Elecciones en Rusia: Vladimir Putin apuesta a reafirmar su poder con una narrativa democrática vacía
Su partido, Rusia Unida, se impondría con comodidad en las elecciones legislativas que terminan este domingo, marcadas por las ofensivas contra la oposición, la represión y la censura
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PARÍS.- Durante 21 años, Vladimir Putin ha ejercido el control absoluto de la política rusa. Hábil manipulador de la opinión pública, el jefe del Kremlin maneja como nadie la represión contra sus opositores, las ciberoperaciones de desestabilización y las campañas de espionaje contra sus enemigos en el exterior. Los analistas y los políticos occidentales lo definen casi siempre como un brutal e inescrupuloso exmiembro de la KGB que, inmune a toda crítica, impone, impasible, su voluntad a sus 147 millones de conciudadanos.
Esa narrativa, que el Kremlin se esfuerza en hacer perdurar, es tentadora. Sobre todo cuando se llevan a cabo este fin de semana las elecciones para el Parlamento (Duma), que terminan este domingo. Pero si bien a primera vista el panorama político le pertenece, y su partido, Rusia Unida, obtendrá nuevamente la mayoría, el amo del Kremlin tiene razones para estar inquieto.
Como de costumbre, los únicos partidos autorizados a participar en estos comicios, incluyendo los comunistas y Yabloko –un inocuo grupúsculo liberal–, fueron expurgados por el Kremlin. Con los medios amordazados, la censura y la represión como instrumentos esenciales de la campaña, el partido de Putin se encamina hacia otro triunfo.
Tras haber intentado envenenarlo, Putin encerró a su único verdadero opositor, Alexei Navalny, en una de las colonias penales más duras del país; puso fuera de la ley su fundación anticorrupción; expulsó del país a sus camaradas, y prohibió a sus aliados presentar sus candidaturas.
El problema es que no solo Navalny y su movimiento –decididos a hacerle perder votos– siguen ocupando el corazón de estos comicios, sino que, si bien Putin no tiene otro rival en su país, tampoco es omnipotente. Como todos los autócratas, el presidente ruso se ve jaqueado por la doble amenaza de un golpe organizado por las elites que lo rodean y una eventual rebelión popular. Y como los compromisos que tiene que hacer para consolidar su control sobre el Estado son cada vez más complicados, los instrumentos a su alcance para balancear la demanda de esa elite y calmar a la opinión pública se vuelven menos efectivos.
“Con su obsesión por el poder, Putin consiguió debilitar tanto las instituciones –los tribunales, las elecciones, los partidos y las legislaturas– para que no puedan interferir con su acción, que ya no puede apoyarse en ellas para generar crecimiento económico, resolver conflictos sociales, incluso para facilitar su propia salida pacífica de la presidencia. Esto lo deja dependiente únicamente de su popularidad y de sus habituales métodos de represión y propaganda”, afirma el politólogo independiente Dimitri Orechkine.
Para estas elecciones, el Kremlin esperaba que la mayoría de los rusos, conscientes de que los dados estaban echados, no le dieran demasiada importancia. Si se quedan en sus casas, Rusia Unida obtendrá otra aplastante mayoría, evitando así la necesidad de un fraude generalizado, que podría provocar masivas protestas.
Al mismo tiempo, como ya lo hizo anteriormente, el Kremlin trató de convencer a la gente de votar online, sobre todo el Moscú, donde el partido del presidente es particularmente débil, permitiendo así controlar el proceso. Algunas fuentes afirman que el gobierno habría incluso pirateado la base de datos de una organización liberal online, mandando a sus lectores un mensaje donde se les pedía boicotear las elecciones.
Baja convocatoria a las urnas
Pero a pesar de todos esos esfuerzos Navalny y su movimiento han seguido desarrollando una frenética actividad. La campaña lanzada desde la prisión por el opositor con el objetivo de consolidar un voto masivo de protesta tuvo su efecto: los sondeos dan a Rusia Unida menos de 30% de intenciones de voto. Y el peligro para Putin es real gracias al sistema de smart voting (voto inteligente) usado por el opositor para quitarle votos al oficialismo.
