En el Vaticano, una cárcel con tres calabozos, un solo preso y un repentino auge de enjuiciados
Monseñor Carlo Capella, condenado en 2018 a cinco años de prisión por tener y compartir pornografía infantil, es el único preso de la ciudad-Estado
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CIUDAD DEL VATICANO.- Es uno de los pocos sectores del Vaticano fácilmente accesible para el público: una pequeña oficina, a pocos pasos de la frontera de la ciudad-Estado, donde los católicos pueden adquirir la constancia de una bendición papal para alguna ocasión personal especial. Durante una mañana típica, los clientes se acercan al mostrador, encargan un pedido de oraciones para un bautismo o un aniversario, y le entregan sus tarjetas de crédito a las monjas que atienden detrás de una mampara de acrílico.
Después, justo antes del almuerzo, del cuartito del fondo emerge otro trabajador, un hombre de pulóver negro y cuello clerical. Se trata de monseñor Carlo Capella, el único preso en el Vaticano, que acaba de terminar su turno matutino.
Durante muchos años, el sistema de justicia del Vaticano fue acotado e indescifrable en partes iguales. La Iglesia suele preferir la penitencia espiritual que las penitenciarías. La ciudad-Estado tiene apenas tres calabozos. Su tribunal rara vez ha juzgado delitos penales. Y hasta en los casos de alto perfil como la de monseñor Capella, condenado en 2018 a cinco años de prisión por tener y compartir pornografía infantil, poco se sabe de lo que ocurre a continuación con los convictos.
Hasta ahora, por ejemplo, nadie sabía del programa de salidas laborales diurnas del que goza Capella y que fue confirmada por su abogado, que agregó que se trata de un trabajo de oficina ad honorem cuyo propósito es la “rehabilitación” del reo.
“En todo lo demás, está en una situación penitenciaria común”, dice Roberto Borgogno, abogado de Capella. “Salvo que no hay riesgo de motines”.
Pero ahora, tras haber sido acusado durante años de proteger a los suyos, el Vaticano de pronto tiene en marcha una cantidad de juicios sin precedentes en el siglo transcurrido desde su creación como ciudad-Estado independiente.
De hecho, el primer juicio por abuso sexual terminó la semana pasada, con la absolución de los dos sacerdotes implicados, un fallo que será apelado.
Y acaba de comenzar un juicio de gran escala que analizará los posibles delitos financieros de 10 personas, entre ellas el cardenal Angelo Becciu, involucrado en una billonaria inversión del Vaticano en propiedades de lujo en Londres. Los abogados de ese caso argumentan que los fiscales del Vaticano se extralimitaron y violaron los procedimientos. Es probable que el juicio dure varios meses, o incluso más.
Pero la mera existencia de ese y otros juicios en marcha habla de cambios más amplios, algunos implementados debido a presiones externas.
El Vaticano ha recibido presiones para que adhiera a más acuerdos internacionales, y desde que adoptó el euro, para que aplique reglas financieras más estrictas, también contra el lavado de dinero. El papa Francisco también ha emitido una serie de decretos sobre transparencia y manejo de contratos públicos, ampliando los poderes del Vaticano en asuntos penales y derogando algunos plazos de prescripción de delitos.
A pocos meses de iniciarse su pontificado, Francisco decretó que hasta los diplomáticos de la Santa Sede en el extranjero podrían ser juzgados en los tribunales vaticanos. Esa decisión fue la que permitió enjuiciar a Capella, un sacerdote que poco antes de su acusación había cumplido funciones diplomáticas en Washington.
“Ahora tenemos muchas normas y reglas que antes no teníamos”, dice monseñor Juan Ignacio Arrieta, secretario del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos.
