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IMAMLI (AFP).- En las remotas aldeas de las montañas turcas, el doctor Sergan Saracoglu, con su maletín repleto de jeringas, hace frente a un doble desafío cuando inyecta la vacuna anticovid a personas mayores: un clima extremo y unas creencias ancestrales recalcitrantes.
Tras conducir durante más de una hora por carreteras empinadas cubiertas de nieve, Saracoglu, acompañado por otro médico y una enfermera, llega a la aldea de Imamli, mayoritariamente kurda, situada entre las montañas de la provincia de Van (este de Turquía).
En su mano, una lista con los nombres de personas mayores de 65 años, que pueden recibir la vacuna. El equipo logra localizar a su primera paciente: Berfo Arsakay, de 101 años.
Tras inyectarle una primera dosis de la vacuna china CoronaVac en su casa, el equipo espera una media hora, mientras bebe té en su modesta vivienda, para asegurarse de que la señora no presente efectos secundarios.
“Tuvo una actitud positiva”, se congratula el doctor Saracoglu. “Hemos tenido casos en los que la gente se negó a vacunarse”, añadió.
Turquía, que comenzó a vacunar a su población a mediados de enero, ha registrado hasta ahora 2,5 millones de contagios por covid-19 y más de 27.000 muertes. Pero las zonas montañosas alejadas y aisladas de las ciudades parecen estar más protegidas de la pandemia.
“Aire limpio”
“Es algo muy bueno que hayan podido llegar hasta aquí, porque me llamaron para ir al hospital, pero juré que no lo haría hasta que acabáramos con este virus”, murmura la anciana centenaria.
El doctor Saracoglu y su equipo tuvieron menos suerte en otra pequeña aldea, Ozbeyli, ubicada en el mismo distrito. Se fueron sin poder vacunar a las tres únicas personas de su lista: un hombre al que no pudieron localizar y dos mujeres que rechazaron la vacuna.
El joven guardián del poblado, Mahmut Seker, se lanza en un discurso ecológico para quitarle importancia a la situación. “Gracias a Dios aquí no tenemos el coronavirus. Es un lugar limpio, con aire limpio”, afirma. “La gente no quiere vacunarse por eso. Además, tienen miedo”, dice.
El médico concuerda en que estas zonas alejadas están menos expuestas.
“Generalmente, en aldeas tan pequeñas se han registrado muy pocos casos. Es gracias a esta distancia social natural, al aire libre”, dice Saracoglu. “Además, en el invierno (boreal), quedan aisladas geográficamente de la ciudad, lo que significa que el coronavirus circula menos”, agrega.
En Imamli, los padres de Sabahtin Saymaz, ya ancianos, están ansiosos por poder volver a Bahcesaray, capital del distrito, en la que no ponen un pie desde el inicio de la pandemia.
“Tuvieron mucho cuidado. Nunca fueron hasta el pueblo. Esperaban a ser vacunados”, confía, viendo cómo sus padres reciben la primera dosis de la vacuna inyectada por el equipo del doctor Saracoglu. La segunda inyección queda programada 28 días después.
Fotos: Bulent Kilic / AFP
Edición Fotográfica: Enrique Villegas
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