En Córcega, la mafia se expande, se divide y ajusta sus cuentas a pura violencia
La bella isla mediterránea se encuentra bajo el fuego de bandas que rivalizan por negocios ilegales
PARÍS.– Desde el mes de octubre, cada semana aparece en Córcega un cadáver acribillado a balazos. Fueron 18 desde comienzos de año, más de 100 desde 2008. Un macabro promedio anual que transforma a ese sublime territorio francés, engarzado en las aguas azules del Mediterráneo, en el espacio con la tasa de criminalidad más alta de Europa y de los 34 países de la OCDE.
En Córcega se mata, y se mata mucho más que en otras partes. Más de 30 muertes e intentos de asesinato por año en una isla de 300.000 habitantes. Es más que en Nápoles y seis veces más que en Sicilia.
El ministro del Interior, Manuel Valls, señaló la semana pasada que Córcega concentra el 20% de los asesinatos por arreglos de cuentas cometidos en toda Francia.
"Una proporción absolutamente excepcional en relación con la importancia de la población del país [65 millones]", afirmó.
Valls también pronunció la palabra que hasta ahora parecía tabú: mafia. Para el ministro, la mafia es la responsable de esa espiral de violencia en Córcega que el Estado tiene tantas dificultades en controlar.
"No se trata de un individuo que mata a su mujer con un cuchillo. Estamos hablando de arreglos de cuentas entre bandas rivales de crimen organizado o de guerras fratricidas entre grupos nacionalistas", dijo Gilbert Thiel, juez instructor antiterrorista con 16 años de experiencia en la isla.
Escenario de viejas reivindicaciones independentistas, la tierra que vio nacer a Napoleón fue testigo de violencia política durante más de cuatro décadas.
La naturaleza del crimen evolucionó, sin embargo, desde 1998, cuando, en un asombroso acto de terrorismo político, fue acribillado a balazos el prefecto Claude Erignac, el principal representante del gobierno francés en la isla.
A mediados de la década de los 90, los militantes del grupo nacionalista FNLC Canal Histórico libraron una guerra sin cuartel contra los miembros del Canal Habitual. Producto de la división, ambas bandas comenzaron a asesinarse para controlar el tráfico de armas, el lavado de dinero y el "impuesto revolucionario".
En poco tiempo, los medios suplantaron a los fines. La recaudación de impuestos para financiar la lucha armada se transformó en chantaje y el comercio de armas en lucrativo negocio, al igual que el juego, la actividad inmobiliaria y la competencia feroz por contratos públicos.
A esa violencia mutante se suma una violencia arcaica, típica de esta región del sur europeo. Como en Sicilia, Nápoles o Calabria, en Córcega muchos litigios entre familias se resuelven con una escopeta de caño recortado. Los clanes se aniquilan desde hace décadas con una regularidad de metrónomo aun cuando ninguno de los miembros de cada familia recuerde el origen del litigio.
Esas rivalidades tienen una consecuencia política. "El clientelismo es la traducción electoral de la lucha de clanes", sostuvo Thiel.
Hoy, para complicar todo, se agregó la historia de un retorno. Los mafiosos corsos que habían emigrado hacia el continente han regresado a casa para poner su experiencia "al servicio de la isla" y apoderarse de parte de la torta.
Base de apoyo
Entre 1920 y 1980, esos gánsteres habían emigrado en busca de fortuna a Marsella y París. Sucesora de la célebre French Connection, la banda de la Brise de Mer se dedicó a asaltar bancos y furgones de transporte de capitales, mientras la isla constituía una base de repliegue. Y como toda mafia, para blanquear comenzó a invertir sus beneficios en la economía legal, antes que nada en Córcega.
En los años 90, la Brise de Mer cometió algunos delitos en la isla y se relacionó esporádicamente con el movimiento nacionalista. "Hoy hay tránsfugas de ambos lados", afirmó el escritor David Burnat, autor de una excelente Historia de las mafias.
El crimen organizado terminó por estructurarse en clanes rivales: los locales y los que regresaron. Inevitablemente, la guerra recomenzó.
Resignados, los corsos siguen respetando esa siniestra ley del silencio, la omertà, que vuelve imposible todo intento de solución institucional.
"Muchos ni siquiera se atrevieron a hablarme", confesó, en televisión, el ministro Valls, cuando visitó la isla hace diez días. "A la gente se le ve el miedo en la cara", se lamentó.
¿Córcega es acaso una nueva Sicilia? Ambas tienen, es cierto, una lengua y una cultura ancestral. Comparten el rechazo atávico por el Estado central y la legalidad, una colusión secular entre la mafia y parte de la clase política y veleidades autonomistas e independentistas. Las dos practican la cultura de la venganza y el silencio.
Pero la comparación se termina ahí. Porque contrariamente a Sicilia, en poder de la Cosa Nostra, Córcega no está sometida a una mafia única y estructurada. La isla es presa de una criminalidad caótica, sin reglas, jerarquía o estrategia.
Sicilia, gran potencia económica regional de cinco millones de habitantes, tuvo el coraje de liberar la palabra hace 20 años, después de los asesinatos de los jueces Borsellino y Falcone. Los principales jefes mafiosos fueron detenidos, su estructura militar desmantelada y sus redes de connivencia con la esfera económica y política neutralizadas.
"Si bien sería absurdo afirmar que la mafia fue erradicada en Sicilia, los sicilianos pusieron a la Cosa Nostra de rodillas –afirmó Burnat–. Córcega está muy lejos de seguir ese ejemplo."
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