En qué nos equivocamos respecto de Israel y Gaza: los tres mitos que fogonean la crisis en Medio Oriente
La tragedia de la región es el choque entre dos razones, y en el conflicto subyacen algunas aspiraciones legítimas que deberían ser atendidas
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NUEVA YORK.- Mientras la matanza bilateral en Medio Oriente sigue liberando su veneno y alimenta el odio en el resto del mundo, me permito esbozar los tres mitos que para mí están fogoneando ese debate.
El primer mito es que en el conflicto en Medio Oriente hay un lado que tiene razón y otro que no, más allá de coincidir con cuál es cuál.
Nada es tan nítido en la vida. La tragedia de Medio Oriente es el choque entre dos razones. Eso no excusa la masacre y el salvajismo de Hamas ni la aplanadora de Israel arrasando barrios enteros de Gaza, pero en el conflicto subyacen algunas aspiraciones legítimas que deberían ser atendidas.
Los israelíes merecen tener su país, forjado por refugiados a la sombra del Holocausto y con una economía de avanzada tecnológica que mayormente empodera a las mujeres y respeta a los homosexuales, y que a la vez les otorga a sus ciudadanos de origen palestino muchos más derechos que los países árabes a sus propios ciudadanos. La Justicia, la libertad de prensa y la sociedad civil israelíes son modelos en la región, y en esto hay una especie de doble vara: los que critican a Israel insisten con sus abusos, pero miran para otro lado ante la constante brutalidad contra los musulmanes que hay desde Yemen hasta Siria, y desde el Sahara Occidental hasta Sinkiang.
Del mismo modo, los palestinos también tienen derecho a tener un país, con libertad y dignidad, y no deberían ser sometidos a un castigo colectivo. En solo cinco semanas de guerra hemos alcanzado un hito feroz: el 0,5% de la población total de Gaza murió. Para ponerlo en perspectiva, esa cifra es mayor que la proporción de la población norteamericana que murió en la Segunda Guerra Mundial, que duro cuatro años.
La gran mayoría de los muertos han sido mujeres y niños, según el Ministerio de Salud de Gaza, controlado por Hamas, y lo que marca la ferocidad y la naturaleza indiscriminada de algunos ataques aéreos de Israel es que también han muerto más de 100 empleados de la ONU, más que en cualquier conflicto desde la fundación del organismo. Como lo expresó un vocero militar israelí al comienzo del conflicto, tal vez eso se deba a que “el énfasis está en causar daño y no en la precisión”.
Los civiles pagan el precio
“Somos personas comunes intentando sobrevivir”, me dijo por teléfono un ingeniero desde Gaza. El hombre desprecia a Hamas y quiere verlo expulsado del poder, pero dice que mientras los combatientes de Hamas están a salvo en los túneles, los que corren verdadero riesgo son él y sus hijos: “Los que pagamos el precio somos los civiles”.
Cualquiera que sea el bando por el que cada cual se incline más, hay que recordar que ese “otro bando” incluye a seres humanos desesperados, que lo único que quieren es que sus hijos puedan vivir libremente y desarrollarse en su propio país.
El segundo mito de este conflicto es que los palestinos pueden ser postergados indefinidamente, engatusados por Israel, Estados Unidos y otros países. Esa fue la estrategia del primer ministro Benjamin Netanyahu al evitar la creación de un Estado palestino, y como toda olla a presión, funcionó durante un tiempo, hasta que explotó.
Difícil saber si el contrafáctico, o sea la creación de un Estado palestino, habría sido mejor para la seguridad israelí. Lo que sí sabemos, en retrospectiva, es que la apatridia palestina no ha hecho que Israel sea seguro, y el riesgo aumentará aún más si la Autoridad Palestina colapsa por la corrupción, la inoperancia o la falta de legitimidad.
El presidente de Israel, Isaac Herzog, dijo que uno de los atacantes de Hamas del 7 de octubre llevaba instrucciones para liberar armas químicas, un recordatorio del riesgo que los expertos en terrorismo vienen advirtiendo desde hace años: que los grupos extremistas recurran a agentes biológicos y químicos.
En uno u otro caso, Israel tiene derecho y razones para estar preocupado, pero sospecho que la mejor manera de garantizar su seguridad no es aplazar indefinidamente las aspiraciones palestinas, sino honrarlas con una solución de dos Estados. Esto no es solo una concesión a los árabes, sino un reconocimiento pragmático de los intereses del propio Israel... y del mundo.
El tercer mito circula en ambos bandos del conflicto y es más o menos así: “Es una pena tener que involucrarse en este derramamiento de sangre, pero los del otro lado solo entienden la violencia”.
Lo escucho de amigos que apoyan la guerra en Gaza y me consideran bienintencionado pero equivocado, un ingenuo que no logra aceptar la triste realidad de que la única forma de garantizar la seguridad de Israel es reduciendo Gaza a cenizas y liquidando a Hamas sin importar el costo humano.
Efectivamente, Hamas solo entiende la violencia y ha sido brutal con israelíes y palestinos por igual, pero Hamas y los palestinos no son lo mismo, del mismo modo que los violentos colonos israelíes en Cisjordania no representan a todos los israelíes. Estoy totalmente a favor de los ataques quirúrgicos contra Hamas y me encantaría que Israel termine con el extremismo en Gaza. Sin embargo, me temo que hasta ahora la ferocidad y la falta de precisión del ataque de Israel han cumplido el objetivo de Hamas de amplificar la causa palestina y trastocar la dinámica de Medio Oriente. Además, a Hamas tampoco le importan las bajas palestinas.
En ese sentido, Hamas está ganando.
Revés en el escenario global
La guerra lleva cinco semanas y no encuentro evidencia de que el Ejército de Israel haya degradado significativamente a Hamas, pero sí mató a un gran número de civiles, puso la causa palestina al tope de la agenda mundial, apagó el torrente inicial de simpatía por Israel, empujó a las calles a personas de todo el mundo a manifestarse a favor de Palestina, distrajo la atención del tema de los israelíes que siguen de rehenes y barrió cualquier posibilidad de normalizar pronto las relaciones de Israel con Arabia Saudita.
Cada bando ha deshumanizado al otro, pero ambos bandos están compuestos por personas, las personas son complejas y los bandos no son monolíticos.
Si hay un camino hacia la paz –ya sea con dos Estados o con un Estado–, el primer paso es superar los estereotipos. Los israelíes no son lo mismo que Netanyahu y los palestinos no son lo mismo que Hamas.
Buscar humanidad en cada bando significa exigir la liberación de los rehenes israelíes y denunciar la deshumanización que lleva a algunos a arrancar los carteles con la imagen de los israelíes secuestrados. También implica renunciar a la “potente venganza” de Netanyahu, que deja cientos de cuerpos de palestinos enterrados bajo los escombros.
Me exasperan las personas cuyo corazón sangra por un solo bando, o que sobre el precio que paga el otro bando, dice: “Es trágico, pero...”. No hay ningún “pero”: o creemos en los derechos humanos de los judíos y de los palestinos, o en realidad no creemos en los derechos humanos.
Quien solo llora por un niño israelí o solo llora por un niño palestino tiene un problema que excede sus conductos lagrimales. Los niños de ambos lados han sido masacrados con bastante inconsciencia, y la solución de esta crisis comienza por el reconocimiento de un principio tan básico que no debería merecer mención: la vida de todos los niños tiene el mismo valor, y hay personas buenas de todas las nacionalidades.
Traducción de Jaime Arrambide
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