Varios civiles relataron los procesos que tuvieron que atravesar a la hora de querer abandonar las ciudades tomadas por el ejército ruso
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Andriy, un director de marketing de 28 años que intentaba irse de Mariúpol, observó con ansiedad cómo los soldados rusos conectaban su móvil a su computadora, tratando de restaurar algunos archivos.
Había borrado todo lo que pensaba que un soldado ruso podría usar en su contra, como mensajes de texto sobre la invasión rusa de Ucrania o fotos de la devastación en su ciudad causada por semanas de bombardeos incesantes.
Pero en Mariúpol, un puerto alguna vez bullicioso en el sur de Ucrania, el internet fue cortado como parte del asedio impuesto por Rusia, y Andriy no pudo eliminar algunas de sus publicaciones en las redes sociales.
Recordó los primeros días de la guerra, cuando compartió algunos mensajes y discursos antirrusos del presidente ucraniano, Volodimir Zelensky. “Estoy jodido”, pensó.
Los soldados, relató Andriy, ya habían puesto en él su atención.
La “filtración”
Ese día, a principios de mayo, cuando se unió por primera vez a las colas para lo que se conoce como “filtración”, el proceso de escrutinio de civiles que desean abandonar el territorio ocupado por Rusia, uno de los soldados notó su barba. Inmediatamente supuso que era una señal de que Andriy era un combatiente del regimiento Azov de la ciudad, una antigua milicia que tenía vínculos con la extrema derecha.
“¿Son usted y su brigada los que están matando a nuestros muchachos?”, le preguntaron a Andriy. Él respondió que nunca había servido en el ejército, comenzó a trabajar directamente después de graduarse, pero “no querían escucharlo”.
Cuando los soldados revisaron su teléfono, recurrieron a sus puntos de vista políticos y le preguntaron su opinión sobre Zelensky.
Andriy, con cautela, dijo que Zelensky estaba “bien”, y uno de los soldados quiso saber qué quería decir con eso. Andriy le dijo que Zelensky era un presidente más, no muy diferente a los que le habían precedido, y que en realidad no le interesaba mucho la política. “Bueno, deberías decir que no te interesa la política”, le aconsejó uno de los soldados.
Se quedaron con el teléfono de Andriy y le dijeron que esperara afuera. Se encontró con su abuela, madre y tía, que habían llegado con él para el proceso en Bezimenne, un pequeño pueblo al este de Mariúpol.
Ya les habían dado un documento que les permitía salir. Unos minutos más tarde, dijo Andriy, se le ordenó ir a una tienda de campaña donde los miembros del servicio de seguridad de Rusia, el FSB, estaban realizando más controles.
Cinco oficiales que estaban sentados detrás de un escritorio, tres con pasamontañas, le mostraron a Andriy un video que él había compartido en Instagram de un discurso que había dado Zelensky el 1 de marzo. Con este había una leyenda escrita por Andriy: “Un presidente del que podemos estar orgullosos. ¡Váyanse a su casa con sus buques de guerra!”
Uno de los oficiales habló primero. “Nos dijiste que eres neutral en política, pero apoyas al gobierno nazi”, recuerda Andriy que le dijeron. “Me golpeó en la garganta. Básicamente, comenzó la golpiza”.
Igual que a Andriy, a Dmytro, un profesor de historia de 34 años, le confiscaron el teléfono en un puesto de control cuando intentaba salir de Mariúpol a finales de marzo.
Según contó, los soldados encontraron la palabra “ruscista”, un juego de palabras entre “Rusia” y “fascista”, en un mensaje suyo dirigido a un amigo. Los soldados lo abofetearon y patearon. “Todo porque usé esa palabra”.
Dmytro precisó que lo llevaron, con otras cuatro personas, a una estación de policía en el pueblo de Nikolsky, también un punto de filtración. “El oficial de más alto rango me golpeó cuatro veces en la cara”, señaló. “Parecía ser parte del procedimiento”.
Sus interrogadores dijeron que maestros como él estaban difundiendo propaganda proucraniana. También le preguntaron qué pensaba sobre “los eventos de 2014″, el año en que Rusia anexó la península de Crimea y comenzó a apoyar a los separatistas prorrusos en Donetsk y Luhansk.
Él respondió que el conflicto se conocía como la guerra ruso-ucraniana. “Dijeron que Rusia no estaba involucrada y me preguntaron si estaba de acuerdo en que era, de hecho, una guerra civil en Ucrania”, cuenta.
Los oficiales revisaron su teléfono nuevamente y esta vez encontraron una foto de un libro que tenía la letra H en su título. “¡Te atrapamos!”, le dijeron los soldados a Dmytro. El presidente de Rusia, Vladimir Putin, afirma que su guerra en Ucrania es un esfuerzo por “desnazificar” el país, y los soldados, afirmó Dmytro, creían que estaba leyendo libros sobre Hitler.
A la mañana siguiente, Dmytro fue trasladado con dos mujeres a una prisión en Starobesheve, un pueblo controlado por los separatistas en Donetsk.
