en los bancos de madera, bajo la llovizna. El suelo estaba todo pegoteado de papelitos con la palabra sí. Había botellas vacías desparramadas aquí y allá.
La luz del día convirtió a George Square, el corazón de las manifestaciones por la independencia de Escocia, en una galería de la desilusión. "No nos rendiremos nunca", se podía leer en el piso de cemento, escrito en tiza rosa, al pie de la enorme estatua de sir William Scott.
En ningún lugar fue tan palpable la amargura por el fracaso de la campaña separatista. El sí ganó en Glasgow con el 53% de los votos, pero el impulso de la mayor ciudad del país no sirvió de nada para volcar el destino del referéndum. "No puedo describir la frustración que siento. Realmente creí que lo íbamos a conseguir", dijo Ciaran Rankine, un muchacho de 23 años que al mediodía seguía sentado en un rincón de la plaza. Había pasado la noche entera ahí. Primero de fiesta, después de duelo.
Los que se resistían a irse eran casi todos menores de 30, la franja de edad más entusiasta con la independencia. "Fueron los viejos contra los jóvenes. Hoy nos ganaron, pero al final de la carrera va a llegar nuestro momento", se consoló Tina Rodgers, estudiante de ciencias sociales.
Iba con tizas pintando el suelo. Cosas como: "Hay demasiadas ovejas en Escocia". O: "Bienvenido a la República Independiente de Glasgow".
En la cercana calle Buchanan, principal vía comercial de Glasgow, se había esfumado la energía que desbordaba dos días antes. Se veía todavía a muchísima gente con pins del sí en la solapa, pero no quedaba ni rastro de los carteles, afiches y puestos que se desplegaban a cada paso en el último suspiro de la campaña.
De tanto en tanto, alguna escena de festejo rompía el aire tristón. "Estoy feliz porque conseguimos frenarlos. Me siento orgullosa como escocesa de haber logrado mantener el Reino Unido. ¿En qué clase de país íbamos a vivir?", dijo Rose McGill, de 21 años, que salió a pasear por el centro de la ciudad con una bandera británica. "¡Levantá bien alto eso, niña!", le gritó un señor sesentón de traje gris. Después se sacaron una foto juntos.
La amargura se repetía en los barrios industriales de la ribera del Clyde. El sí obtuvo una amplia victoria en esos tradicionales bastiones de la izquierda, que atesoran el recuerdo de las luchas sindicales contra las privatizaciones de Margaret Thatcher.
El espectáculo de la frustración
Sin embargo, la campaña separatista fracasó en su intento de aumentar de manera significativa el porcentaje de asistencia a votar entre los pobladores de las áreas más afectadas por el desempleo y la pobreza.
Para muchos analistas fue vital el empujón final del laborismo para convencer a la gran mayoría de sus habituales votantes de que no les convenía lanzarse a la aventura de la secesión.
"Voté que no. No estoy conforme con el modo en que nos trata Londres, pero quiero creer que van a cumplir la palabra de darle más poderes al Parlamento de Escocia y que nos dejarán resolver acá nuestros problemas", comentó Blair Dinwood, empleado de un supermercado a un costado de George Square.
El espectáculo de la frustración continuó hasta entrada la tarde en algunos puntos de la plaza. Mientras en la calle Buchanan volvían las aglomeraciones, pero por otros motivos: el Apple Store sacó ayer a la venta el iPhone 6 y las colas para comprarlo daban la vuelta a la manzana. Una señal de que la vida continúa en la melancólica Glasgow.
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