En marzo del 68 comenzaba el "mayo francés"
PARIS.- No, no es un error. Hoy, hace exactamente 30 años, comenzaba aquí la gran revuelta de "Mayo del 68".
Fueron los medios de comunicación, que tomaron nota de este fenómeno dos meses más tarde, los que obligaron a la historia a ponerle un nombre más cercano a la primavera europea y a la juventud que lo representaba. En la época, sin embargo, sus protagonistas no hacían más que hablar del "Movimiento del 22 de marzo".
Todo comenzó ese día cuando, por primera vez en la historia universitaria francesa, un grupo de estudiantes tomaron la sección administrativa de la facultad de Nanterre.
Las razones de su descontento respondían al principio a las penurias de la superpoblación en las aulas (en 1965, había 150.000 universitarios en Francia; en 1968, 605.000) y al bajo reconocimiento de los jóvenes profesores, conocidos como "assistants" (asistentes), por más que estaban al frente de la mayoría de las cátedras.
Pero con el tiempo se comenzó a exceder el plano sectorial para abrazar las más variadas reivindicaciones: lucha contra el imperialismo norteamericano, demanda de fin a la guerra de Vietnam, legalización del aborto y un largo etcétera.
La facultad de Nanterre había sido fundada hacía sólo cuatro años y, a diferencia del resto, tenía entre sus alumnos a una extraña mezcla de comunistas, anarquistas, trotskistas y simples reformistas, la mayoría estudiantes de sociología. El joven alemán Daniel Cohn-Bendit, que un día no dudó en escupir al ministro de la Juventud y el Deporte, se convertiría en su líder natural.
En la noche del 22 de marzo de 1968, 142 de estos estudiantes decidieron ocupar las oficinas administrativas de la facultad para reclamar la liberación de uno de ellos, arrestado durante una manifestación frente a la sede de la American Express.
Bebieron champagne, tocaron la guitarra e instauraron "comités de debates". A la 1.30 de la mañana estimaron que habían cumplido con el gesto simbólico y desalojaron el lugar.
Desproporcionada violencia
Lo que entonces no imaginaron es que al día siguiente el resto del estudiantado decidiría emular la experiencia y que la mecha del descontento correría sin control.
El 2 de mayo los cursos fueron suspendidos en Nanterre y la policía hizo evacuar la Sorbona. Los estudiantes armaron barricadas en el Barrio Latino, destruyeron patrulleros y arrojaron un coctel Molotov.
Las fuerzas del orden respondieron con desproporcionada violencia golpeando a cuanta persona se les cruzaba por delante y arrojando gases lacrimógenos que asfixiaron a los automovilistas, creando un terrible embotellamiento. El episodio fue relatado en directo por infinidad de radios y reportado en la prensa.
Al día siguiente, todas las facultades parisinas entraron en huelga. La Unión Nacional de Estudiantes de Francia, el Movimiento 22 de Marzo de Cohn-Bendit y el Sindicato Nacional de la Enseñanza Superior organizaron conferencias nocturnas al aire libre en reclamo del retiro de los "represores" de las instalaciones universitarias.
El 13 de mayo, las grandes centrales sindicales decidieron -también por primera vez en la historia- llamar a una huelga nacional de solidaridad con los estudiantes y en contra de la brutalidad policial. Lo hicieron durante una manifestación de la que participaron también políticos, como François Mitterrand y Pierre Mendés France, que denunciaron "el autoritarismo del poder".
La alianza "obreros-estudiantes", que rara vez volvería a verse, llevó a la toma de la fábrica de Renault, de los ferrocarriles y los subterráneos. Para el fin de semana, 6 millones de trabajadores tenían los brazos cruzados.
La rebelión ganaría adeptos en el mundo intelectual. El teatro Odeón fue ocupado con el apoyo de su director, Jean-Louis Barrault, y de Jean-Paul Sartre. El 20, los periodistas de la radio televisión francesa reclamaban la "objetividad de la información". El 22 de mayo, Cohn-Bendit fue expulsado del país. Cientos de escritores ocuparon la Sociedad de Gente de Letras para exigir su regreso.
¿Y ahora qué?
Después de tanta efervescencia, lo sucedido esos días parece haber tenido un impacto menor a lo que estimaron sus protagonistas.
Los acuerdos de Grenelle pergeñados por el primer ministro George Pompidou (con la asistencia del joven Jacques Chirac) calmaron a los sindicalistas. El general De Gaulle fue la mayor víctima porque al despedir a Pompidou, a quien responsabilizó de la crisis, dañó su propia imagen. Un año más tarde, emprendería un retiro definitivo.
Más allá de haber dejado frases maravillosas como la de "Está prohibido prohibir", el legado del movimiento estudiantil es incierto. Las profecías como "Vamos hacia un cambio perpetuo de la sociedad provocado a cada etapa por acciones revolucionarias", (Cohn-Bendit) no se concretaron.