Por un lado, como la mitad de las bancas de la Duma es atribuida por listas partidarias, Navalny solicita a la gente que vote por cualquier otro partido excepto por Rusia Unida, a fin de reducir su presencia en el Parlamento. La otra mitad de las bancas recaen en los candidatos más votados. En este caso, el equipo de Navalny dio su apoyo a los candidatos mejor ubicados para vencer a Rusia Unida, sea cual fuere su ideología. El objetivo principal es evitar que el partido presidencial obtenga una importante mayoría, debilitando así su control sobre las comisiones electorales en todo el país. Esto dará fuerza a la oposición en aquellos lugares donde ya está relativamente presente, como en Khabarovsk (este). Smart voting ya dio buenos resultados en varias elecciones locales, incluida la de Moscú en 2019, cuando Rusia Unida obtuvo magros resultados.
Las autoridades se apresuraron a prohibir el sitio del smart voting y ordenaron a Google y a Yandex, el principal motor de búsqueda ruso, que bloquearan la combinación de esas dos palabras. Yandex obedeció. No así Google, que tuvo que pagar una multa, acusado por el Kremlin de “interferir en las elecciones rusas”.
Anticipándose a lo que sucedería, el equipo de Navalny creó su propia aplicación de voto inteligente. El gobierno exigió entonces a los gigantes de la red –incluido Apple– que la retiraran de sus stores. Al parecer, todos esos intentos de cibercensura tuvieron escasos resultados.
Durante los últimos 20 años, la aprobación de Putin se mantuvo en torno a un 74% y no hay razones para creer que los rusos mientan masivamente a los encuestadores. Pero esos exorbitantes niveles de popularidad respondían al boom económico del país, que duplicó su crecimiento entre 1998 y 2008, sumado al éxito popular que representó la anexión de Crimea en 2014.
Caída de la aceptación
A partir de 2018, la aceptación del jefe del Kremlin cambió de tendencia. Sus niveles de popularidad rozan el 65%, pero los rusos manifiestan cada vez menos confianza en él. En una encuesta de noviembre de 2017, cuando se les preguntó cuales eran las cinco figuras políticas más importantes, Putin figuró en el 59% de las respuestas. En febrero pasado, solo en el 32%. En el mismo lapso, el apoyo a un quinto mandato cayó de 70% a 48%. Ahora, 41% de los rusos encuestados admiten que debería dejar el poder.
En esas condiciones, muchos analistas consideran que el método elegido por Navalny para enfrentar al todopoderoso jefe del Kremlin se transformó en un auténtico partido político. “No es el nombre o su estatus institucional lo que define un partido, sino su habilidad para consolidar votos e influencia después de las elecciones”, afirma Orechkine.
El poder de Putin siempre se apoyó en dos pilares: el monopolio de la información y la amenaza de la represión. Pero el fulminante avance de internet cambió radicalmente la política rusa. La Fundación Misión Liberal, un think tank basado en Moscú, estima que la cantidad de gente que recibe sus noticias online creció de 18% a 45% en los últimos cinco años. Así, más del 70% de los rusos conoce bien a Navalny y sus desventuras. Su canal de YouTube tiene casi la misma audiencia que los noticieros del canal estatal.
Por esa razón la tarea del hipercontrol ejercida por el Kremlin se vuelve cada vez más delicada. Putin necesita manipular la información, pero no hasta el punto de que la gente termine por desconfiar totalmente de los medios. Reprimir a sus opositores, pero no tanto como para provocar un estallido popular. Fortalecer sus servicios de inteligencia, pero no hasta transformarlos en una pesadilla cotidiana para la gente. La forma en la que maneje esa ecuación determinará el futuro inmediato del país y de su gobierno. La tendencia a una mayor represión registrada en los últimos cuatro años no permite, sin embargo, ser demasiado optimista.
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