En la cima del poder, un temible vacío de cerebros
NUEVA YORK.- Cuando viajo a Asia, suele recibirme en los aeropuertos alguien con un cartel que dice "Sr. Paul". ¿Por qué? En gran parte de Asia, primero va el apellido y después el nombre de pila: en Japón, por ejemplo, al primer ministro se lo llama Abe Shinzo, donde Abe es el apellido. Se trata de un error completamente entendible cuando lo comete un taxista que tiene que esperar a un profesor como yo.
Menos perdonable, sin embargo, es que el presidente de Estados Unidos cometa el mismo error cuando recibe al mandatario de uno de nuestros más importantes socios económicos y en materia de seguridad. Pero ahí estaba Donald Trump , refiriéndose al señor Abe como "señor primer ministro Shinzo".
¿Una trivialidad? Lo sería si fuese una ocasión aislada. Pero no. Lo que hemos visto durante las últimas tres semanas, por el contrario, es un despliegue impresionante de la más burda ignorancia en todos los frentes. Y lo que es peor, nadie en la Casa Blanca ni en sus fuerzas en el Congreso parece verlo como un problema. Parecen creer que el saber o incluso los rudimentos de cualquier tema son para los mequetrefes. La ignorancia es de los fuertes.
También puede verse en las cuestiones legales: en un análisis que ha sido ampliamente citado, el experto legal Benjamin Wittes describe el infame decreto sobre los refugiados como "maldad atemperada por la incompetencia", y señala que al leer el decreto "la sensación es que no pasó por las manos de un solo asesor legal competente".
Lo vemos también en cuestiones de seguridad nacional, donde el presidente sigue confiando en un jefe de asesores sospechosamente cercano al Kremlin y que parece extraer su información estratégica de las teorías conspirativas.
Se advierte asimismo en la diplomacia. ¿Qué tan difícil puede ser que alguien del Departamento de Estado se asegure de que la Casa Blanca tenga los nombres correctos de los líderes extranjeros?
Y en lo económico, aunque ahí directamente no hay nadie. El Consejo Asesor Económico, supuesto encargado de aportar asesoramiento técnico, ha sido rebajado de rango en el gabinete, pero eso poco importa ya que no han nombrado a nadie a cargo. Pero no quiero ser demasiado duro con nuestro "tuitero en jefe": el desprecio por el saber y la experiencia es generalizado en el partido al que pertenece. Los más influyentes economistas republicanos no son académicos serios de tendencia conservadora, que los hay y en cantidad, sino consabidos chapuceros que cuentan con los dedos, literalmente.
Si no, pensemos en el pánico que cunde en el partido por el sistema de salud. Muchos parecen sorprendidos al enterarse de que revocar cualquiera de las partes del Obamacare dejaría a decenas de millones de personas sin cobertura de salud. Cualquiera que sepa del tema podría haberles explicado el modo en que todas las piezas de la reforma de salud encajan entre sí y por qué. De hecho, muchos de nosotros lo hicimos y a repetición. Pero ¿quién quería escuchar a los expertos?
Y, por supuesto, ése es el punto: cualquier abogado competente habría dicho que la exclusión de los musulmanes es inconstitucional, cualquier científico competente habría dicho que el cambio climático es real, cualquier experto electoral les habría dicho que no había millones de votos inválidos y cualquier diplomático competente habría dicho que el acuerdo nuclear con Irán es razonable y que Putin no es nuestro amigo. Por lo tanto, la competencia debe quedar afuera.
A esta altura, alguien podría decir: "Si son tan sordos, ¿cómo es que ganaron?". Parte de la respuesta es que ese desprecio por los expertos tiene eco en buena parte del electorado. La única fuerza oscura que operó durante estas elecciones no fue el fanatismo, sino el antiintelectualismo, la hostilidad hacia las "elites" que se atreven a decir que las opiniones deben sustentarse en la razón y el estudio.
También es cierto que hacer campaña y gobernar son dos cosas muy distintas, algo especialmente cierto en tiempos en que los medios de noticias dedican mucho más tiempo obsesionándose con los pseudoescándalos de los contrincantes que indagando sobre las políticas concretas que piensan implementar.
Pero ahora la cosa es real y todo indica que la gente que quedó a cargo no tiene idea de lo que está haciendo, y en ningún frente.
De alguna manera, esa desorientación podría ser una ventaja: la incompetencia bien podría atemperar la maldad. Y no hablo sólo de la derrota judicial por el decreto sobre inmigración: la ignorancia de los republicanos ha convertido la que prometía ser una guerra relámpago contra el Obamacare en un embrollo, para beneficio de millones de personas, y el derrumbe del índice de aprobación de gestión de Trump tal vez ayude a aminorar la marcha hacia la autocracia.
Pero, mientras tanto, ¿quién está a cargo? Las crisis se presentan sin avisar y en la cima del poder hay un vacío de cerebros. Es de temer, realmente es de temer.
Traducción de Jaime Arrambide
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