Dónde está la prisión
El centro de detención está escondido en un rincón de las 44 hectáreas de territorio de la ciudad-Estado, lejos del fárrago turístico, en un ala del cuartel donde funciona la policía y la fuerza de seguridad del Vaticano. Según abogados y personas que conocen ese sector, las tres celdas tienen su propio baño, una cama de hierro fija y una mesa amurada a la pared. Las ventanas tienen rejas, pero el vidrio se puede abrir. Varias personas señalaron que la comida es buena.
Las instalaciones funcionan como calabozo de prisión preventiva y también como cárcel para los condenados. El Vaticano también puede transferirle delincuentes al Estado italiano: de hecho, Mehmet Ali Ağca, el protagonista de uno de los delitos más notorios cometidos en territorio vaticano, el intento de asesinato de Juan Pablo II, en 1981, cumplió su condena en una cárcel italiana.
Pero en otros casos, el Vaticano ha preferido mantener intramuros a los transgresores, como en el caso de dos personas condenadas por la filtración de documentos, ya que a la Iglesia le preocupaba que representaran un riesgo para la seguridad de la ciudad-Estado.
Hasta que llegó Capella, aquellos filtradores de documentos habían sido los ocupantes más famosos de las celdas vaticanas. Uno de ellos era el sacerdote español Lucio Vallejo Balda, condenado por pasarles documentos internos a los periodistas y al que Francisco indultó en 2016, cuando había cumplido la mitad de su pena a 18 meses de cárcel. El otro era Paolo Gabriele, exmayordomo del papa Benedicto XVI.
Gabriele era una cara tan visible que hasta le sostenía el paraguas al pontífice cuando llovía. En su juicio, argumentó que había robado documentos del palacio apostólico para proteger a su jefe, con la esperanza de echar luz sobre la corrupción y otras actividades nefastas en el interior del Vaticano. Pero sus filtraciones desencadenaron un gran escándalo, dañaron la reputación de hermetismo del Vaticano, y hasta se cree que influyeron en la decisión final de Benedicto XVI a la hora de abdicar.
Desde su arresto y durante los dos primeros meses de su condena a un año y medio de prisión, Gabriele ocupó una de las celdas vaticanas, hasta que un día recibió la visita de Benedicto y el pontífice le dijo que estaba perdonado.
En sus escasas declaraciones tras recuperar la libertad, el exmayordomo dijo la vida en la prisión del Vaticano era dura y agregó que durante el juicio lo tenían en una habitación tan chica que no podía ni estirar del todo los brazos. Según Gabriele, le dejaban la luz encendida todo el tiempo, y al principio “hasta me negaron una almohada”.
“Era una prisión de lujo”, dice Ambra Giovene, abogada de Gianluigi Torzi, una de las 10 personas que están procesadas en los juicios actualmente en marcha. La abogada dice que esas comodidades son deliberadas, como una forma de lograr la cooperación de Torzi.
El año pasado, tras ser indagado y luego arrestado, Torzi pasó 10 días en prisión preventiva en una de las celdas. Durante su detención, dice su abogada, intercambió saludos con Capella en el patio del cuartel.
Ninguno de los diez procesados actuales se encuentra detenido.
La abogada que representó al sacerdote español Vallejo Balda dice que la experiencia del sacerdote en la cárcel vaticana fue “muy positiva”.
“Como en ese momento era el único preso, los guardias lo ayudaban ante cualquier necesidad que pudiera tener”, dijo la abogada Emanuela Bellardini. “Nunca tuve problemas para ingresar a verlo.”
Borgogno, el abogado de Capella, dice que el Vaticano tiene la ventaja de ser muy pequeño, y por lo tanto muy fácil de controlar. “Todo el mundo sabe quién entra y quién sale, así que no tiene problemas para verificar que mi defendido respeta sus limitaciones”, dijo. Y agrega que Capella solo realiza tareas de oficina, pero que ese “trabajo de escritorio” es muy importante. De lo contrario, el único preso del Vaticano estaría, de facto, en confinamiento solitario.
The Washington Post
Traducción de Jaime Arrambide
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