El coronavirus cercó al mundo esta semana. La primera cuarentena total en la historia argentina, números escalofriantes en Italia; más de 200.000 contagiados en el mundo; España, al límite; la peor semana de los mercados en más de 30 años. La lista quita el aliento.
Sin embargo, detrás de ella hay algunas señales, algunos rincones de esperanza, que nos dan aliento y nos muestran que, aunque el futuro inmediato se presente crítico y exija nuestro sacrificio, las cuarentenas, la ciencia y la política puede ponerse de acuerdo para sacar al mundo de su momento más frágil en mucho tiempo.
Las cuarentenas funcionan
Más de 50 días tardó Wuhan en empezar a deshacerse del bloqueo total de la ciudad. El régimen comandado por Xi Jinping impuso la cuarentena cuando el coronavirus ya arrasaba con los hospitales de la ciudad, el 23 de enero, y comenzó a levantarla muy gradualmente el 14 de marzo.
Fueron casi dos meses de un confinamiento absoluto y militarizado; hasta el más trivial movimiento era vigilado y penado; incluso salir y entrar de las viviendas se tornó una odisea. Mientras Wuhan era un desierto, los hospitales se erigieron como escenarios de una lucha sin cuartel contra el nuevo coronavirus; los muertos y los contagiados siguieron aumentando exponencialmente pese a que las restricciones llevaban semanas en pie. Tan desesperante y frustrante fue por momentos ese combate que la victoria parecía imposible. El pico recién llegó un mes después de comenzada la cuarentena. A medida que la curva descendía y luego se achataba, el régimen empezó a levantar el bloqueo sobre otras provincias y gradualmente lo hizo sobre Hubei, región que alberga a Wuhan.
El triunfo ya parece una realidad, algo débil, pero realidad al fin. Hoy es el segundo día consecutivo en el que China no registra casos de circulación local; de todas maneras, sí confirmó una treintena de contagios importados.
Hasta enero pasado la idea de una cuarentena de varios millones resultaba entre risible y alocada, propia del cine catástrofe. El resto del mundo miró con distancia y asombro a China; nunca pensó que solo tres meses después los principales países de Europa, los estados más importantes de Estados Unidos y la Argentina seguirán, casi rogándolo, el ejemplo chino.
El confinamiento le permitió a China pasar de miles de casos de infectados por día a cero hoy. Cautelosos, algunos especialistas cuestionan esa cifra oficial y argumentan que algunos contagios leves o pacientes asintomáticos se pueden registrar en Wuhan por lo que el brote no concluyó. Concuerdan, sin embargo, en que el país logró revertir definitivamente el curso arrasador que llevaba la pandemia del coronavirus.
Eso es precisamente lo que Italia, desesperanzada por el creciente número de muertos y contagios, ansía hoy. Pero China tiene una advertencia: para funcionar, la cuarentena debe ser más que rigurosa, tiene que ser total.
Funcionarios de la Cruz Roja China llegados a Lombardía para colaborar en el combate contra el virus se sorprendieron por tres elementos que, a su parecer, ponen en riesgo la cuarentena: el transporte público continúa funcionando; la gente sale a la calle y además lo hace sin barbijo, y varios sectores económicos están activos. Eso –dijeron, en un mensaje que resuena en la Argentina- debe ser cortado ya para que la cuarentena funcione. El desafío de Occidente es respetar esas cuarentenas sin apelar al autoritarismo chino.
A pesar de las críticas chinas, la cuarentena italiana sí tiene su dosis de éxito. Ensañada con el norte, la pandemia no logró extenderse con la misma fuerza al sur precisamente gracias a las restricciones generalizadas hace dos semanas.
Los antivirales entran en acción
Mientras no haya un tratamiento o una cura farmacológica, las estrategias de mitigación o supresión, como el distanciamiento social, el aislamiento y el confinamiento total de una población, como sucedió en Wuhan y como hoy ocurre en la Argentina, son importantes.
La vacuna para prevenir el nuevo coronavirus es todavía una ilusión que podría tardar más de un año en hacerse realidad. Ansiosa por dar con algo que limite el avance de la infección, la ciencia estudia dos drogas que ya conoce y que le sirvieron en otras epidemias, el remdisivir y la hidroxicloroquina, y que algunos especialistas creen que pueden colaborar en combatir esta pandemia.
El remdisivir, un antiviral que actúa sobre las enzimas que ayudan a replicar el virus, fue desarrollado para combatir el SARS pero no fue muy testeada en pacientes porque la epidemia desapareció rápidamente. Ese medicamento experimental fue administrado sin protocolos a algunos pacientes con coronavirus y, tras un cierto éxito, ahora pasó a una fase de ensayo clínico para evaluar su verdadero alcance. Un virólogo argentino que vive en el exterior le dijo a LA NACION que "le tiene fe" al remdisivir porque es más específico que otros antivirales pero que aún se desconocen sus efectos secundarios. Los primeros resultados de sus ensayos clínicos estarán el mes próximo.
De mayor producción, más testeada y también más barata es la hidroxicloroquina, otro antiviral, usado contra la malaria. Un grupo de científicos franceses anunció el martes pasado que un ensayo con 24 pacientes había arrojado resultados esperanzadores: solo el 25% de los pacientes a los que se les administró la droga seguía enfermo a los seis días de comenzado el ensayo mientras que el 90% de los que habían recibido placebos estaba aún infectado.
Mientras siguen las pruebas los especialistas lanzan algunas advertencias que ponen un poco de perspectiva al prematuro optimismo que el presidente Donald Trump mostró el miércoles por la hidroxicloroquina: ambas tal vez podrían ser usadas para reducir la severidad de la infección en sus primeras etapas, pero no funcionarían sobre pacientes muy comprometidos.
La ciencia mide con rapidez
Los investigadores no solo trabajan con intensidad para encontrar un tratamiento contra el virus si no también para descifrar su comportamiento, la forma en que se reproduce, la velocidad en la que se mueve a través de países, es decir, la dinámica de la infección. Esa información es básica para tomar decisiones de políticas públicas acertadas, asignar recursos y prever impactos ante una situación tan incierta y urgente como la de la pandemia.
Con modelos matemáticos más afinados y simulaciones altamente precisas, los investigadores unen muchas disciplinas para tratar de anticipar con certeza la conducta del covid-19 y conocer su verdadero alcance, aun sin testear a posibles casos.
Eso sucedió esta semana con un estudio del Imperial College de Londres, comandado por un profesor de matemática biológica, que, en base a lo que sucedió en China, buscó determinar los escenarios posibles del brote en el Reino Unido y en Estados Unidos.
El mejor de esos escenarios arrojaba muchos contagios, pero bastante menos que la peor de las proyecciones.
El estudio sirvió para reorientar la cuestionada política del gobierno de Boris Johnson contra el coronavirus, inclinada por la estrategia de "inmunización de rebaño", que divide a los epidemiólogos.
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