Contó 24 personas en la celda de cuatro literas. Después de cuatro días y otro interrogatorio detallado, finalmente fue liberado y llegó al territorio controlado por Ucrania. Semanas después, aún no sabe qué pasó con sus compañeras de celda.
De vuelta al interior de la tienda en Bezimenne, Andriy se fijó en otras dos personas con las manos atadas a la espalda, que habían quedado en un rincón mientras los agentes se enfocaban en él.
“Empezaron a golpearme mucho más fuerte”, dijo Andriy, y precisó: “En todas partes”. En un momento, después de un golpe en el estómago, sintió que estaba a punto de desmayarse, pero consiguió sentarse en una silla. “Me preguntaba qué sería mejor, si perder el conocimiento y caer o tolerar más el dolor”.
Al menos, pensó Andriy, no lo habían enviado a otro lugar, lejos de su familia. Funcionarios ucranianos señalan que se cree que miles de personas han sido enviadas a centros de detención y campamentos establecidos en áreas controladas por Rusia durante la filtración.
En casi todos los casos, sus familiares no saben dónde están detenidos ni por qué. “Estaba muy enojado por todo”, afirmó Andriy, “pero, al mismo tiempo, sé que podría haber sido mucho peor”.
Su madre trató de entrar a la tienda, pero los oficiales la detuvieron. “Estaba muy nerviosa. Más tarde dijo que le habían dicho que mi ‘reeducación’ había comenzado”, dijo Andriy.
Su calvario continuó durante dos horas y media. Incluso lo obligaron a hacer un video que decía “¡Gloria al ejército ruso!”, una burla a “¡Slava Ukraini!”, el eslogan ucraniano.
La pregunta final, señaló Andriy, era si había “comprendido sus errores”. “Obviamente respondí que sí”, recordó.
Mientras lo liberaban, los oficiales trajeron a otro hombre, que anteriormente había servido en el ejército de Ucrania y tenía varios tatuajes. “Inmediatamente lo empujaron al suelo y comenzaron a golpearlo”, dijo Andriy. “Ni siquiera hablaron con él”.
Las autoridades ucranianas dicen que las fuerzas rusas y los separatistas respaldados por Rusia han llevado a cabo filtraciones en los territorios ocupados como un intento de establecer los posibles vínculos de los residentes con el ejército, las fuerzas del orden e incluso el gobierno local, mientras las fuerzas invasoras intentan restaurar los servicios y la infraestructura.
Los hombres en edad de pelear son un objetivo particular, los revisan en busca de signos en el cuerpo que puedan sugerir el uso reciente de armas, como en los dedos y los hombros.
Los registros al desnudo son comunes, dicen los testigos, incluso para las mujeres. Oleksandra Matviychuk, directora del Centro para las Libertades Civiles, un grupo de derechos humanos con sede en Kiev, afirmó que el proceso, incluso cuando no es violento, es “inhumano”.
“No hay necesidad militar para esto... Están tratando de ocupar el país con una herramienta que yo llamo ‘inmenso dolor de la gente civil’. Te preguntas: ‘¿Por qué tanta crueldad? ¿Para qué?’”.
La “jaula”
Maksym, un trabajador siderúrgico de 48 años, contó que lo obligaron a desnudarse mientras los oficiales en Bezimenne revisaban incluso las costuras de su ropa.
Le preguntaron si pertenecía al regimiento de Azov o si era simpatizante de los nazis -él negó serlo- y por qué quería dejar Mariúpol.
“Contesté: ‘En realidad, eres tú quien está en suelo ucraniano’”. Uno de los oficiales, que dijo que eran todos rusos, reaccionó golpeando a Maksym con la culata del arma en el pecho. Se cayó.
“Apoyé la cabeza en el suelo, agarrándome las costillas. No podía levantarme”, señaló, y recordó: “Fue muy doloroso respirar”.
Lo llevaron a lo que describió como una “jaula”, donde estaban recluidos otros. Notó que un hombre, un levantador de pesas, tenía un tatuaje de Poseidón, el dios griego, con un tridente.
Los soldados, dijo Maksym, pensaron que era el escudo de armas de Ucrania. “Él les explicó, pero no entendieron”.
A los detenidos en la “jaula” no se les dio agua ni comida y tuvieron que orinar en un rincón frente a todos, me dijo Maksym.
En un momento, exhausto, trató de dormir en el suelo. Un oficial entró y lo pateó en la espalda, obligándolo a ponerse de pie.
Llevaban a las personas para interrogarlas y, cuando regresaban notaban que la persona había sido golpeada, según indicó Maksym. También, contó que vio a una mujer de unos 40 años acostada con dolor, aparentemente después de recibir un golpe en el estómago.
Un hombre, que parecía tener alrededor de 50 años, tenía un labio sangrante y moretones rojos en el cuello. Maksym creía que había sido estrangulado. Nadie en la “jaula” preguntó o dijo nada entre sí. Tenían miedo de que los oficiales del FSB pudieran disfrazarse de prisioneros.
