En la gran despedida de Merkel, Alemania asume la presidencia de la UE
PARÍS– Sentada sobre una gigantesca montaña de capital político gracias a su eficaz tratamiento de la crisis sanitaria y plebiscitada en los sondeos con cifras que harían soñar incluso a los dictadores, Angela Merkel goza de una nueva estatura, en momentos en que su país asume este martes la presidencia rotativa de la Unión Europea (UE).
Tan segura de ella misma como para defender, por primera vez, un innovador giro presupuestario para reactivar una economía del bloque devastada por la pandemia y a un año de dejar la vida política, el balance de la canciller alemana ha recuperado un brillo particular.
Tanto es su prestigio que muchos se atreven a calificarla de "la presidenta de Europa". Es verdad, en todo caso, que nada se hace en el bloque sin el acuerdo y la activa participación de quien ha permanecido en su puesto durante más tiempo que sus homólogos de Francia, Italia, España y Polonia juntos.
Para estos próximos seis meses, Alemania escogió como símbolo de su presidencia el logo universal del reciclado, que esta vez debe simbolizar "una Europa inclusiva e innovadora en la cual gente e intereses muy diversos se reúnen para formar un todo común: un bloque unido y solidario".
Berlín quiere recuperar un espíritu europeo maltrecho por estos últimos diez años y sobre todo por la pandemia, que provocó cierre de fronteras, restricción de intercambios dentro del mercado único y aumento de egoísmos nacionales. Angela Merkel, que querría hacer avanzar la transición ecológica, profundizar la política migratoria, fijar una línea de conducta con China y probablemente finalizar el proceso del Brexit, lo intentará en condiciones complicadas. Y porque la casa está en llamas, la canciller dará prioridad a la reactivación económica.
Pero esta presidencia alemana signará también la herencia europea de la canciller, que dejará el poder el año próximo, tras 16 años de ejercicio ininterrumpido.
Habitualmente apodada la "Señora no" de la UE, la mujer que fue acogida en Atenas con banderas nazis durante la crisis del euro, a quien los eurófilos le reprocharon su silencio frente a las ambiciosas propuestas de Emmanuel Macron en 2017 y su tibieza frente a la construcción europea —siempre comparada con el fervor de su mentor, Helmut Khol—, tiene ahora la ocasión de dejar su nombre en los libros de historia.
Todo dependerá del éxito que tengan las discusiones presupuestarias de este mes. Berlín debe hacer aceptar por los 27 países de la UE el novedoso instrumento propuesto conjuntamente por Merkel y Macron el 18 de mayo: un fondo alimentado por empréstitos suscritos por la Comisión Europea (CE) a tasas muy ventajosas, que después distribuirá a los países más afectados por la crisis no solo mediante préstamos, sino también subvenciones.
El rembolso se realizará a través del presupuesto comunitario, según las cuotas de contribución anual, lo que beneficiará ampliamente a los países del sur.
Pero las resistencias son grandes en los países del norte. Por eso, la experiencia y el peso político de la canciller serán fundamentales. "Es muy bueno tener una presidencia y una canciller experimentadas, en posición de escuchar a todos", afirma la diputada europea, Nathalie Loiseau.
Merkel, líder de la primera economía del continente es la decana del Consejo Europeo: desde su llegada a la cancillería ha visto desfilar cuatro homólogos en el palacio del Elíseo y siete en el palazzo Chigi.
La sobriedad del balance humano de la epidemia del Covid-19 en su país (menos de 9000 muertos por 82 millones de habitantes), la aptitud de los hospitales alemanes no solo a recibir a los enfermos nacionales, sino de los países vecinos, aumentaron su autoridad y le valieron elogiosas tapas de las principales revistas del mundo.
Hoy, después de años de intransigencia, analistas y políticos se preguntan qué sucedió para que, en pocas semanas,la canciller haya decidido apoyar un endeudamiento común, concepto eternamente rechazado por los caciques de su partido, la democracia-cristiana (CDU), y gran parte de la opinión pública alemana, violentamente críticos con la "cigarras" del sur.
Una de las respuestas a esa pregunta es que, simplemente, el mundo cambió. Y que una de las virtudes de Angela Merkel es su capacidad de adaptación cuando se trata del interés de su país. En este caso, la canciller comprendió que no habrá reactivación de la economía alemana sin solución para los países del sur de Europa. Con un Donald Trump que torpedea el multilateralismo y una China convertida oficialmente en un "rival sistémico", Europa recuperó una importancia crucial para Berlín.
Durante estos 15 años, muchos le criticaron esperar demasiado antes de decidir. Los editorialistas de su país inventaron incluso el término "merkeln" para designar su arte de la inercia.
Sin embargo, en situaciones críticas, Angela Merkel supo tomar decisiones inmediatas en terrenos sensibles: en mayo de 2011, tres meses después del accidente de Fukushima, anunció el abandono total de la energía nuclear de su país antes de 2022. En agosto de 2015 abrió las fronteras alemanas a centenares de miles de solicitantes de asilo, dejando boquiabiertos a sus socios europeos.
En junio de 2017, a tres meses de las elecciones legislativas, se declaró abierta —por primera vez— a un "voto de conciencia" de los diputados del Bundestag sobre el matrimonio gay. Por fin, en mayo de este año, decidió aceptar el principio de una mutualización de la deuda europea.
En vísperas de su retiro de la vida política, muchos se declaran decepcionados por la visión utilitarista de la canciller, resumida en su mantra "no hay Alemania fuerte en una Europa débil" que, es verdad, carece singularmente de idealismo. Tal vez se les podría aconsejar la lectura de Ludwig von Rochau. Hombre político del siglo XIX y partidario de la unificación alemana, el inventor del concepto de "Realpolitik" explicó muy bien que los múltiples Estados que formaban el espacio germánico no se fusionaron por simple placer, sino por interés, para hacer frente a los desafíos económicos que planteaban la industrialización y los nuevos modos de comunicación y transporte.
La aventura europea también comenzó en forma pragmática: poniendo en común el acero y el carbón. Merkel siguió al pie de la letra ese ejemplo. Y no parece haber tenido demasiada necesidad de preocuparse por cuál sería su lugar en los libros de historia.
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