En el corazón del brote: el pavor paraliza a una aldea donde el virus golpeó puerta a puerta
Njala Ngiema, en Sierra Leona, es tal vez el lugar más devastado por la furia del Ébola
NJALA NGIEMA, Sierra Leona.- Las señales de la lucha mortal están a la vista: blisters vacíos de pastillas desparramados alrededor de las casas donde el Ébola llamó a la puerta. Allí cerca, en el barro, sobres vacíos de sales de rehidratación por vía oral. Las pastillas no funcionaron, y si los enfermos llegaron hasta el hospital, ya era demasiado tarde.
En hogar tras hogar, el Ébola se ha cobrado sus víctimas: en esta casa murieron 10, en aquella cuatro, incluidos tres chicos. Un par de metros más allá vive un hombre solo: perdió a su esposa. Y en aquella otra vivienda murieron siete, según la maestra del lugar. En una casa larga y de techos bajos, murieron 16, todos de la misma familia. En el exterior de otra casa hay dos chicas menuditas de 6 y 7 años, sentadas en silencio: sus padres ya no están.
Y hay muchos más. "¡Son tantos!", dice Sheku Jaya, la maestra de 35 años de la aldea, mientras se aferra a los dedos de su hijita. "Perdimos a muchísima gente."
Aquí, en el país más afectado por el Ébola, y en la zona más azotada del país, tal vez ésta sea la aldea más devastada por la enfermedad, según funcionarios locales e internacionales. Unos 61 habitantes murieron en este lugar, sobre una población total de alrededor de 500. Njala Ngiema, esta comunidad de paredes de adobe dedicada al cultivo de arroz y de mandioca, y enclavada en el medio de la selva, ahora está sumida en el silencio.
Todavía hay gente, pero el lugar parece muerto. En el interior oscuro de las viviendas, las pocas pertenencias de los fallecidos -jirones de ropa, sandalias, alguna radio- siguen intactas después de semanas. Hace casi un mes que no se registran aquí casos nuevos, pero el miedo a que el mortal virus siga acechando ha obligado a dejar todo como estaba. Nada parece haberse movido desde que la letal oleada barrió la localidad.
El gobierno de Sierra Leona, desesperado por contener una epidemia que se ha cobrado 300 vidas sólo en este país, logró acordonar con éxito esta región, con el despliegue de tropas y de retenes en las áreas más afectadas. Dos distritos de esta región este del país fueron puestos en cuarentena por el gobierno.
Ahora, una región del tamaño aproximado de Jamaica ha quedado aislada del resto del país a causa de los bloqueos, según advirtió el máximo líder local, David Keili-Coomber, y alertó que ese hecho es aún más preocupante, ya que si la epidemia no diezma la región, podría hacerlo la subsecuente falta de alimentos y suministros.
"Nuestro miedo es que con estos bloqueos de caminos muera más gente de hambre y desnutrición que por el Ébola", declaró Keili-Coomber vía e-mail.
La extensa cuarentena, muy parecida a la impuesta del otro lado de la frontera, en Liberia, pone en evidencia una de las realidades básicas de la lucha contra la epidemia: ni el gobierno ni las organizaciones sanitarias internacionales que están en la línea de fuego de la enfermedad parecen capaces de detener su avance. Son tantas las localidades golpeadas y son tan pocos los trabajadores de la salud y los recursos disponibles para detener ese avance, que los gobiernos han optado por acordonar regiones enteras, en un intento por contener los daños.
"Cada semana aparecen una o dos aldeas infectadas más", dijo Anja Wolz, de Médicos Sin Fronteras, al mando del centro de tratamiento de la enfermedad en las afueras de la ciudad de Kailahun. "Es una catástrofe."
La cuarentena del gobierno llegó demasiado tarde para Njala Ngiema, donde las heridas dejadas por la enfermedad son como el camino lodoso que atraviesa esta aldea salpicada de palmeras. Frente a una casa donde murieron cinco personas cuelgan unos jeans azules: nadie los tocó desde que pasó el Ébola. En el interior de una casa donde murieron dos ancianas, hay una bolsa con la inscripción See the World llena de ropa, lista sobre una cama para un viaje al hospital, que nunca ocurrió. Toallas, pantalones y ropa interior cuelgan de una soga en otra casa, donde vivía Foday Joko con su esposa y su hija: los tres murieron.
En la parte posterior de la casa de Alhaji Abbah, donde murieron 16 personas, sigue colgada la ropa manchada por las labores en el campo. Nadie se atreve a sacarlas. "La gente tiene miedo. Les pedimos que quemen todo", dijo Fames Baion, un maestro de la región que está ayudando a organizar la respuesta al Ébola en nombre de las autoridades locales.
Las aldeas de los alrededores fueron aisladas y la vida entró en punto muerto. Las escuelas están cerradas, los eventos deportivos fueron cancelados y el precio de los alimentos se fue a las nubes.
Incluso en el centro de tratamiento de Médicos Sin Fronteras en las afueras de Kailahun, los doctores no dan abasto para detener la enfermedad, a pesar de contar con 300 colaboradores, 10 carpas, más de 2000 trajes protectores y un protocolo de precisión matemática para reducir el riesgo de contagio.
- Traducción de Jaime Arrambide