En Jerusalén, imágenes que nadie quería volver a ver
El atentado de ayer trajo a la mente de los habitantes de la ciudad los recuerdos más duros de la segunda Intifada
JERUSALÉN.- Eran imágenes que nadie quería volver a ver: cadáveres en el suelo de una sinagoga, un libro de oración aún abierto y ensangrentado, el trajín de heridos transportados por las ambulancias, el gesto descompuesto de los supervivientes y los helicópteros vigilando intensamente la zona desde el aire.
El atentado perpetrado ayer en una sinagoga del oeste de Jerusalén trajo a la mente de los habitantes de la ciudad los recuerdos de los momentos más duros de la segunda Intifada. El ataque es el último de una ola de violencia que castiga Jerusalén desde hace varias semanas y ya se ha cobrado la vida de nueve israelíes y más de una docena de palestinos, entre ellos los presuntos autores de los incidentes.
La tensión en la ciudad, que israelíes y palestinos codician como capital, se siente en el ambiente como una desagradable corriente eléctrica y los enfrentamientos, linchamientos y manifestaciones aumentan de forma preocupante. La tercera Intifada habría comenzado, según muchos, y, a diferencia de las anteriores, se trataría de una revuelta silenciosa muy difícil de frenar, ya que se sustentaría en actos espontáneos de individuos sin historia ni afiliación que viven en Jerusalén, sienten que no tienen nada que perder y atacan con un coche, un cuchillo o un hacha.
"En este momento pesan más los elementos personales que los nacionales: la humillación, la frustración y el hecho de que el palestino se siente privado de su dignidad cada día en las calles de Jerusalén", explica a LA NACION Meir Margalit, pacifista israelí de origen argentino y ex concejal del ayuntamiento de Jerusalén.
Los agresores de la sinagoga eran dos palestinos que vivían en la parte oriental de Jerusalén y trabajaban en el Oeste, al parecer cerca del lugar del atentado, lo cual les habría ayudado a conocer su rutina.
"Nadie ni nada puede protegernos de un palestino desesperado que quiera matar a un judío", lamenta Ofer Rinat, joven estudiante de derecho, mientras aguarda con mirada nerviosa el tranvía en la carretera número 1, que separa como una muralla invisible el este palestino y el oeste israelí de Jerusalén. En esta misma estación un palestino embistió el 5 de noviembre a varios usuarios y mató a un policía. A pocos metros, días antes, otro conductor palestino había matado a dos personas. Para proteger a los usuarios de nuevos atropellos, bloques de cemento de un metro de altura fueron colocados frente a varias estaciones y la vigilancia policial se multiplicó.
La devastadora guerra en Gaza, donde fallecieron más de 2100 palestinos entre julio y agosto, las muertes violentas de varios jóvenes palestinos e israelíes en los últimos meses, el creciente avance de los asentamientos israelíes en territorio palestino y las provocaciones de grupos judíos ultranacionalistas en los lugares santos musulmanes serían el origen de este rebrote de violencia.
"Israel está aplicando una política deliberada de provocación y sectarismo en Jerusalén. Es algo peligroso e irresponsable que genera una gran inestabilidad y trae consigo más violencia", advierte Hanan Ashrawi, miembro del comité ejecutivo de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
Y la crispación que se respira en Jerusalén, donde el 39% de la población es palestina, se multiplica en torno a la Explanada de las Mezquitas, tercer lugar santo musulmán venerado también por los judíos como el Monte del Templo. Sobre el recinto sagrado, administrado por Jordania, impera unstatu quo desde 1967 que veta cualquier rito religioso que no sea musulmán. Pero desde hace semanas grupos ultranacionalistas lograron entrar en el lugar santo e intensificaron las manifestaciones a favor del acceso de los judíos. Uno de estos líderes radicales, el rabino Yehuda Glick, fue herido a tiros por un palestino a finales de octubre en Jerusalén.
"Los judíos no podemos limitarnos a poner fotos del Monte del Templo en nuestra página de Facebook, debemos estar presentes aquí", asevera Yaacov Hayman, uno de los colaboradores del rabino Glick.
Estas provocaciones en la Explanada de las Mezquitas afectaron profundamente a Ibrahim al-Akari, autor del ataque contra el tranvía el pasado 5 de noviembre, explica a LA NACION su viuda, Amira.
Convertido en un héroe tras ser abatido por la policía, su retrato se repite en las paredes del paupérrimo y conflictivo campo de refugiados de Shuafat de Jerusalén, donde vivía. "No era miembro de ningún grupo armado. Era simplemente un palestino que sufría", resume su esposa.
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