En el corazón de la Europa nacionalista, el Papa tuvo un baño de multitudes y el encuentro con Viktor Orban
En Budapest llamó a construir nuevos puentes y advirtió sobre la amenaza del antisemitismo; muy cálida recepción en Eslovaquia
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BRATISLAVA.- Un llamado a “no encerrarse en la propia identidad”, sino a dialogar con culturas diversas y a construir puentes; y una advertencia sobre “la amenaza del antisemitismo, que todavía serpentea en Europa y en otros lugares y que es una mecha que hay que apagar”.
Fue el fuerte mensaje que envió el papa Francisco hoy en su paso relámpago por Budapest, capital de Hungría, donde tuvo el primer baño de masas de la postpandemia y se reunió con su hombre fuerte, el premier de derecha y soberanista, Viktor Orban, en medio de grandes expectativas mediáticas debido a que se trata de un líder político en las antípodas por sus exacerbadas posturas anti-inmigrantes y nacionalistas. Como estaba previsto, visto que el origen de la visita de 7 horas a Budapest era para la misa de cierre del Congreso Eucarístico Internacional y no una visita de Estado -como reiteraron una y otra vez desde el Vaticano, que intentaba despejar cualquier lectura política-, el encuentro no fue a solas. Orban estaba junto al presidente y el vicepresidente de Hungría, país de casi 10 millones de habitantes, la mayoría (el 61%) católicos. Y el exarzobispo de Buenos Aires junto a su número dos, el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado y al “canciller” del Vaticano, el arzobispo británico Richard Gallagher.
Si bien es sabido que el Vaticano no está absolutamente de acuerdo con las políticas anti-inmigrantes de Orban, enfrentado también a la Unión Europea por controvertidas medidas para limitar la libertad de prensa y la autonomía de la magistratura, según el escueto comunicado del Vaticano que le siguió al encuentro, en el que hubo un “clima cordial”, no se habló de estos asuntos, que dividen. Como suele ser muy del estilo del Papa, se prefirió poner sobre la mesa cuestiones que unen: “Entre los varios argumentos tratados, estuvo el rol de la Iglesia en el país, el compromiso por la salvaguardia del ambiente, la defesa y la promoción de la familia”, indicó la Santa Sede.
En la foto de los dos saludándose divulgadas, curiosamente no pudo verse el rostro del Papa, retratado de espaldas. Más allá del hermetismo de ese encuentro, que tuvo lugar en un bellísimo salón del Museo de Bellas Artes, en los mensajes que el Pontífice pronunció más tarde, en un encuentro con obispos, otro con representantes del Consejo Ecuménico de las Iglesias y de comunidades judías de Hungría y en la misa de cierre del Congreso Eucarístico Internacional, sí puso los puntos sobre las íes.
“Ante las diversidades culturales, étnicas, políticas y religiosas podemos tener dos actitudes: cerrarnos en una rígida defensa de nuestra así llamada identidad, o abrirnos al encuentro del otro y cultivar juntos el sueño de una sociedad fraterna”, dijo, al recordarles a los obispos húngaros la importancia de ser testigos de fraternidad en su país de casi 10 millones de habitantes, donde viven varias etnias, minorías, confesiones y migrantes, algo que “asusta”, según reconoció. “La pertenencia a la identidad de uno nunca debe convertirse en motivo de hostilidad o desprecio de los demás, sino una ayuda para dialogar con culturas diversas”, agregó, al invitar a la Iglesia a construir “nuevos puentes de diálogo”.
Y hubo más. “Dejemos que Jesús sane nuestras cerrazones y nos abra al compartir, nos cure de las rigideces y del encerrarnos en nosotros mismos”, dijo durante la multitudinaria misa que presidió luego en la emblemática Plaza de los Héroes de Budapest. “El sentimiento religioso es la savia de esta nación, tan unida a sus raíces. Pero la cruz plantada en la tierra, además de invitarnos a enraizarnos bien, eleva y extiende sus brazos hacia todos; exhorta a mantener firmes las raíces, pero sin encerrarse”, advirtió. Lo escuchaba, en primera fila, Orban, un calvinista conocido por sus más que rígidas políticas migratorias. En 2015 comenzó a construir un muro en la frontera meridional para bloquear al flujo de migrantes de la llamada “ruta balcánica”. Y junto al llamado grupo de Visegrad -que integra también la vecina Eslovaquia, donde el Papa llegó por la tarde-, rechazó con firmeza la redistribución en cuotas de refugiados. Aunque, por otro lado, en los últimos años financió diversos proyectos en favor de cristianos perseguidos presentes en áreas de conflicto de Medio Oriente.
