En la elección del Papa, un eco de la esperanza que vivió Polonia en 1978
Ese año, el inesperado nombramiento de Wojtyla generó algarabía en la población y temor en el régimen comunista
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Seguramente muy pocos habrán imaginado aquel 16 de octubre de 1978 que la elección de ese papa venido del Este, con un nombre difícil de pronunciar, iba a tener un impacto tan formidable en la historia mundial. Pero así fue. Nada volvería a ser igual después de su pontificado.
Con Karol Wojtyla se quebraba una continuidad de 455 años de papas italianos, hecho que generó una ola de enormes consecuencias que, como era de esperar, golpeó primero en su Polonia natal, con efectos diferentes: por el lado de la población, profunda e históricamente católica, la noticia causó un júbilo indescriptible. En los círculos de poder del régimen comunista de Varsovia, perplejidad, incredulidad y temor. En Moscú, indignación y la necesidad imperiosa de establecer una nueva estrategia ante un hecho inimaginable.
"El país se paralizó. Hubo gritos y llantos de alegría. Los automóviles y los trenes detuvieron su marcha. En las iglesias de toda Polonia repicaron las campanas, y yo creo que hasta muchos comunistas se escondieron a festejar... No lo podíamos creer", recuerda Eva Janiak, por aquel entonces una profesora de música de 24 años en el pequeño pueblo de Bydgoszcz, radicada ahora en la Argentina.
"La situación económica era muy difícil. Había huelgas y no teníamos ni papel higiénico", agrega. A la asfixia del régimen se sumaba la escasez de alimentos, y el racionamiento feroz se traducía en la necesidad de hacer colas desde la madrugada para conseguir un kilo de azúcar, un litro de leche o pan.
Pero la elección de Wojtyla, coinciden quienes recuerdan esos días, encendió una luz, generó en el pueblo polaco la sensación de que algo iba a cambiar. Ahora tenían un padre que los podía proteger. Y se sintieron más seguros.
Al mismo tiempo, el gobierno supo desde el comienzo lo peligroso que significaba tener un pontífice que conocía los puntos débiles del sistema. "Se abrió una puerta de esperanza. Todos soñaban con dejar atrás el comunismo. Mi familia fue víctima de ese régimen, lo conozco bien", afirma Claudia Stefanetti Kojrowicz, de 50 años, que lleva adelante un sitio de Internet, Águila Blanca, sobre la comunidad polaca en la Argentina.
Ella encuentra ahora muchas similitudes entre la elección del papa polaco y la de Jorge Bergoglio. "Son de la clase de sacerdotes que pertenecen a la vida real, más de contacto directo con la gente que a la vida de monasterio. Además, ambos tienen en común su gran acercamiento a las otras religiones", dice.
También el padre franciscano Jorge Twarog, rector de la misión polaca en la Argentina, recuerda vívidamente aquel momento glorioso de 1978. Tenía 11 años y se desempeñaba como monaguillo en un pequeño pueblo 80 kilómetros al sur de Cracovia. "Todos comenzamos a correr para llegar a la iglesia más cercana y rezar, agradecer a Dios y a la Virgen María por ese milagro, mientras en el mundo se preguntaban qué pasaría ahora con el papa en el lado comunista."
La respuesta no tardaría en llegar. En 1979, luego de que las autoridades polacas cedieran finalmente y autorizaran el regreso de Wojtyla al país ("Hagan lo que quieran, pero cuídense de tener que lamentarlo", le había advertido Brezhnev al dirigente polaco Edward Gierek), las misas multitudinarias en cada ciudad reflejaron en forma categórica la nueva realidad.
El historiador John Lewis Gaddis, en su Nueva Historia de la Guerra Fría , lo resume muy bien al señalar que cuando Wojtyla besó el suelo en el aeropuerto de Varsovia "inició el proceso merced al cual el comunismo en Polonia, y a fin de cuentas en todo el resto de Europa, llegaría a su conclusión". Más aún cuando al dejar su tierra natal tras su primer viaje el Papa dejaba un mensaje explícito: "No tengan miedo".
Claro está, los grandes cataclismos que modifican el tablero mundial suelen comenzar con pequeños movimientos. Si bien la situación interna polaca no cambió de la noche a la mañana, la semilla de la libertad había encontrado su surco. Porque sin un Wojtyla sería difícil imaginar la irrupción de Lech Walesa, que en 1980 fundó el primer sindicato independiente en el mundo comunista, ni las demostraciones espontáneas antisoviéticas surgidas poco después en otros países del bloque y toda la serie de acontecimientos que finalmente barrieron con el Muro de Berlín.
“Creo que los argentinos están felices porque tienen un nuevo padre. Yo lo entiendo perfectamente, porque cuando murió Juan Pablo II todos los polacos nos sentimos huérfanos: él era nuestro padre. Pero ahora es el momento de la esperanza, de que la vida va a mejorar”, concluye Stefanetti Kojrowicz, enfatizando, una vez más, esa similitud entre Polonia y la Argentina, con más de tres décadas de diferencia entre ambos hechos.
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