En Edimburgo, una revolución en cada esquina
En una jornada electoral festiva e inolvidable, los escoceses coparon las calles para proclamarse a favor del sí o del no
EDIMBURGO.- A Hans Künd se le humedecen los ojos con el espectáculo de los votantes que entran y salen de una oficina pública en la Royal Mile, la emblemática vía medieval de la capital escocesa. Está solo y lleva atada al cuello una bandera blanca con un águila roja. "Ojalá hoy empiece una ola imparable. Para nosotros sería un sueño que gane el sí." Acaba de llegar desde Bolzano, en el norte de Italia, y cuando dice nosotros se refiere al movimiento nacionalista de Tirol del Sur, que lucha por independizarse o unirse a Austria.
A dos pasos de él una pareja de mediana edad despliega una pancarta: "Cerdeña no es Italia. ¡Libertad ya!" Tres vascos de San Sebastián los abrazan agitando una ikurrina.
Se acerca el mediodía y el centro de Edimburgo parece un parque temático de los independentismos europeos. Hay catalanes por todos lados, ilusionados con repetir un día en casa lo que tienen a la vista.
Una señora y su hija salen de votar con calcomanías que rezan "yes" pegadas en la cara y se ganan una ovación. Ian Bard llega al centro electoral cubierto por la bandera azul con la cruz blanca de San Andrés, una camiseta con el símbolo del Partido Nacionalista Escocés y la falda verde a cuadros de la grandes ocasiones. Dos activistas del no lo encaran en la puerta: "¿Tenemos alguna oportunidad contigo?". Se dan la mano, muertos de risa.
La batalla para convencer a los indecisos sigue hasta el último segundo. "Cada voto vale, si puedo convencer a uno solo de que es una locura romper con Gran Bretaña habré cumplido con mi patria. Que es Escocia, por supuesto", explica Neill McLaren, maestro de escuela de 42 años. Se pidió el día en el trabajo para estar ahí, en la calle, repartiendo folletos, rogando que lo escuchen.
Es un día irrepetible pero laborable. Todo funciona con relativa normalidad, mientras en cada esquina se proclama una revolución. Ninguna tan pasional como la que se vive a las 15 en la barriada obrera de Craigmiller. Derek Dukin, un sindicalista con tantos años como derrotas en el cuerpo, toma un micrófono y se transforma: "Les tengo una noticia, gente. Nuestras encuestas de boca de urna nos confirman que un 75% votó sí en esta zona. ¡Hoy rompemos las cadenas! ¡Salgan a las calles, golpeen las puertas de sus vecinos, convénzanlos de votar por la independencia!".
Lo alientan unas 30 personas que lo conocen bien. Se habían juntado al pie de un monoblock gris para iniciar lo que bautizaron "la breve marcha hacia la libertad". Consiste en caminar juntos diez cuadras hasta el centro de votación. Ryan Randolf, un muchacho nacido en Estados Unidos, se encarga del color local: va al frente de la manifestación tocando la gaita y vestido con las ropas típicas de las Tierras Altas. "¡Súmense! -arenga Dukin-. Por sus hijos, por ustedes, por su futuro. Hoy les decimos basta para siempre a los tories, a los laboristas, a los liberales." Hay gente que sale a las ventanas al oír el jaleo. Sacan fotos. Aplauden. Algunos se unen.
Por las avenidas de la ciudad circulan autos engalanados con banderas: unos con la de Escocia, otros con la de Gran Bretaña, bastantes con las dos. A un costado del puente George VI, en el centro, sigue el desfile de votantes al atardecer. Entre ellos está Josh Tindell, de 16 años. Lleva el uniforme azul del colegio que le da un aire a Harry Potter. Orgulloso, le muestra a su padre la selfie que se sacó adentro con la boleta tachada en el cuadradito del sí.
Los catalanes animan la fiesta en la Royal Mile. "Queremos votar, pero España no nos deja", explica a un canal japonés Jordi Miró, que viajó a Escocia con un contingente de nacionalistas de Arenys de Mar.
En la cuadra siguiente, a los pies de la estatua de Adam Smith, un militante del independentismo radical escocés anuncia el nacimiento de un Estado socialista si gana el sí. Lo aplaude Collins Reynolds, un inglés que lleva 40 años batallando sin éxito alguno por conseguir la autonomía del condado de Wessex. John Lockley le pelea la audiencia: vestido de pies a cabeza con los colores de la Union Jack, pide a todos los que pasan a su lado que no se dejen convencer. "¡No nos suicidemos! ¿Por qué quieren romper algo que funciona?"
Cae la noche. Se apaga un día electrizante, inolvidable. Queda, nada menos, esperar que hable la Historia.
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