De hecho Orban, el segundo líder más longevo de Europa después de la canciller alemana, Angela Merkel y que busca la relección, se presenta en Hungría como “el defensor de la Europa cristiana” y de valores como “fe, familia y nación”. Para ganar respaldo de la mayoría católica, también financió en los últimos años la restauración y construcción de 3000 iglesias, así como le dio fondos a escuelas católicas y matrimonios que querían tener hijos, incluso en países vecinos donde hay comunidades húngaras.
En este marco, no sorprendió que Orban organizara a lo grande el Congreso Eucarístico Internacional, que culminó con la presencia del Papa y más de 100.000 personas luego de una semana de reuniones y que contó con la presencia de prelados de 70 países. La Plaza de los Héroes, donde se cerró el evento y sus inmediaciones, contaban con decenas de pantallas gigantes, espacios para bellísimos coros, orquesta y demás.
Allí, centenares de fieles que lo esperaron entonando bellísimos coros, bajo el sol, con banderas del Vaticano, pero también de Hungría y varios países -también de la Argentina-, le dieron una recepción triunfal al Papa cuando llegó, poco antes de las 11 de la mañana, a la explanada, en papamóvil. Después de meses de abstinencia de grandes masas debido a la pandemia, para Francisco, de 84 años y que se operó de colon hace dos meses, fue como un bálsamo. En su vuelta en papamóvil, que como siempre hizo detener para besar a algún bebe que le pasaban desde la multitud, se lo veía radiante, saludando sonriente a todos levantando el brazo o el pulgar de la mano derecha, lleno de energía.
En su primer viaje internacional postpandemia -el último, en marzo, a Irak, fue en medio de la pandemia-, al Papa se lo vio bien, increíblemente recuperado. Durante el vuelo de poco más de una hora que de Roma, al alba, lo llevó muy temprano a la mañana hasta Budapest, como siempre saludó, uno por uno, a los periodistas, charlando con ellos y bromeando como siempre, tanto es así que aún estaba en eso cuando el avión comenzó las maniobras de descenso.
El único cambio que se advirtió es que, a diferencia de los viajes anteriores, al pronunciar sus discursos el Papa estuvo sentado. Como hizo otras veces en el Vaticano, en uno de los encuentros se disculpó por ello, ostentando su clásico humor porteño: “Discúlpenme si no he hablado sentado, pero no tengo quince años”, bromeó.
En su breve paso por Hungría, donde vivía la más grande comunidad judía de Europa hasta que los nazis en 1944 deportaron a 435.000 judíos húngaros a los campos de concentración, el exarzobispo de Buenos Aires también recordó ese pasado oscuro de guetos y exterminio. “Debemos estar atentos y debemos rezar para que no se repita. Y comprometernos a promover juntos una educación para la fraternidad, para que los brotes de odio que quieren destruirla no prevalezcan. Pienso en la amenaza del antisemitismo, que todavía serpentea en Europa y en otros lugares. Es una mecha que hay que apagar y la mejor forma de desactivarla es trabajar en positivo juntos, es promover la fraternidad”, advirtió.
En una de las jornadas más largas de sus viajes internacionales, después de su intensa escala en Budapest, el Papa volvió a subirse por segunda vez a un avión, siempre sonriente, pasadas las dos y media de la tarde. Después de 50 minutos de vuelo, en los que aprovechó para almorzar y descansar, llegó a Bratislava, capital de Eslovaquia. Allí, donde fue recibido con todos los honores y segunda etapa de un viaje al corazón de Europa que pondrá a prueba su resistencia física, que durará hasta el miércoles, siguió con una agenda agotadora: otro encuentro ecuménico y con jesuitas que viven en este país pequeño, de poco más de 5 millones de habitantes, el 73%, católicos. No por nada cuando aterrizó en el vuelo que traía al Pontífice, todas las campanas de esta capital repicaron por más de quince minutos, una señal de bienvenida al huésped ilustre.
Recuerdo del Colegio María Ward de Plátanos
En su discurso a los obispos polacos, en el que subrayó la larga historia de la Iglesia de Hungría, “marcada por una fe inquebrantable, por persecuciones y por la sangre de los mártires”, durante el régimen comunista que padeció después de la Segunda Guerra Mundial, mencionó a las monjas húngaras que fundaron el Colegio “María Ward” en Plátanos, localidad de la provincia de Buenos Aires. “Conservo vivo en el corazón el recuerdo de las monjas húngaras de la Sociedad de Jesús(Englische Fräulein), que, debido a la persecución religiosa, tuvieron que dejar su patria”, evocó. “Con el coraje de su personalidad y la fidelidad a la vocación fundaron el Colegio “Maria Ward” en la ciudad de Plátanos, cerca de la capital”, precisó. Y destacó que de “su fortaleza, de su coraje, de su paciencia y de su amor por la patria he aprendido mucho”. “Para mí fueron un testimonio -siguió- y recordándolas aquí, hoy, le rindo homenaje a tantos hombres y mujeres que debieron exiliarse y también a quienes han dado la vida por la patria y por la fe”.
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