En Gaza, la tregua fue apenas un breve respiro en un conflicto interminable
Luego del comienzo del alto el fuego, miles de palestinos salieron de sus refugios para ir a sus casas o conseguir alimentos; muchos se encontraron con sus hogares en ruinas y cadáveres bajo los escombros
CIUDAD DE GAZA.- El puerto de Gaza recuperaba ayer la vida: después de semanas de asedio, en las que los botes de pesca eran hundidos y los barcos israelíes bombardeaban la playa, el inicio de un cese del fuego de tres días, a las 8 (hora local), fue como la campanada que sacó a hombres, mujeres y chicos de sus escondites para ir a jugar y salir a lanzar las redes para conseguir alimento.
Hasta las 7.59, proseguía la normalidad de la violencia : desde el desierto y el mar, la artillería israelí golpeaba aldeas y ciudades, mientras los milicianos de Hamas abrían los ojos para lanzar cohetes hacia la inutilidad. Se estaban dando duro, como temerosos de perder el último momento de hacerse daño. Pero cuando el reloj marcó la hora, los cañones callaron.
Gaza despertó. Sin el miedo de ser aplastados por los gordos dedos de los cielos, los habitantes salían a ver cómo era el sol sin la intermediación de las ventanas. Algunos pensaban que ya, por fin, se había acabado la guerra, que el sufrimiento había pasado su punto más alto y que en su decadencia permitiría a la gente reconstruir sus vidas. Otros eran más cautos y pedían esperar al final del tercer día. "Estás en Gaza, aquí sólo crees en mañana cuando ya casi llegas a pasado mañana", dijo un palestino.
En algunos de los sitios más afectados, la retirada de las tropas permitió que los pobladores, asilados en otros lugares, regresaran a ver si su casa seguía allí o si por lo menos había algo que pudieran rescatar. Según la ONU, 235.000 personas (de un total de 1.800.000 habitantes en la Franja) están refugiadas en las escuelas del organismo. Pero hay muchos más. Nadie sabe cuántos: antes que ir a amontonarse en patios, pasillos y aulas, muchos trataron de ser recibidos por parientes o amigos. Por eso los misiles mataron en un solo golpe a familias completas.
Los más optimistas abandonaron los albergues con todo lo que tenían: utensilios, mantas, juguetes... todo en cualquier vehículo disponible. No así los que iban a Kuzaah, donde no había lugar para alegrías ingenuas. Este pueblo del sur de Gaza, dependiente de la ciudad de Jan Yunis, fue tomado por el ejército israelí en el inicio de su ofensiva terrestre. Su desocupación, durante la noche del jueves al viernes, abrió una puerta ancha y alta. Pero no a la esperanza, sino al horror.
Para bloquear el acceso, los soldados habían roto la ruta y los vehículos no podían aproximarse a menos de un kilómetro. Era el sitio donde esperaban las ambulancias y hasta ahí, entre las construcciones destrozadas, llegaban las primeras señales de lo que esperaba en la villa: con mantas como camillas, los jóvenes trasladaban cadáveres quemados.
Bajo un sol inhóspito, se percibía, poco a poco, el tamaño del espanto. No había una sola construcción sin daños. Muchas estaban en tal ruina que eran irreconocibles. Debajo de los escombros había cadáveres. No hacían falta perros entrenados para detectarlos: el hedor aullaba. El mismo que rodeó a los militares israelíes durante las dos semanas que estuvieron ahí, sin rescatar los cuerpos. Se lo dejaron a los que llegarían después.
Como a quienes comprendieron que un coche de madera, volteado y enterrado hasta la mitad en un cerro, iba tirado por un hombre humilde que ahora, seguramente, yacía oculto, sepultado por la explosión.
Al final del pueblo estaba la casa maldita. El hedor que hacía estremecer se intensificaba desde la entrada, al caminar por el jardín, y mucho más al pasar la puerta. Hedor de muerte concentrada. Al frente, una cocina, con charcos de sangre vieja e impactos de bala en la pared. A la derecha, un cuarto con la puerta desvencijada, la cama rota, sangre e impactos de bala. Entre ambos salones, un baño. El baño más doloroso del mundo.
Los cuerpos ya no estaban. Los vecinos que llegaron muy temprano encontraron los cadáveres. Fueron los primeros que sacaron de allí. No sabían decir cuántos: entre seis y ocho. Tampoco los pudieron reconocer porque habían sido destrozados a balazos y abandonados por semanas. Como pistas de los autores de la matanza sólo quedaban decenas de casquillos, esbeltos y alargados.
Al salir de ahí, las circunstancias habían cambiado. Se oían disparos. Los jóvenes ya no llevaban cadáveres podridos y calcinados, sino cuerpos de hombres heridos. Alguien explicó que el ejército quería vengar la captura de un militar israelí. "Secuestro", era el término que utilizaba, al afirmar que había ocurrido a las 9.30. "Pero uno no secuestra a un soldado invasor, lo toma prisionero", precisó. "Y lo hicieron antes de las 8." La diferencia es vital para establecer quién pulverizó la tregua. Eso quedaría en acusaciones mutuas.
Lo inmediato, en todo caso, era que los cañonazos sonaban cada vez más cerca. Los vecinos que habían regresado se marchaban a toda prisa. Los optimistas con sus autos llenos de enseres habían dado media vuelta. Las calles se vaciaban, temerosas de los gordos dedos de los cielos; los pescadores remaban a la costa y los chicos escapaban del alcance de los barcos israelíes. El puerto de Gaza recuperó la muerte.
"Es una guerra apuntada a los chicos"
- "Es la sangrienta guerra apuntada a los chicos, a las mujeres, a la gente que sufre", le contó a su hermana el cura argentino Jorge Hernández, que se encuentra en la Franja de Gaza en medio del conflicto.
- Según el cura, en la Franja "no dejan entrar alimentos y tampoco se lo permiten a la ONU ni a los organismos mundiales que podrían hacerlo", comentó Silvina Hernández a una radio mendocina.
- "Hay gente que en la desesperación empezó a tomar agua de mar. Gracias a Dios, él todavía tiene algunos recursos, pero al tener a su cargo a las refugiadas que son mujeres con bebes y 29 chicos discapacitados, la higiene es necesaria y dice que no le queda mucho más por dar", indicó la mujer. Anteayer, en su cuenta de Facebook, el cura argentino agradeció al gobierno argentino por la "total disposición para cualquier ayuda o servicio".
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