En el Ártico, Noruega empieza a ver espías rusos por todas partes
Ahora que las sanciones de Occidente han cortado casi por completo el flujo de combustibles fósiles rusos a Europa, Noruega pasó a ser la mayor proveedora de gas y petróleo del continente, y ese rol vital se ve amenazado
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TROMSO, Noruega.- Pensándolo en retrospectiva, había varias cosas que no cerraban en torno a Jose Gianmaria, investigador visitante en la Universidad de Tromso, en el ártico noruego.
Para empezar, Gianmaria era visiblemente brasilero, pero no hablaba una palabra de portugués. A eso se sumaba que él mismo había costeado su visita, algo muy raro en las instituciones académicas, y hasta tenía pensado extenderla, pero en ningún momento hablaba de su investigación. Sin embargo, era muy atento y servicial, y hasta se ofreció a rediseñar el portal web del Centro de Estudios para la Paz, donde trabajaba en su condición de visitante.
Así eran las cosas hasta el 24 de octubre de este año, cuando llegó la policía de seguridad de Noruega (PTS) para allanar su oficina. Días después, anunciaron su arresto: era un espía ruso llamado Mikhail Mikushin.
La noticia provocó escalofríos en todo el campus universitario, dice Marcela Douglas, directora del Centro de Estudios para la Paz, dedicado a la investigación de la seguridad y el conflicto. “Empecé a ver espías por todas partes”.
Y lo que pasa en Noruega se repite en gran parte de Europa.
Ahora que se empantanó la guerra en Ucrania y que el aislamiento internacional de Moscú se profundizó, los países europeos temen que, en su desesperación, el Kremlin saque provecho de la apertura de las sociedades occidentales para redoblar sus intentos de espionaje, sabotaje e infiltración, tal vez como una advertencia, o para demostrar a lo que estaría dispuesto a llegar, de ser necesario, si se desata un conflicto más generalizado con Occidente.
Mikushin es uno de tres ciudadanos rusos recientemente arrestados en Europa bajo sospecha de ser “ilegales”: espías infiltrados en una sociedad local para espionaje a largo plazo o reclutamiento de adeptos. En junio, un pasante de la Corte Penal Internacional, también con pasaporte brasilero, fue arrestado en La Haya, Países Bajos, y acusado de espiar para Rusia. Y a fines de noviembre, una redada de la policía sueca terminó con la captura de una pareja rusa acusada de espionaje.
Pero los incidentes sospechosos se repiten en toda Europa: en Alemania, los militares tienen fuertes sospechas de que los drones que fueron vistos sobrevolando las instalaciones militares donde se entrenan las tropas ucranianas son de las fuerzas de inteligencia rusa. Las roturas de cables submarinos en Francia, aunque no se atribuyen a acto malicioso intencional, han despertado sospechas entre los analistas de seguridad. Y también causaron alarma los hackeos a las redes de distribución de combustible en Bélgica y Alemania pocos días antes de que Rusia lanzara la invasión.
No todos los incidentes pueden atribuirse con certeza al Kremlin, y en muchos lugares, el refuerzo de la vigilancia y la preocupación real son difíciles de distinguir de la paranoia generalizada. De hecho, Rusia ha calificado la seguidilla de arrestos en Noruega, en su mayoría de ciudadanos rusos que vuelan drones, como una forma de “histeria colectiva”.
Noruega, sin embargo, podría tener más razones ciertas para preocuparse.
Ahora que las sanciones de Occidente han cortado casi por completo el flujo de combustibles fósiles rusos a Europa, Noruega pasó a ser la mayor proveedora de gas y petróleo del continente. Frente a sus costas sobre el Ártico están tendidos los cruciales cables submarinos que dan servicio de internet al polo financiero de Londres y que transmiten las señales satelitales desde el extremo norte, donde Noruega comparte 200 kilómetros de frontera con Rusia, y por debajo del océano Atlántico hasta Estados Unidos.
Ese rol vital se ve mucho más amenazado desde septiembre, cuando diversas explosiones destruyeron parte del gasoducto Nord Stream entre Rusia y Alemania, atentados por los que Moscú y Washington han intercambiado acusaciones cruzadas.
