En Italia, las discotecas a cielo abierto son el nuevo trauma para las autoridades y los DJ
ROMA.– "¡Pónganse las mascarillas!": el DJ lo repite constantemente micrófono en mano, pero a los asistentes les da igual. En Kiki, una discoteca de Ostia, un popular balneario de las afueras de Roma, el coronavirus parece lejano aunque está bien presente.
Es una noche para cincuentones en Kiki, una de esas discotecas a cielo abierto al borde de la playa de Ostia, a veinte minutos en tren de la capital.
Las consignas son conocidas: mascarilla obligatoria, bailar solo y a más de un metro del vecino. Pero "¡al diablo!", ríe Claudio, barriga prominente y camisa abierta, con pelo en pecho.
Con su mascarilla en el bolsillo, baila solo, no tanto por respetar las distancias, sino porque sus amigos "charlan al lado". "Tratamos de tener cuidado", dice, sin mucha convicción.
Junto a Claudio, los 200 o 300 clientes de Kiki juguetean al ritmo de la música electrónica. Muchos sin mascarilla, ríen o encadenan los gin tonics.
Se rumorea que vendrá la policía. Los camareros y el DJ consiguen al final que todo el mundo se cubra la boca y la nariz.
"De todas formas, el gobierno se prepara para cerrarlo todo", dice Claudio.
¿Bailar sobre un volcán?
Mientras la amenaza de una segunda ola se presiente en varios países de Europa, y España cierra sus discotecas, una Italia relativamente a salvo por el momento intenta, a su manera, controlar este rebrote estival en pleno Ferragosto, el sacrosanto fin de semana del 15 de agosto. Este año no habrá los tradicionales baños de medianoche ni fuegos artificiales en la playa por la Covid-19.
Mientras tanto, el gobierno y las regiones forcejean por la espinosa cuestión de las discotecas, normalmente abarrotadas en este período del año. El gobierno teme que la vida nocturna, que suele estar a tope en el Ferragosto, contribuya a aumentar los contagios, como en España.
En Italia, el asunto es políticamente sensible, ya que cerrar las discotecas en medio de las vacaciones de verano habría sido muy impopular, en un país que se recupera poco a poco de una pandemia mortífera (35.225 muertos) y de un draconiano confinamiento, particularmente en el norte del país, que anteayer volvió a registrar un alarmante repunte de contagios superior a los 500 casos.
Las discotecas cerradas no han sido autorizadas a abrir para desgracia de un sector que emplea a 50.000 personas en sus 3000 night clubs, según el sindicato de gerentes de discotecas (SILB).
En cambio, las discos al aire libre y los cafés-clubbing en terrazas pueden funcionar de nuevo, si los alcaldes y los gobiernos de las regiones afectadas lo permiten.
Para el gobierno, "la línea no cambia", aunque hay que dar muestras de "prudencia, ya que los contagios aumentan". Pero mantener los clubes abiertos "es un riesgo serio", reconocen fuentes gubernamentales, citadas por la prensa.
Por su parte, las regiones están divididas. Calabria ha ordenado el cierre de todos los lugares de baile, mientras que Cerdeña, en cambio, los mantiene abiertos. Véneto y Emilia-Romaña refuerzan las inspecciones y Toscana pide las mismas reglas para todos.
El viernes pasado, se llegó a un compromiso: aplazar el problema unos días hasta que pase Ferragosto. "La semana próxima, trataremos de compartir una elección rigurosa con todas las regiones", prometió el ministro de Asuntos Regionales, Francesco Boccia, al considerar "inevitable" cerrar los lugares de fiesta "si las cifras no cambian".
Críticas en los medios
La prensa italiana arremetió contra este arreglo. "Los contagios aumentan, pero se baila", fustigó el Corriere della Sera, particularmente crítico con Cerdeña, donde bares y clubes se han convertido en "alegres máquinas contagiosas".
Para el organismo científico consultado por el gobierno sobre el virus, las discotecas a cielo abierto "deben cerrarse", ya que las concentraciones de fiesteros sudados son potencialmente "devastadoras" e "imposibles de controlar".
En los clubes nocturnos, "uno se adapta como puede", dice Gianluca Skiki, organizador de veladas en Fregene, en la costa romana. Su Manila Beach, que recibe en tiempos normales en su playa hasta 2000 clientes, solo cuenta con 250, sentados para cenar un menú impuesto y la obligación de bailar frente al plato.
"La gente come y solo puede bailar en el lugar. Si la policía llega, todo el mundo debe estar en su mesa y con los barbijos puestos", indica.
Bajo el cielo estrellado, las mesas de jóvenes italianos suelen terminar cantando los clásicos –"Viva l’amore!"– entonados por un cantante local, al que después reemplaza un DJ.
"Aquí no hay realmente discoteca, es prácticamente lo único que podemos organizar", lamenta Gianluca.
Lejos de la despreocupación y de las fiestas salvajes de años pasados, este "verano es extraño", dice la prensa local. "Extraño Ferragosto –repite Gianluca–, espero que sea el último de este tipo..."
Agencia AFP
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