En un consistorio marcado por la pandemia, el Papa creó 13 nuevos cardenales
ROMA.- En el séptimo consistorio de su pontificado, marcado por la pandemia de coronavirus - sin abrazos, con barbijos, pocos fieles y virtual para dos flamantes purpurados que no pudieron viajar-, Francisco creó hoy 13 cardenales, entre los cuales nueve son menores de ochenta años y con derecho a participar de un eventual cónclave. A todos los llamó a tener cuidado de "no salirse del camino" de Jesús y advirtió del peligro de corrupción sacerdotal, en una clara alusión a los últimos escándalos que sacudieron el Vaticano.
Debido a la emergencia sanitaria, dos nuevos cardenales, Conrelius Sim, vicario apostólico de Brunei, primer "príncipe de la Iglesia" de esa pequeña nación de mayoría musulmana y José Advincula, arzobispo de Capiz, Filipinas, no pudieron viajar a Roma. Pero igualmente fueron designados a distancia y con la tradicional fórmula en latín. Junto a otros miembros del colegio cardenalicio imposibilitados de llegar a Roma debido a las restricciones, en efecto, participaron en forma remota de la celebración solemne, a través de una plataforma digital especial, que les permitió conectarse con la Basílica de San Pedro. "Un representante del Santo Padre, en otro momento, les entregará el birrete, el anillo y la bula con el título", explicó hace unos días el vocero pontificio, Matteo Bruni.
La ceremonia fue totalmente distinta de la de los consistorios anteriores, en un fiel reflejo de la "nueva normalidad". Todos los asistentes, menos el Papa, utilizaron barbijo. Hubo distanciamiento social, solo un centenar de fieles presentes -normalmente hay miles- y tuvo lugar en el Altar de la Cátedra, detrás del famoso Baldaquino de Bernini, en la parte trasera de la Basílica de San Pedro. Fue muy corta, sobria y menos pomposa.
Durante el rito solemne, en el cual, como siempre, el Papa impuso a los flamantes nuevos cardenales el birrete color púrpura -símbolo de la sangre que están dispuestos a derramar por él-, les entregó el anillo y el título, después de que ellos juraran su fidelidad y obediencia. No pudieron darse el tradicional saludo de paz y abrazarse. Terminada la ceremonia, los nuevos cardenales –entre los cuales ningún argentino-, tampoco pudieron tener las tradicionales visitas "di calore", es decir, de cortesía, que suelen tener lugar en el Palacio Apostólico o en el Aula Pablo VI, en las que saludan a los fieles, periodistas y demás personas que suelen acompañar este ingreso a uno de los "clubs" más selectos del mundo. Los nuevos cardenales tampoco pudieron tener celebraciones, cocktails o fiestas, porque están prohibidas. Ni siquiera un cena con pocos más en algún restaurante romano porque de noche están cerrados, debido a las medidas que intentan frenar la pandemia.
Al comienzo de la celebración, al agradecer al Papa en nombre de los demás, el flamante cardenal maltés, Mario Grech, secretario general del sínodo de Obispos, aludió a esta situación inédita. "Convocados en consistorio en tiempos tan graves para la humanidad entera a causa de la pandemia, queremos dirigir nuestro pensamiento a los ‘hermanos todos’ que están en la prueba", dijo. "Las dramáticas circunstancias que la Iglesia y el mundo están atravesando nos desafían a ofrecer una lectura de la pandemia que ayude a todos a ver en esta tragedia también la oportunidad de repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la organización de nuestras sociedades y sobre todo, el sentido de nuestra existencias", agregó, citando la última encíclica del papa Francisco, Fratelli Tutti, sobre la fraternidad y la amistad social.
Escándalos
A su turno el Papa, al reflexionar sobre el concepto de "camino" junto a Jesús, la fuerza y el sentido de la vida del ministerio, que "no es sólo un fondo", sino es una clara "indicación de camino", advirtió del peligro de quedarse "fuera del camino". Aludió claramente a los cardenales que se salieron de ese camino y a los recientes escándalos que sacudieron al Vaticano y que hicieron pensar en la inédita defenestración, hace dos meses, del cardenal Angelo Becciu, influyente exsustituto de la Secretaría de Estado involucrado en malversación de fondos.
"Queridos hermanos: todos nosotros queremos a Jesús, todos deseamos seguirlo, pero tenemos que estar siempre vigilantes para permanecer en su camino. Porque con los pies, con el cuerpo podemos estar con Él, pero nuestro corazón puede estar lejos y llevarnos fuera del camino", advirtió. "Pensamos a tantos tipos de corrupción en la vida sacerdotal", agregó. "Así, por ejemplo, el rojo púrpura del hábito cardenalicio, que es el color de la sangre, se puede convertir, por el espíritu mundano, en el de una distinción eminente. Cuando sentirás eso, cuando tu no serás pastor y serás solo eminencia, estarás fuera del camino", disparó.
Aunque retuvo su título de cardenal –su nombre figura en la lista de purpurados del Vaticano-, Becciu se vio obligado por el Papa a renunciar a su derecho de participar en un eventual cónclave. De hecho, ya no figura entre los 73 cardenales electores creados por Francisco, que pueden votar en el próximo cónclave.
"Conversión es justamente esto: desde fuera del camino, volver al camino de Dios. Que el Espíritu Santo nos conceda, hoy y siempre, esta gracia", sentenció el Papa.
Lo escuchaban atentamente en ese momento, además del ya mencionado Grech, los otros nuevos miembros del Colegio Cardenalicio: el arzobispo de Washington, Wilton Gregory, el primer cardenal afroamericano de la historia de los Estados Unidos y anti-Trump; el arzobispo de Santiago de Chile, español pero chileno de adopción, Celestino Aós; Antoine Tambanda, arzobispo de Kigali, Ruanda, que se volvió el primer purpurado de la historia de este castigado y pobre país; Marcello Semeraro, nuevo prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos en reemplazo de Becciu –a quien el Papa, después de imponerle el birrete y darle el anillo bromeando le dijo "pórtate bien"; Augusto Paolo Logiudice, arzobispo de Siena; y el franciscano conventual Mauro Gambetti, custodio de la comunidad franciscana de Asís.
Junto a ellos el Papa quiso también premiar con el birrete, por su trayectoria, a cuatro cardenales mayores de 80 años. Silvano Tomasi, que fue nuncio en diversos países; el capuchino Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia famoso por sus sermones llenos de pasión, que se destacó por no querer ponerse el hábito cardenalicio color sangre, sino tan sólo una estola blanca sobre su hábito marrón; Enrico Feroci, párroco de Santa María del Divino Amore, una iglesia de la periferia de Roma y exdirector de Cáritas de esta capital; y el mexicano, Felipe Arizmendi Esquivel, obispo emérito de San Cristóbal de las Casas. Todos ellos, después de la ceremonia, junto al Papa fueron a visitar a Benedicto XVI, papa emérito, con quien rezaron en la capilla del Monstaerio en el que vive, en el Vaticano. Mañana concelebrarán misa con Francisco.
Como en las anteriores oportunidades Francisco –que designó a más de la mitad de los 128 cardenales habilitados a elegir a su sucesor- volvió a ignorar la praxis según la cual se le debería dar el cardenalato a arzobispos al frente de diócesis importantes como Milán, Cracovia o Los Angeles. Y priorizó a las periferias y a los pastores con "olor a oveja", con una visión de Iglesia en salida.
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