En la Plaza San Pedro, una concurrencia que se multiplica
De las 100.000 personas que había el día de su elección se pasó a las 250.000 de ayer
ROMA.– Se podría decir con razón que el papa Francisco es un misterio, por varias razones. Porque nadie sabe lo que hará de aquí en adelante, cuando comience a "gobernar", porque se niega obstinadamente a hablar en otro idioma que no sea italiano, o porque ha conseguido transformarse en un fenómeno planetario en apenas 19 días. Donde no hay misterio es en que, en lugar de aplacarse, este fervor aumentará cada vez más.
El día de su elección lo recibieron 100.000 personas, en el primer Angelus eran 200.000. Ayer, fueron 250.000 fieles los que acudieron a la Plaza San Pedro de Roma para compartir con él la misa pascual. Para cada uno de ellos, ese momento de comunión fue único, un inolvidable recuerdo que los acompañará por el resto de sus vidas.
"Nada es comparable a este momento. Lo vi pasar junto a mí. Me miró y me sonrió a menos de un metro. Valió la pena el enorme sacrificio económico que hicimos con mi marido para venir desde Madrid con nuestros tres hijos", confesó secándose las lágrimas Natalia Pietralunga, una cordobesa de 46 años que se radicó en España hace dos décadas.
Como los Pietralunga, centenares de argentinos habían peregrinado hasta la plaza más bella del mundo. Cincuenta, cien, tal vez más banderas argentinas flameaban entre las columnas de Bernini, sin mencionar las camisetas de San Lorenzo y el ruido sordo de algún bombo.
Toda esa algarabía había comenzado muy temprano por la mañana, cuando la gente comenzó a llegar ordenadamente por la Via della Conciliazione, aprovechando los inesperados rayos de sol que, desde hace un mes, se asoman únicamente, y esto también podría ponerse a cuenta de los misterios de Francisco, cada vez que el Papa tiene que aparecer en la basílica.
Cuando llegó el momento de la celebración, la gente había ocupado la plaza, sus alrededores y todas las vías de acceso. Apenas apareció, Francisco fue recibido con un estruendoso y acompasado coro de "¡viva el Papa!", que, a estas alturas de su pontificado, ya se dice de la misma manera en todos los idiomas.
Y al bullicio siguió un silencio, instantáneo, cuando el Pontífice dio inicio a la celebración. Como si cada uno supiera que el hombre tiene necesidad de silencio, 250.000 personas entraron en un intenso recogimiento para participar con devoción de la misa pascual.
Aquí tampoco hay misterios: con 2000 años de práctica, el desarrollo de ese rito milenario se convierte en San Pedro en una coreografía perfecta. Cuando el papa Francisco llegó al altar, instalado al aire libre en la explanada de la plaza, lo esperaban el rojo del terciopelo, símbolo de la sangre de los mártires, y el amarillo y el blanco inmaculado de 40.000 flores llegadas de Holanda, evocadoras de la primavera y la resurrección de Jesús. El sucesor de Pedro vestía una sotana blanca y llevaba en la mano la cruz de oro del obispo de Roma, que sólo pueden usar los pontífices.
Como lo estipula la tradición, Francisco no pronunció homilía en la misa de Pascua. Su mensaje a los fieles llegó después, en el momento de la bendición urbi et orbi desde el balcón de la Basílica de San Pedro, en la que, como ya es costumbre, imprimió su marca personal.
"Pascua significa éxodo, el paso del hombre de la esclavitud del pecado, del mal, a la libertad del amor, que es el bien", dijo, poniendo al hombre en el centro de su reflexión.
Al término de la celebración y antes de la bendición, el flamante pontífice recorrió la plaza a bordo de su jeep descubierto. Besó bebes, repartió sonrisas y bendiciones. Tampoco faltó el momento de intensa emoción cuando recibió a un joven cuadripléjico en un abrazo prolongado, cargado de ternura, de afecto y humanidad. Los gestos no permiten dudas: Francisco adora estar cerca de la gente, su contacto lo anima, le da alegría, lo hace feliz y lo nutre.
Un inmenso estandarte escrito en italiano decía: "Papa, ti vogliamo tanto bene!" (Papa, te queremos tanto!). Otro, igual de grande, pero azul y blanco, decía en español: "Gracias, Francisco".
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