Después de unas cuatro o cinco horas, Maksym fue liberado y se le permitió salir de Mariúpol. Días después, llegó a un lugar seguro en territorio controlado por Ucrania y fue a un hospital para tratar el dolor persistente en su pecho. El diagnóstico: cuatro costillas rotas.
Yuriy Belousov, quien dirige el Departamento de Guerra en la oficina del fiscal general de Ucrania, afirmó que su equipo había recibido denuncias de tortura e incluso asesinatos durante la filtración.
“[Parece ser] una política rusa diseñada de antemano y bastante bien preparada”, dijo. “Definitivamente no es un solo caso o [algo] hecho por un militar local”.
Reconoció que era difícil verificar los casos o estimar la escala de la violencia. Las autoridades ucranianas no pueden llevar a cabo investigaciones en los territorios ocupados y la mayoría de las víctimas se muestran reacias a compartir sus historias, preocupadas por que sus familiares en Mariúpol puedan ser atacados si se revela su identidad.
“Usaron electricidad. Casi muero”
Vadym, de 43 años, quien solía trabajar en una empresa estatal en Mariúpol, dijo que fue torturado en Bezimenne en marzo.
Los soldados separatistas habían interrogado a su esposa después de descubrir que había puesto “me gusta” a la página del ejército ucraniano en Facebook y de haber restaurado un recibo en su teléfono de una donación que les había hecho.
“Traté de defenderla, pero fui derribado”, señaló. A pesar de eso, se levantó, pero fue golpeado una vez más. Un patrón, dijo, que sucedió una y otra vez.
Cuando los soldados rusos se dieron cuenta de dónde trabajaba, llevaron a Vadym a otro edificio. Allí, dijo que los soldados separatistas le preguntaron “cosas estúpidas” y comenzaron a golpearlo.
“Usaron electricidad. Casi muero. Me caí y me atraganté con los empastes dentales que se habían salido de mis dientes”, indicó Vadym.
Vomitó y se desmayó. “Estaban furiosos. Cuando recuperé el conocimiento, me dijeron que limpiara todo y continuaron dándome descargas eléctricas”.
La tortura, dijo Vadym, solo se detuvo después de que intervinieron los oficiales rusos. Llevaron a cabo otra ronda de interrogatorios antes de finalmente liberarlo.
Cuando Vadym salió del edificio, vio que se llevaban a una mujer joven, que había sido identificada durante el proceso como secretaria judicial.
“Le pusieron una bolsa de plástico en la cabeza y le ataron las manos”, indicó Vadym. “Su madre estaba de rodillas, rogando que no se llevaran a su hija”.
Traslados a Rusia
La liberación de Vadym vino con una condición: tendría que ir a Rusia. Aproximadamente 1,2 millones de personas en Ucrania, incluidos miles de residentes de Mariúpol, han sido enviadas a Rusia en contra de su voluntad desde que comenzó la invasión en febrero, según funcionarios ucranianos.
Rusia niega que esté llevando a cabo una deportación masiva, lo que constituiría un crimen de guerra según el derecho internacional humanitario, y dice que simplemente está ayudando a quienes quieren irse. Ucrania rechaza esta afirmación.
Algunos de los enviados a Rusia han logrado escapar a otros países e incluso regresar a Ucrania. Cuántos, no está claro.
Vadym, con la ayuda de sus amigos, se mudó a otro país europeo; no quería revelar la ubicación exacta. Había perdido parte de su visión, me dijo, y los médicos dijeron que era el resultado de heridas en la cabeza por la golpiza.
“Me siento mejor ahora, pero la rehabilitación llevará mucho tiempo”. Sobre la filtración, dijo: “Separan a las familias. Están desapareciendo personas. Es puro terror”.
El Ministerio de Defensa de Rusia no respondió a varias solicitudes de comentarios sobre las acusaciones. El gobierno ruso ha negado previamente que esté cometiendo crímenes de guerra en Ucrania.
Andriy y su familia se establecieron en Alemania, después de haber sido obligados también a ir a Rusia. Mirando al pasado, cree que las fuerzas de ocupación parecían estar usando la filtración para mostrar su “poder absoluto”.
Los soldados, afirmó, actuaban como si fuera un “tipo de entretenimiento”, algo para “satisfacer su propio ego”.
Una ingeniera jubilada de 60 años llamada Viktoriia contó que un soldado se enteró que había agregado una bandera ucraniana a su foto de perfil en Facebook, y el mensaje “Ucrania por encima de todo”. Según señaló, él la apuntó con su arma y la amenazó: “¡Te pondré en el sótano hasta que te pudras!” Luego la pateó, dijo. Viktoriia no podía entender por qué había actuado así. “¿Qué hice? ¿Qué derecho tenían ellos?”.
Andriy afirmó que no podía explicar tal comportamiento. “Incluso trato de justificar el proceso de alguna manera. Trato de convencerme de que hay algo de lógica”. Luego, contundente, se respondió: “Pero no hay lógica”.
Algunos nombres fueron cambiados para proteger identidades.
Informe de Hugo Bachega, para BBC
Con información adicional de Illia Tolstov; fotografías de Janne Kern.
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