¿En qué se parecen el papa Francisco y Juan Pablo II?
Puede ofrecer un liderazgo espiritual que el mundo necesita y reclama, parecido al que aportó Karol Wojtyla
Para intentar algún paralelismo entre el papa Juan Pablo II y nuestro papa Francisco, habría mucho para decir porque Jorge Bergoglio expresaba una sentida admiración por Juan Pablo II. Pero destacaría cinco semejanzas que me parecen muy nítidas:
En primer lugar, recuerdo la convicción de Juan Pablo II de que tenía que salir de la comodidad del Vaticano y acercarse a la gente, peregrinando incansablemente por todo el mundo. Iba también allí donde muchos no querían viajar, para no contraer enfermedades, para no ser mal vistos o para no exponerse a atentados. Los argentinos recibimos su visita en pleno conflicto con Inglaterra. Frecuentemente rompía el protocolo, besaba a los enfermos, llegaba a los márgenes.
Recuerdo la convicción de Juan Pablo II de que tenía que salir de la comodidad del Vaticano
Bergoglio, como obispo, tuvo siempre la misma convicción de que la Iglesia no debe ser autoreferencial, y las mismas actitudes de hermano cercano y accesible. A los curas les insistía en la necesidad de ir a las periferias. Nunca marcó distancias, iba en colectivo a visitar barrios olvidados, reflejando así las actitudes de Jesús, que caminaba sin cesar por los polvorientos caminos de su tierra, hasta los confines más lejanos.
Otra semejanza es el fervor, el entusiasmo, las ganas de evangelizar, de ofrecer la luz de Jesucristo al mundo, de cambiar las cosas. Los dos han mostrado con sus vidas que hay que darlo todo, hasta el fin, hasta el límite de la resistencia física. Bergoglio siempre se dejó absorber de tal manera que a algunos nos ha parecido casi milagroso que pudiera atender tantas personas, responder tantas cartas, devolver tantos llamados todos los días. Algunas veces ha reprochado a los curas cierta falta de fuego y de entrega generosa, y siempre los ha alentado a ser más entregados, a poner más ganas, más pilas, más empuje, más dinamismo, a darlo todo sin reservas.
Nadie puede presentar contra ellos alguna acusación de avidez por el dinero o los bienes
En tercer lugar, destacaría la permanente disposición al diálogo ecuménico e interreligioso y a profundizar las relaciones con el judaísmo. Ambos lo han hecho con generosidad, dedicación constante, cariño, pero al mismo tiempo sin desdibujar la propia identidad, sin restar ni una pizca de valor y de belleza a la opción por ser católicos hasta los tuétanos. "Máxima identidad con máximo diálogo" decía Juan Pablo II.
Remarcaría también un fuerte acento en la dignidad humana, que a ambos les viene del Evangelio, pero también del Concilio Vaticano II. Juan Pablo II dijo que el ser humano es el camino de la Iglesia, y su defensa de la dignidad humana fue inclaudicable, ante la guerra, las injusticias y cualquier mal que afecte a las personas. Bergoglio lo ha expresado constantemente, no sólo en sus homilías sino en sus miles de gestos de amor a los pobres, a los enfermos, a los ancianos, a aquellos que muchas veces definía como los "descartables" del mundo actual.
A algunos nos ha parecido casi milagroso que pudiera atender tantas personas, responder tantas cartas, devolver tantos llamados todos los días
Finalmente, nadie puede presentar contra ellos alguna acusación de avidez por el dinero o los bienes, ni de gusto por la vida regalada. Juan Pablo II era austero al máximo, aun dentro de la asombrosa riqueza artística del Vaticano. Bergoglio no eligió el nombre de Francisco porque sí, sino porque toda su vida imitó la existencia despojada del pobre de Asís.
Por todas estas razones creo que el papa Francisco puede ofrecer un liderazgo espiritual que el mundo necesita y reclama, y que se parecerá al que aportó Juan Pablo II.
Si me piden marcar alguna diferencia, o algún aporte distintivo que pueda traer el papa Francisco, podría decir que está en el lenguaje. Allí se parece más a Juan Pablo I, quien en su corto papado ofreció unas catequesis sencillas que cualquiera podía comprender. El nuevo Pontífice ama un lenguaje llano, que diga mucho en pocas palabras, que evite abstracciones incomprensibles para el hombre de la calle. Puede sorprender gratamente al mundo con sus ingeniosas ocurrencias y con sus exhortaciones sin vueltas. Posiblemente por eso, cuando hace unos días Bergoglio pidió la palabra ante el Colegio de Cardenales, terminó de cautivar a muchos indecisos.
El autor es rector de la UCA
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