En un momento bisagra de su historia, Israel se entregó a Bibi
Jerusalén.- La casi segura reelección de Benjamin Netanyahu como primer ministro de Israel certifica la visión profundamente conservadora que tienen el Estado y su pueblo sobre el punto en el que se encuentran y el lugar al que se dirigen. La mayoría valora la estabilidad, así como la seguridad militar y económica que Netanyahu ha conseguido.
Aunque en muchos sentidos nunca han estado más seguros que ahora, los israelíes siguen con miedo, especialmente de Irán y su influencia sobre sus vecinos, contra lo que Netanyahu ha batallado incansablemente. Los israelíes están convencidos de que Netanyahu tiene razón al describir como "enemigos del Estado" a quienes lo desafían, ya sea la izquierda o los ciudadanos árabes de Israel. Y consideran que las semejanzas de Netanyahu con los líderes autoritarios que cunden alrededor del mundo es la mejor evidencia de que su primer ministro tomó la delantera de esa tendencia.
Le dan crédito a Netanyahu, cuya visión estratégica valora el poderío y la fortaleza por encima de todo, por haber conducido a Israel a una preeminencia diplomática nunca antes vista, y creen que todavía es posible escalar más alto. Y detestarían la idea de entregarles los controles de mando a alguien menos experimentado.
"Hay que ser honestos con nosotros mismos", dice Michael Oren, exembajador de Israel en Washington. "Nuestra economía está en excelente estado, nuestras relaciones diplomáticas nunca estuvieron mejor, y tenemos seguridad. Tenemos a un tipo que está en la política desde hace 40 años: lo conocemos, el mundo lo conoce, hasta nuestros enemigos lo conocen", agrega.
Más allá del camino que decida tomar, a Netanyahu se le ha otorgado la posibilidad de liderar a Israel a través de un momento bisagra muy grave de su historia, como Estado judío y a la vez democrático, siempre y cuando sus problemas con la Justicia no lo tumben del poder.
A lo largo de la campaña, Netanyahu demostró una vez más que su talento, su energía y su determinación de hacer lo que sea necesario para ganar no tienen parangón en la política israelí.
Pero hay serias cuestiones que durante la campaña fueron básicamente dejadas de lado y que muy pronto se volverán acuciantes. Y Netanyahu no podrá ignorarlos durante mucho tiempo.
La paz con los palestinos parece tan lejana como siempre a pesar del posible comodín de una propuesta largamente esperada de parte del gobierno de Donald Trump. Los aliados de derecha de Netanyahu, a quienes en función de su nueva coalición deberá escuchar todavía más que antes, se salen de la vaina por avanzar en la anexión de los territorios ocupados en Cisjordania.
Desesperado por congraciarse con su base de apoyo electoral que está a favor de los asentamientos, tres días antes de las elecciones Netanyahu dijo públicamente que empezaría a aplicar la soberanía de Israel sobre los sectores de Cisjordania que los palestinos reclaman para su futuro Estado. Los opositores creen que la medida desataría una nueva intifada o terminaría consumando el régimen de apartheid sobre el que advierte desde hace tiempo la izquierda israelí. O ambas cosas a la vez.
Incluso sin el agregado de la cuestión de Cisjordania, el gobierno de ultraortodoxos y partidarios de los asentamientos que lidera Netanyahu, así como su efusiva adhesión a Trump, ha provocado el rápido distanciamiento de los judíos norteamericanos, que son predominantemente progresistas y que además constituyen la mayor comunidad de judíos en la diáspora y el verdadero pilar del financiamiento del programa de seguridad de Israel.
Si bien los conservadores vienen trabajando para aprobar leyes que coarten el poder de la Corte israelí, el máximo tribunal está sentando las bases para asegurar la revisión judicial de un núcleo de leyes básicas que el Parlamento considera como los cimientos de una eventual Constitución, de la que Israel todavía carece.
"Es como si la Suprema Corte de Estados Unidos juzgara la constitucionalidad o no de una parte de la propia Constitución", dice Gadi Taub, historiador y docente de la Universidad Hebrea, que se opone a los asentamientos y la anexión, pero apoya el freno a la autoridad judicial.
Netanyahu no ha hecho nada para frenar el avance del máximo tribunal, pero ha fustigado al sistema judicial en su conjunto, por su histórica política de investigar la corrupción que lo ha dejado en el umbral de un juicio político por sobornos y fraude.
La previa de ese juicio político también pondrá en jaque al sistema democrático de Israel: casi con certeza, Netanyahu intentará arrancarles a sus socios de la coalición la aprobación de una ley retroactiva que le garantice inmunidad.
Los israelíes ya están acostumbrados a las optimistas cifras que tira Netanyahu sobre la situación del país: 10 años de crecimiento económico ininterrumpido, la mejor calificación crediticia de la historia del país, y hasta aperturas diplomáticas y nuevos socios comerciales en África, Asia y América Latina. Durante la campaña, los israelíes también tuvieron que acostumbrarse a las imágenes que mostraban a Trump reconociendo a Jerusalén como capital de Israel y la soberanía israelí sobre los Altos del Golán, dos muy ansiados objetivos nacionales.
Los opositores señalan la creciente desigualdad de ingresos entre los que prosperan con la industria tecnológica israelí, y las clases medias o quienes no viven en las grandes ciudades. La escasez de vivienda, la superpoblación hospitalaria, los congestionamientos en las autopistas y el aplastante costo de vida están haciendo que muchos jóvenes deban quedarse a vivir en casa de sus padres y otros se vean obligados a emigrar, toda munición gruesa que los opositores de izquierda y centro se ocuparon de descargar contra Netanyahu.
"Ha generado ganancias a corto plazo que tienen un alto precio a largo plazo -dice Ari Shavit, periodista de Jerusalén que sigue la carrera de Netanyahu desde sus inicios-. Netanyahu hipotecó Israel, y lo vamos a pagar muy caro".
Para Shavit, lo mismo puede decirse de la incapacidad de Netanyahu para usar la actual situación de fortaleza y comodidad estratégica de Israel -"este momento dorado"- para enfrentar y resolver el mayor problema existencial del país: la cuestión palestina. También lo culpa de explotar la generosidad de Trump al precio de "poner en peligro las relaciones de Israel con los demócratas norteamericanos, con los jóvenes norteamericanos y con el próximo gobierno que ocupe la Casa Blanca".
Taub dice que los más probable es que Netanyahu siga con la misma estrategia que aplica desde hace una década: por un lado, expandir a paso lento los asentamientos, algo que le critica la derecha, y por el otro, sabotear las negociaciones de paz, blanco de críticas de la izquierda.
Traducción de Jaime Arrambide
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