Ballotage en Francia: por qué tres presidentes europeos intervinieron a favor de Emmanuel Macron
Mientras el continente está en ebullición por la invasión de Rusia a Ucrania, el presidente, que acaba de ganar, contó con el aval de varios líderes
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PARÍS.– Hecho excepcional, probablemente sin precedente, tres jefes de gobierno europeos decidieron intervenir en la campaña electoral francesa en vísperas de la segunda vuelta, que este domingo decidió la continuidad del presidente Emmanuel Macron tras vencer a la líder ultranacionalista Marine Le Pen.
En nombre de Europa, el español Pedro Sánchez, el portugués Antonio Costa y el alemán Olaf Scholz pidieron a los franceses no votar por la extrema derecha. Esa decisión inédita demuestra hasta qué punto los comicios franceses de este domingo alarman a los otros 26 miembros de la Unión Europea (UE).
Los tres dirigentes socialdemócratas tomaron la decisión de violar la tradición que exige mantenerse estrictamente neutral cuando cualquiera de ellos enfrenta una cita electoral: todos saben que estarán obligados a negociar con el ganador, cualquiera sea. En general, hacen todos los esfuerzos para mostrar una Europa ajena a los combates políticos, que no pueda ser acusada de injerencia.
Pero Francia no es cualquier país. Miembro fundador de la UE, es uno de sus pilares. Y la posibilidad de ver a la candidata de Reunión Nacional (RU), abiertamente eurófoba, entrar al Palacio del Elíseo inquieta a la mayoría del bloque, desde Berlín hasta La Haya, pasando por Roma, Madrid o Copenhague.
“No me sentiré tranquilo hasta que no vea los resultados”, confiesa un diplomático alemán que, como muchos de sus colegas, quiso conservar el anonimato en estas circunstancias. “Una victoria de Le Pen sería peor que el Brexit y peor que Donald Trump”, asegura.
Por esa razón los europeos hicieron todo lo posible para no poner a Macron en dificultades durante la campaña, sobre todo en el espinoso caso del embargo sobre el petróleo ruso, medida de la cual el actual presidente pro tempore del bloque es un ferviente defensor. Todos saben que cuando los 27 decidan dejar de comprar carburantes a Moscú, esperando poner en mayor dificultad financiera a Vladimir Putin, los precios de la energía se dispararán a las nubes. Hasta ayer, esto hubiese dado nuevos argumentos a Le Pen, que se pretende la candidata del poder adquisitivo y se opone al cese de las importaciones de gas y petróleo rusos.
Publicando su tribuna, Sánchez, Costa y Scholz consideraron que “los enemigos de la UE no solo están en Moscú, sino también en París, en las elecciones francesas”. Ese fue también el argumento del presidente saliente durante la campaña.
“La elección presidencial también es un referéndum sobre Europa”, advirtió en Estrasburgo, el 12 de abril.
A su juicio, el momento es aún más grave ya que la guerra ha regresado al corazón del continente con la invasión de Ucrania, y todo parece indicar que durará, a riesgo de desestabilizar por largo tiempo la seguridad del bloque europeo.
Sin embargo –y al igual que Le Pen–, Macron se mantuvo bastante silencioso sobre los temas europeos. Un notable contraste con la campaña de 2017, cuando llevaba la UE como estandarte, con la esperanza de reactivar un gran proyecto continental, y cuando la candidata de extrema derecha –todavía presidenta del Frente Nacional– había hecho de la salida del euro una de las principales reivindicaciones de su programa.
Por entonces, Europa seguía traumatizada por las tres crisis existenciales que acababa de atravesar: la del euro, en 2010-2012; la de la inmigración, en 2015, y la del Brexit, en 2016.
Cinco años después, el paisaje cambió en forma radical. Los mercados confían en la moneda única, la UE recibe a millones de ucranianos exiliados sin disputas, y la partida de los británicos, a comienzos de 2021, permitió al bloque avanzar a pasos de gigante en algunos terrenos donde jamás hubiera podido hacerlo si Londres continuara sentado en la mesa del Consejo Europeo.
Macron podría haber reivindicado públicamente ese profundo cambio al cual contribuyó sin ninguna duda. Sin su entusiasmo y su empeño, el plan de reactivación europeo de 750.000 millones de euros financiado por una deuda común –por primera vez en la historia de la UE– no hubiese existido.
“Soberanía europea”
“En el debate de ideas, Macron instaló el discurso de la soberanía europea, de la autonomía estratégica”, dice Jean-Dominique Giuliani, presidente de la Fundación Robert-Schumann. “También supo encarnar una forma de orgullo europeo que parecía en vías de extinción”.
Sin embargo, hasta el 10 de abril, Macron no había dicho demasiado. Y en su programa, que los electores recibieron antes de la primera vuelta, no figuraba una sola línea sobre la construcción europea.
“Mantuvo cierta ambigüedad, cuando hacía mucho tiempo que un presidente francés no se había jugado tanto por Europa como él”, analiza el politólogo Dominique Reynié. Seguramente debía saber que, de todos modos, su compromiso europeo no necesita pruebas. “Su identidad política como líder europeo es incontestable”, agrega.
Las encuestas indicaban también que los franceses, cansados de verlo activarse en la escena internacional frente a Rusia, querían escuchar lo que pensaba hacer en la esfera doméstica, donde la principal preocupación es el poder adquisitivo, la reforma de la jubilación y el costo de vida, un espacio ocupado hacía meses por Le Pen.
La gran discreción de Le Pen en materia europea es, por el contrario, de otra naturaleza. La candidata de extrema derecha se sabe frágil en ese terreno, y así lo experimentó en el debate frente a Macron en 2017, cuando fue incapaz de explicar cómo organizaría la salida del euro.
La candidata comprendió hace tiempo que los franceses quieren seguir perteneciendo a Europa, están apegados al euro, y que la opinión pública es más escéptica que eurófoba. Por eso, sin abandonar sus proyectos en favor de “otra Europa”, decidió suavizar la forma de presentarlos. Pero su programa europeo está en las antípodas del de Macron: Le Pen pretende crear “una alianza europea de naciones, cuya vocación será la de sustituirse progresivamente a la UE”, objetivo que para Bruselas se trata simplemente de un “Frexit” disfrazado.
“Aun cuando Le Pen repita que no es lo que busca, esa es realmente su agenda oculta: un Frexit que no dice su nombre”, clama el secretario de Estado francés para Asuntos Europeos, Clément Beaune. De hecho, entre sus 24 principales medidas de gobierno, solo una concierne la construcción comunitaria, la que preconiza la salida de Francia del mercado común de la electricidad.
Si fuera elegida, Le Pen comenzaría por un símbolo: retirar la bandera europea de todos los edificios oficiales de Francia. Enseguida, pretende reducir, en forma unilateral, la contribución francesa al presupuesto de la UE, organizar un referéndum que –explica– inscribiría “la superioridad del derecho constitucional sobre el derecho europeo” y le permitiría instalar el país en una suerte de “Europa à la carte”, donde podría elegir las decisiones que le gusten y rechazar las otras. En cuanto a la promesa de una “preferencia nacional” para el empleo, las ayudas sociales y los alojamientos sociales… todas esas medidas son incompatibles con los tratados europeos. Así como lo es el restablecimiento de las fronteras nacionales, que Le Pen defiende y que se aparenta al golpe de gracia del espacio Schengen de libre circulación. Y, a corto plazo, al colapso de la construcción europea.
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