En medio del horror en España, un milagro
Una pareja venezolana y sus dos hijos salieron casi ilesos del tren accidentado que dejó 78 muertos
MADRID.- Teresita paró de llorar y su madre, Yésica Medina, volvió a sentarse con la beba en brazos a su asiento del vagón número dos. Lo siguiente que recuerda es un ruido de explosión, dos vueltas en el aire y un impacto tremendo.
Cuando abrió los ojos, Teresita seguía con ella, protegida por su cuerpo. Quedaron encajadas debajo de lo que parecía ser una mesa en el tren que el miércoles descarriló a toda velocidad en Galicia. Pasaron unos segundos hasta que distinguió entre los gritos y el humo la voz de Daniel Castro, su marido. Estaba con Carlos, su otro hijo, de siete años.
Yésica revive la historia con la bebita de 43 días en su regazo, al lado de Daniel y Carlos. Tienen poco más que rasguños: los cuatro son el retrato de un milagro en medio de la catástrofe ferroviaria en la que murieron 78 de los 218 pasajeros, mientras más de 70 siguen internados con heridas de diversa gravedad.
"Todavía los miro y no puedo creer que estamos juntos", dice Yésica al otro lado de la línea, con voz suave que permite distinguir su origen venezolano.
El relato de los fatídicos segundos en que los rodeó la muerte es entrecortado por la emoción. "Veníamos a toda velocidad. El vagón giró al menos dos veces en el aire", recuerda. Terminó estrellado contra el talud de hormigón que protegía las vías.
Había fuego y sangre por todos lados. Daniel consiguió acercarse a su esposa en un tiempo que les cuesta precisar. Carlitos gritaba de dolor y, tal vez, de miedo. Su padre encontró un hueco abierto en el vagón, desgarrado como una lata de sardinas.
Sacó primero a su hijo y lo dejó en las vías, en medio del desparramo. Volvió por la beba y se la dejó al chico en brazos. A Yésica logró sacarla en andas segundos después.
La familia volvió a su casa de El Ferrol, que era el destino final del Alvia accidentado. Habían viajado a Madrid para llevar a los chicos al parque de atracciones Warner. Llegaron hace cuatro años a Galicia, a donde emigraron desde Caracas.
No quieren hablar de lo que vieron al salir del tren. No hace falta: las imágenes escalofriantes de cadáveres desparramados, heridos ensangrentados deambulando por las vías y gente desesperada por rescatar sobrevivientes de entre un amasijo de hierros recorren el mundo desde hace tres días.
"Sólo puedo pensar en el momento en que me senté", dice la mujer, de 32 años. Había estado de pie, tratando de calmar a la beba hasta poco antes de que el tren tomara a 190 kilómetros por hora la curva de A Grandeira, a cuatro kilómetros de la estación de Santiago de Compostela.
El vagón número dos salió literalmente volando y se incendió. Fue uno de los más afectados por el desastre: allí quedaron buena parte de las víctimas mortales, según los datos de la policía científica.
La familia venezolana no sabe qué pasó con los pasajeros que los rodeaban. Sí lamentan no saber que pasó con una pareja de ancianos con la que habían estado hablando durante el viaje. No los vieron salir.
A los cuatro los trasladaron de las vías a un hospital de Santiago, donde pasaron la primera noche. En el choque habían perdido los teléfonos celulares y todo el equipaje. Al llegar a la clínica consiguieron que un policía llamara a la abuela de los niños, que vive con ellos en El Ferrol desde hace dos meses.
Les dieron el alta pronto. A Yésica le duele la espalda y tiene un esguince de tobillo. Su esposo, un golpe en un ojo y poco más. Al chico le vendaron una mano por un corte. Teresita tiene unos raspones casi imperceptibles.
La abuela, Ana María Castañé, no para de agradecer a Dios. Cuenta que su hija ya sobrevivió a un accidente fatal de ómnibus en Venezuela; no pensaba que pudiera pasar por otro horror peor.
"Estábamos preocupados por el niño, pero él lo vive como si hubiera sido una película", explica. Carlitos se mostró jugando con un jueguito electrónico ante los equipos de televisión que fueron a retratar el milagro.
La historia de la familia venezolana aportó un respiro en una España conmocionada por el dolor. Lo mismo que otras pequeñas anécdotas de redención, como el relato por WhatsApp de Susana Relaño, una madrileña de 46 años que le escribió a su marido desde el tren en llamas: "Accidente. Ni sé si saldré. Me ahogo. Aplastada". Eran las 20.45, cuatro minutos después del descarrilamiento, cuando la noticia de la tragedia se desconocía. A las 20.50 volvió a escribirle: "Estoy a salvo".
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