Empezó una transición que había sido frenada por una farsa política
RIO DE JANEIRO.- Ayer comenzó en Brasil una transición que podría haberse iniciado en la elección presidencial de 2014.
Hoy sabemos que esa alternancia, que no se produjo por una diferencia del 3% de los votos, fue evitada por motivos que exceden las razones políticas: dinero de la corrupción transferido directamente para irrigar la campaña petista, que permitió un desempeño electoral mucho más efectivo al grupo vencedor y que se tradujo en un abuso de poder económico que la legislación castiga hasta con la pérdida del cargo. Poder económico que volvió a ser utilizado en las últimas horas para evitar ilegalmente la aprobación del juicio político a Dilma Rousseff en la Cámara de Diputados.
A ese abuso de poder económico se sumó el abuso del poder político, que transgredió la legislación vigente y rompió el equilibrio fiscal con trágicas consecuencias. Afirmar que una presidenta honesta está siendo condenada por políticos corruptos es una simplificación benevolente de la situación, o una visión sesgada de quien busca un relato que justifique su destitución.
De nada valdrá, sin embargo, ese intento de reescribir la historia, pues las investigaciones en marcha del Supremo Tribunal Federal (STF) y los tribunales de Curitiba terminarán demostrando cabalmente que la presidenta Dilma no era ajena a ninguno de los pasos del sistema de corrupción montado por los petistas durante sus 14 años en el poder.
Suena casi ofensivo el argumento de que Dilma no robó nada para sí misma y que por eso no merece ser castigada, un intento de comparar su situación con la de Collor de Mello, como si el juicio político sólo correspondiese cuando se ha comprobado corrupción personal y la corrupción "por la causa" quedase disculpada.
Collor también recurre a esa torcida disculpa, basado en el hecho de que el STF no encontró pruebas que lo incriminasen. Sin embargo, las evidencias de corrupción en ambos casos están fuertemente documentadas, y Dilma no tendrá la ventaja de Collor, que fue juzgado en un momento en que Brasil no contaba con la tecnología que hoy tiene a su disposición la justicia ni el apoyo de acuerdos internacionales para la localización de dinero fugado al exterior.
Por no hablar de la "delación premiada", instrumento fundamental para develar asociaciones ilícitas de todo tipo. Embolsar dinero de la corrupción o beneficiarse del mismo con fines políticos es igualmente grave para la democracia.
Los dos procesos de juicio político de la historia brasileña, separados por 24 años, muestran que nuestro sistema político-partidario no se regeneró al punto de evitar que aventureros como Collor y Dilma llegasen a la presidencia de la república.
Ambos fueron presidentes elegidos por fenómenos parecidos, consecuencias de un populismo demagógico que hizo posible crear un salvador de la patria con una campaña de marketing y que otro salvador de la patria le presentara al pueblo a una burócrata inepta como sucesora.
La "mujer de Lula", como se la conocía a Dilma en las zonas rurales, pasó a ser la "madre de los pobres", una farsa política que ya había sido puesta en escena dos veces en la Argentina, sin final feliz.
Salidos del medio de una coalición partidaria montada por el PT desde el gobierno de Lula, los políticos, hoy considerados traidores y corruptos, ya fueron ministros, secretarios y aliados importantes de los gobiernos de Lula y Dilma. Y quien eligió a Michel Temer como candidato a vicepresidente fue la propia Dilma, o su tutor Lula, el mismo que gobernó con buena parte de los "300 pícaros" que ya tenía identificados desde su cuarto mandato en el Congreso.
Descubrir ahora que esos mismos políticos no sirven al país es patético, y lo es más aún el intento de atarlos a un compromiso a través de la compra de sus votos, lo que genera una situación paradojal para quien se pretende defensora de la democracia utilizando los mismos métodos que nos llevaron a la caótica situación actual.
Hoy un voto en Brasilia vale oro, dijo un político hace unos días. Qué triste que no sea solamente una metáfora.
Traducción de Jaime Arrambide
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