En busca de caras jóvenes para renovar la confianza
Las nuevas generaciones de la monarquía se alistan para tomar la posta en sociedades más diversas
MADRID.- Las casas reales europeas contemporáneas han sido víctimas, en el último medio siglo, de toda clase de críticas que ponen en duda su sentido de ser y existir.
Los monarcas que "reinan pero no gobiernan" -como propuso el político francés Adolphe Thiers en el siglo XIX- no pocas veces fueron objetados por su elevado costo, su falta de representación de sus pueblos y, sobre todo, por su anacronismo.
Sin embargo, un anuncio puso de relieve, el lunes pasado, un escenario social y cultural que parece estar empezando a cambiar.
La sonrisa auténtica y refrescante de la futura reina Máxima de Holanda les recordó a los europeos -que siempre la admiraron pero, a la vez, también desconfiaron de su capacidad para hacer de Guillermo un príncipe carismático- que habían pasado diez años del sonado enlace.
Y que, al cabo de una tranquila década, aquella pesada calabaza de promesas monárquicas en un país con fuertes sismos republicanos logró transformarse finalmente en la bella carroza que, el próximo 30 de abril, depositará en el trono de Holanda a los nuevos reyes.
En esa carrera, las encuestas más respetadas lucen como una extensión natural del magnetismo que irradian los futuros soberanos desde las tapas de las revistas: el 75% de los holandeses apoya a la monarquía. Y, dentro de esa verdadera legión popular, una gran mayoría no duda en elegir a la argentina como la figura más querida dentro de la corona con mejor conducta del continente.
Pero la renovación de las caras y de la confianza en la antigua institución monárquica no viene sólo en color naranja.
Integración y progresismo
En Suecia, la princesa heredera Victoria conduce un proceso de integración entre la corona y su pueblo, que prácticamente nació con ella, a fines de la década de 1970.
Casi sin quererlo, la futura soberana es hoy la abanderada de muchos sectores progresistas de la sociedad sueca, en especial del movimiento feminista.
Gracias a las reformas legales que esta ola renovadora logró promover en la década del 80, la ley sálica -que les da prioridad a los varones para ocupar el trono- fue reemplazada por una normativa de tipo cognaticia, que hará que Victoria sea la primera reina de su país en heredar el cetro en forma directa.
Aunque si aquella pincelada de modernidad la hizo más atractiva a los ojos de la hipercrítica sociedad sueca, el "efecto Máxima" también le imprimió otro matiz interesante: Victoria es nieta de Alice Soares de Toledo, la madre brasileña de la reina Silvia, que tras irrumpir en escena, en su momento también le aportó color y alegría al ambiente monárquico.
El círculo de empatía entre la futura reina y su pueblo se completa gracias a la lucha que mantuvo contra la anorexia, un dato que terminó de humanizarla y, más recientemente, a la llegada al mundo de su hija, Estelle Silvia Ewa Mary.
La beba, que tiene el título de duquesa de ÖsterGötland, ya nació con la simpatía feminista bajo el brazo: se aseguró de que los dos próximos monarcas suecos sean mujeres.
Los vientos de cambio también soplan con fuerza en Gran Bretaña. El punto más bajo en la historia reciente de los Windsor, la muerte de la princesa Diana de Gales en 1997, quedó lejos en la memoria y en el corazón de los británicos.
Temblores reales
Los últimos dos años cerraron con fuerza el capítulo más frío de la familia real: el casamiento del príncipe Guillermo y Kate Middleton, en 2011, y el jubileo de los 60 años de reinado de Isabel II, en 2012, generaron festejos multitudinarios.
Aunque la monarquía jamás estuvo en peligro ni en el palacio de Buckingham ni en las fibras más íntimas del " British way of life " de los súbditos de la corona, los cuestionamientos y las antipatías quedaron, al menos, postergados... para otro reinado.
Kate y Guillermo, aunque no saben ni sabrán sonreír como Máxima, ya lograron, sólo por ser naturales, notable mejoras en la reputación afectiva de la dinastía reinante.
En tanto, en España, la sucesión tiene la misión de demostrar que el tropezón del rey Juan Carlos I ante la opinión pública no se trató, en verdad, de una caída.
El annus horribilis padecido por la corona, en un 2012 signado por escándalos de corrupción, frivolidad y supuestas infidelidades, puso en duda la conveniencia de que el actual monarca continúe en el trono hasta el final de sus días. Pero, de ninguna manera, logró hacer temblar los cimientos de la monarquía como institución.
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