“Fue un llamado de atención. La guerra no se libra solo en Ucrania. También puede afectarnos a nosotros, aunque difícil atribuir responsabilidades”, dice Tom Roseth, profesor de la Escuela de Defensa de Noruega.
En los últimos años, hubo varios espías rusos convencionales que fueron arrestados y expulsados de Noruega, y tal vez por eso ahora Rusia recurre a sus “agentes dormidos” ya infiltrados en el territorio, especialmente ante los reveses bélicos en Ucrania.
El reciente auge de incidentes, dice Roseth, reflejan la necesidad que tiene Rusia de “despertar” a esos espías dormidos.
“Moscú está bajo presión y necesita aprovechar su red de espionaje”, dice Roseth. “Aunque son actividades que ya existían, pienso que ahora el riesgo es mayor”.
Los noruegos han respondido diligentemente a la situación de alerta, inundando a la policía de llamados sobre avistamientos de drones o sobre extranjeros en actitudes supuestamente sospechosas.
Pero algunos ahora temen que la hipervigilancia haya ido demasiado lejos, especialmente en un terreno tan turbio como el de supuesto espionaje.
Hace unos días, en la oscuridad absoluta del invierno ártico, el pequeño tribunal regional de Tromso escuchó dos casos contra ciudadanos rusos acusados de volar drones.
Ninguno fue acusado de espionaje —algo muy difícil de probar— sino de violar las sanciones europeas que prohíben a los ciudadanos rusos volar aeronaves, que Noruega ahora interpreta que también incluye los aviones no tripulados, o drones.
A mediados de octubre, siete rusos fueron arrestados por volar drones, y cuatro de ellos fueron juzgados. Dos fueron condenados a cumplir penas de prisión efectiva de 90 y 120 días respectivamente.
Otro de los detenidos por un hecho similar es Andrey Yakunin, el hijo de Vladimir Yakunin, antiguo aliado del presidente ruso Vladimir Putin, y su juicio es seguido de cerca en toda Rusia.
El joven Yakunin, un empresario que vive en el Reino Unido y tiene ciudadanía británica, tomó distancia de la invasión de Rusia.
Fue arrestado cuando las autoridades noruegas detuvieron su yate, el Firebird, y le preguntaron si tenía un dron. Yakunin les mostró el dron que utilizaba para capturar imágenes de él y su tripulación esquiando y pescando entre los paisajes glaciales del Ártico noruego.
Los fiscales piden una condena de 120 días de cárcel.
“Por supuesto que no soy un espía, aunque tengo una colección completa de películas de James Bond”, bromeó Yakunin en una entrevista posterior al inicio de su juicio, el 3 de diciembre.
En el otro extremo del pasillo de los tribunales, en una diminuta sala de audiencias lejos de las cámaras, un canoso ingeniero ruso, Aleksey Reznichenko, defendía entre lágrimas su propio caso, de mucho más bajo perfil. Reznichenko había sido arrestado por sacar fotos de las vallas y el estacionamiento frente a la torre de control del aeropuerto de Tromso.
“Tuve un presentimiento”, dice Ivar Helsing Schroen, el gerente de control aéreo, que fue quien empezó a sospechar y llamó a la policía. “Me parecía todo muy raro”.
Pero el país entero parece no sabe cómo manejar la situación. Los jueces de los casos de Yakunin y Reznichenko finalmente decidieron absolverlos, pero los fiscales apelaron ambos casos. En enero, Yakunin tendrá que volver a los tribunales Tromso.
Hay muchos noruegos, como el controlador aéreo Schroen, que insisten en que la precaución siempre está justificada. Se enteró de la absolución del sospechoso desde la torre de control, a pocos kilómetros del tribunal, pero no siente culpa de haber enviado al hombre a juicio.
“Los espías están definitivamente interesados en el Ártico”, dice Schroen. “Hay que ser muy ingenuo para pensar de otra manera”.
Por Erika Dolomon y Henrik Pryser Libell
Traducción de Jaime Arrambide
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