En las elecciones de mitad de mandato, Estados Unidos esquivó un flechazo directo al corazón de su democracia
La “ola roja” republicana no tuvo la intensidad que se esperaba, pero sigue poniendo a prueba la fortaleza del sistema
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NUEVA YORK.- Ya podemos dejar en pausa los planes de emigrar a Canadá o de llamar a la embajada de Nueva Zelanda para averiguar cómo obtener la ciudadanía. Las elecciones legislativas que se celebraron este martes en Estados Unidos fueron la mayor prueba la Guerra Civil para saber si el motor de nuestro sistema constitucional -la transferencia pacífica y legítima del poder- sigue intacto. Y parece haber pasado la prueba: está un poco baqueteado, pero anda.
No estoy ni siquiera cerca de cantar victoria ni de afirmar que nunca más un político norteamericano intentará competir en una elección sobre la plataforma del negacionismo electoral. Pero dado el nivel sin precedentes que ha alcanzado el negacionismo en esta elección de medio término y la forma en que fueron derrotados varios zopencos imitadores de Donald Trump que pusieron en el negacionismo en el centro de sus campañas, creo que acabamos de esquivar una de las mayores flechas que se hayan disparado hacia el corazón de nuestra democracia.
Por supuesto que en cualquier momento pueden lanzarnos otra flecha, pero el sistema electoral norteamericano funcionó admirablemente bien en su conjunto, tanto en los estados republicanos y en los demócratas, y que después de dos años de controversia puso las cosas en su lugar y rebajó esas acusaciones a lo que realmente son: patrañas vergonzosas de un hombre y de sus aduladores e imitadores más descarados. Dada la amenaza plantada por los negacionistas de Trump sobre el reconocimiento y la legitimidad de las elecciones, no es poca cosa.
Y no podría llegar en mejor momento, mientras los líderes de China y Rusia manipulan sus sistemas para aferrarse al poder más allá del plazo establecido previamente para sus cargos.
Uno de los argumentos que esgrimen ante sus propios pueblos son los sucesos del 6 de enero de 2021 en el Capitolio norteamericano, la insurrección en Estados Unidos y el aparente caos de nuestras elecciones, para decirle a sus ciudadanos: “Así es la democracia: ¿realmente quieren esto?”
De hecho, durante su discurso ante los recién graduados de la Escuela Naval del mes de mayo, el presidente Joe Biden recordó cuando el presidente chino, Xi Jinping, lo felicitó por su elección en 2020: “Me dijo que en el siglo XXI las democracias eran insostenibles, y que las autocracias gobernarán el mundo. ¿Por qué? Porque hoy en día todo cambia rápidamente y la democracia requiere consensos, demanda tiempo, y tiempo no hay.”
Por eso los otros dos grandes perdedores de la noche del martes son Xi y el presidente ruso, Vladimir Putin, así como el supremo líder de Irán, que ahora enfrenta el levantamiento de las mujeres iraníes. Porque cuanto más salvaje e inestable sea nuestra política, más nos costará transferir pacíficamente el poder, y más fácil será para esos líderes justificar por qué no lo hacen.
Sin embargo, aunque el negacionismo electoral esta semana recibió una paliza, ninguno de los factores que carcomen los cimientos de la democracia estadounidense y que nos impiden pensar en grande ha desaparecido.
Me refiero a la forma en que nuestro sistema de elecciones primarias, la demarcación arbitraria de los distritos electorales y la actividad en las redes sociales se han fusionado para envenenar sistemáticamente el diálogo nacional, polarizar a nuestra sociedad en tribus políticas y erosionar sin pausa los pilares gemelos de nuestra democracia: la verdad y la confianza.
Sin acuerdo sobre lo que es verdad, no sabemos qué camino tomar. Y sin poder confiar unos en otros, ese camino no puede ser compartido. Y todo lo grande y difícil necesita siempre de todos.
Por lo tanto, nuestros enemigos harían bien en no darnos por muertos, pero nosotros haríamos aún mejor en no llegar a la conclusión errónea de que por haber evitado lo peor, tenemos garantizado un camino despejado.
No todo está bien.
Salimos de esta elección tan divididos como llegamos a ella. Pero si la ola roja nunca ocurrió -sobre todo en estados indecisos como Pensilvania, donde John Fetterman ganó un escaño en el Senado sobre Mehmet Oz, respaldado por Trump, y en distritos indecisos, como uno en el centro de Virginia donde la representante demócrata, Abigail Spanberger, derrotó a otro candidato respaldado por Trump- es porque fueron a votar suficientes electores independientes y republicanos y demócratas moderados como para llevar a Fetterman y Spanberger a la victoria.
“Todavía hay un grupo real de electores de centro que, cuando se les presentó una opción válida, no en todas partes ni en todos los casos, pero en algunos distritos clave, decidieron manifestarse con su voto”, dice Don Baer, director de comunicaciones de la Casa Blanca durante el gobierno de Clinton. “Creo que todavía hay muchos votantes que aspiran a un centro que sea viable, donde podamos encontrar soluciones para las preocupaciones de las personas, aunque no sea perfecto ni se logre todo de una sola vez. No queremos que todas las elecciones sean de vida o muerte”.
El desafío, agregó Baer, “es hacer que ese sentimiento escale en el resto de la población y lograr que rija en el funcionamiento normal en Washington.”
No sé, pero si esta elección es una señal de que al menos nos alejamos un paso del borde del abismo, es porque sigue habiendo una importante franja de estadounidenses independientes o de centro que no quieren saber más nada con los reclamos, las mentiras y las fantasías de Trump, y que advierten que esos dislates están enloqueciendo al Partido Republicano y agitando a todo el país. Pero tampoco quieren ser arrinconados por la policía ideológica del movimiento Woke de la extrema izquierda, y están aterrorizados por la propagación de la nociva violencia política como la que acaba de sufrir el esposo de Nancy Pelosi.
Por mantener vivo ese centro, tenemos una gran deuda con los representantes republicanos Liz Cheney y Adam Kinzinger y con la representante demócrata Elaine Luria. Los tres encabezaron la investigación de los incidentes del 6 de enero de 2021 en el Capitolio, y como resultado fueron forzados a dejar su cargo. Pero el mensaje que esa comisión de investigaciones le envió al electorado -que nunca, nunca, nunca debemos permitir que vuelva a ocurrir algo así- seguramente también ayudó a que la ola pro-Trump se pinchara antes de llegar a la orilla de estas elecciones legislativas.
En resumen, no nos extendieron un certificado de buena salud. El diagnóstico fue que nuestros anticuerpos políticos cumplieron aceptablemente con la tarea de hacer retroceder la infección metastásica que amenazaba de muerte a nuestro sistema electoral. Pero la infección sigue ahí, y por eso el consejo de los médicos: “Vida sana, a recuperar fuerzas, y vuelva en 24 meses para otro análisis”.
Por Thomas L. Friedman
The New York Times
(Traducción de Jaime Arrambide)
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