Emmanuel Macron sepultó el fantasma de la ultraderecha: ahora deberá recomponer un Parlamento y una sociedad fragmentados
Ninguna mayoría parlamentaria salió de las urnas y esto podría resultar en un país ingobernable; el presidente tendrá que definir quién será el nuevo primer ministro
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PARIS.– En un cambio de rumbo espectacular, los franceses dieron la espalda este domingo a un gobierno de extrema derecha por cuarta vez en 22 años, rehusando darle una mayoría absoluta en la Asamblea Nacional a la Reunión Nacional (RN) de Marine Le Pen, y prefirieron depositar sus esperanzas en las fuerzas que componen el frente de izquierda y en el bloque presidencial. Pero, además de ser una revolución, los resultados de estas elecciones legislativas anticipadas dejaron al desnudo una Francia fracturada en tres bloques que, para ser gobernada, necesitará de sus responsables políticos mucho coraje y una gran dosis de imaginación.
En su conferencia de prensa del 12 de junio, tres días después de decidir la disolución de la Asamblea Nacional que provocó al mismo tiempo el estallido del tablero político francés, Emmanuel Macron puso sobre la mesa el escenario que privilegiaba: una “federación de proyectos para gobernar” con “social-demócratas, radicales, ecologistas, demócrata-cristianos y gaullistas”.
Esa idea, que no entra en las costumbres políticas de Francia, hacía su camino en la actual mayoría presidencial desde hacía tiempo.
“Sabíamos que la cuestión de la disolución se plantearía en algún momento (debido a una Asamblea difícilmente gobernable, donde los macronistas tenían una mayoría relativa). Valía más asumir y darle la voz a los franceses, que diferir el momento. Cuando el presidente habló de ‘necesaria clarificación’, se refería a la necesidad de que cada francés asumiera sus responsabilidades y dijera claramente en que país quería vivir”, explica uno de sus ministros.
Con esa consigna, desde el comienzo de la campaña, el primer ministro Gabriel Attal había llamado a los franceses a elegir “una Asamblea Nacional plural” para obstaculizar a la extrema derecha. También la presidenta saliente de la Asamblea, Yael Braun-Pivet, se declaró favorable a “una gran coalición que vaya desde los conservadores, como Los Republicanos (LR) moderados, pasando por los ecologistas y hasta los comunistas”.
La idea de una gran coalición también hizo su camino en algunas filas de la izquierda.
“Seguramente habrá que hacer cosas que nunca nadie hizo en este país”, reconoció la secretaria nacional de los Ecologistas, Marine Tondelier. Esa hipótesis de una coalición —de izquierda, de derecha y de centro, como existe en muchos otros países de la Unión Europea (UE), probablemente marque el fin del arco de izquierda, agrupado en el Nuevo Frente Popular, pero hasta hoy dominado por la ultraizquierda de La Francia Insumisa (LFI) de Jean-Luc Melenchon, totalmente opuesto al proyecto.
Hay riesgos, sin embargo. El primero es que ninguna mayoría parlamentaria salió de las urnas y que esto podría resultar en un país ingobernable. En ese caso, si deciden no aceptar el proyecto de coalición presidencial, cada partido deberá asumir la responsabilidad del diálogo, optando por una “coalición de proyectos” en el seno de la Asamblea y abriendo así un periodo de “reparlamentarización”. Esa situación, llevada al extremo, podría parecerse a la que vivieron recientemente Holanda o Bélgica, país que permaneció sin gobierno durante largos periodos en 2007-2008 y en 2010-2011. En ese caso, Macron podrá optar por un gobierno interino, encargado de los asuntos corrientes durante un año, plazo constitucional para poder disolver nuevamente la Asamblea.
El presidente tendrá una última opción: una solución técnica, con un gobierno apolítico, como sucedió con Mario Draghi en Italia (2021-2022).
“Un sistema interesante para los partidos, teniendo en cuenta que un gobierno técnico realiza reformas impopulares sin asumir la responsabilidad política”, señala Camille Bedock, investigadora del Centro Émile-Durkheim de Burdeos.
Descartado el peligro de una cohabitación con la extrema derecha, pero enfrentado a una mayoría de izquierda, se plantea ahora la cuestión del futuro gobierno. ¿Quién será el nuevo primer ministro? ¿Está el presidente obligado a designar a un representante del partido mayoritario? La respuesta es “no”. La Constitución francesa no impone nada de particular. Tampoco dispone que el gobierno debe ser de uno u otro color. El único cuidado que debería tener el jefe del Estado es nombrar a un primer ministro que, al formar su gabinete, no se exponga a una censura inmediata de la Asamblea Nacional. Emmanuel Macron tampoco está obligado a respetar un plazo determinado para nombrar a su futuro jefe de gobierno.
“La Constitución no impone plazos ni formalidades”, ratifica Jean-Philippe Derosier, profesor de Derecho Público en la universidad de Lille. En todo caso, Emmanuel Macron ya descartó la posibilidad de cohabitar con la extrema izquierda de LFI.
Aquellos que lo conocen, no dudan de que el presidente sabe exactamente lo que hará a partir de mañana. Acusado por la mayor parte de la clase política y de la prensa nacional de haber llevado al país al borde del abismo sin necesidad, el jefe del Estado bien podría terminar ganando la partida. Y el triunfo será doble, ya que su propia formación, Juntos por la República, llegó este domingo en segunda posición. Esa victoria en la que nadie creía probablemente le devuelva la fugaz pérdida de influencia política que provocó su decisión, no solo a nivel nacional sino, sobre todo, europeo.
Porque estas elecciones provocaron un auténtico sismo en el resto del bloque, y en particular en Alemania, el otro pilar de la UE.
“Hagamos todo lo posible para que, juntos, protejamos nuestra grande y bella Europa, y no dejemos a los populistas de extrema derecha dominarla”, declaró esta semana el canciller Olaf Scholz en Berlín, demostrando su inquietud.
Quien también siguió estos comicios con extrema atención fue Rusia. Pero para felicitarse del avance del RN de Marine Le Pen, al cual Moscú consideró “una muestra de la desconfianza de los franceses por las actuales autoridades, incluso en su política exterior”.
El mensaje fue respondido rápidamente por Stéphane Séjourné, ministro francés de Relaciones Exteriores en X: “La diferencia —escribió— es que aquí no es el Kremlin quien decide. Es el pueblo francés”.
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