Más aún, hoy los franceses se preguntan si "Mayo del 68" no fue más un mito que una revolución. Los más escépticos son, paradójicamente, los jóvenes. Jacques Braunstein, director de la revista estudiantil Techniart, que acaba de dedicar al tema un número, es un buen ejemplo.
"Los insurgentes de entonces, transformados en los líderes de hoy, nos desaconsejan hacer lo mismo que ellos, pero nos tienen lástima por no haber vivido aquella época - puntualiza-. Al mismo tiempo han consagrado dos términos: el de Ôex 68´, que señala a quien abandonó sus ideales para transformarse en jefe de redacción o publicitario, es decir, una suerte de joven que aceptó transformarse en viejo; y `68 tardío´, que describe a una persona nerviosa, naïf, que no sabe adaptarse al momento y que espera que la revolución lo venga a salvar de su marasmo".
"Ser un traidor feliz o un pobre tipo sin un mango, tal es la alternativa excitante que nos ha dejado la generación del 68", sentenció Braunstein.
"Errores, horrores
PARIS(De nuestra corresponsal).- Arrugas más, kilos menos, Daniel Cohn-Bendit no cambió en 30 años. Entonces lo llamaban Dany-le-Rouge ("Daniel, el rojo", tanto por el color de su cabello como por el de sus ideas); ahora es "Dany-le-Vert" (Daniel, el verde), diputado del Partido Verde alemán en el Parlamento Europeo.
Pero el inconformismo está cuidadosamente preservado, ya sea pronunciándose en favor de la legalización de la marihuana o en contra de la impavidez europea frente a las atrocidades en Argelia.
Conseguir una entrevista con él es casi imposible. No tanto por lo complicado de su agenda sino porque ha creado en su entorno un culto a la personalidad que inhibe a sus ayudantes a "interrumpir los pensamientos del genio". La Nación hizo más de cinco intentos por vía convencional (llamadas a la secretaria, fax, e-mail) pero sólo logró mantener con él una charla gracias a que lo extenso de los corredores del Palais de l«Europe le impuso nuestra presencia. "Sí, yo soy narcisista, ¿y qué? Es con un poco de egocentrismo que logré ir adelante y así funciona el mundo", admitió con un tono de desafío que terminó en conformismo. "No me gusta hablar del pasado, así que hagamos esto lo más corto posible", intimó, acelerando el paso.
Conocer su biografía disculpa sus exabruptos. Cohn-Bendit nació en 1945 en Montauban (sur de Francia) de padres judío-alemanes salvados del Holocausto "in extremis". Su abuelo había sido un militante anarquista y en 1967 Daniel desembarcó en la facultad de Nanterre (tras hacer la secundaria en Alemania) repleto de sus ideas e inspirado por la lectura de "La Revolución Desconocida", de Voline, y la revista Socialismo y Barbarie.
"Yo no era comunista ni trotskista -confiesa-. Estaba políticamente sin raíces, era incapaz de mantener un debate con los militantes izquierdistas, que tenían sus certezas. Participé de la revuelta porque la situación me sobrepasaba. Fue un poco una fuga."
Las críticas a ese período, sin embargo, lo irritan. "Nuestros principales objetivos eran romper con la rigidez de las estructuras en la Universidad, en la política y en la sociedad. Esos objetivos fueron alcanzados -sostuvo-. Además, creo que el Mayo del 68 engendró los movimientos ecologistas, el feminismo y la sensibilidad antitotalitaria.
"Aquel fue un movimiento social que en ningún momento quiso tomar el poder institucional. Pero hay que aceptar que hubo errores, horrores y enormes desilusiones. Lo que fue la fuerza del movimiento, su capacidad de rechazar la política tradicional, terminó siendo también su debilidad".
Cohn-Bendit perdió contacto con sus camaradas de lucha, la mayoría ahora ejecutivos. El haber elegido la nacionalidad alemana para librarse del servicio militar jugó en favor de las autoridades francesas que el 22 de mayo de 1968 decidieron deportarlo.
En Alemania se ganó la vida como maestro en jardines de infantes y como vendedor en la librería Karl Marx.
En 1984 se sumó al Partido Verde y pronto ganó un asiento en el Parlamento Europeo que le permitiría regresar triunfalmente a suelo francés. Ahora se prepara a luchar contra la resistencia de sus correligionarios galos a aceptarlo al frente de una lista única de ecologistas de todo el continente para las elecciones europeas de 1999.
"Sus pruritos nacionalistas me importan poco -advirtió Cohn-Bendit-. Yo aprendí la política con pocas frases clave y la que más me ha quedado es: "Sea realista, demande lo imposible".
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