Elecciones en EE.UU. Biden, el líder que en el final de una extensa carrera selló un título esquivo: presidente electo
NUEVA YORK.- Hace 30 años, era el locuaz joven senador de Delaware desesperado por demostrar su gravitación durante una breve y malograda carrera por la presidencia.
La vez siguiente que lo intentó, en 2008, ya era un experimentado conocedor de la política internacional y un veterano legislador que se esforzaba por despertar la imaginación de los votantes demócratas durante las primerias de su partido.
Y el año pasado, cuando sopesaba hacer un tercer intento por llegar a la presidencia, muchos demócratas temían que fuera demasiado tarde: demasiado viejo, demasiado moderado, demasiado zigzagueante como para entusiasmar a las voces emergentes de su partido. Demasiado anclado a la política civilizada y amable del pasado como para lidiar ágilmente con Donald Trump.
Pero Joseph Robinette Biden Jr. igual se presentó. Fue el candidato que por haber perdido un hijo podía empatizar con un país en duelo. Fue el candidato relativamente centrista que enfatizaba la importancia del carácter, la estabilidad y el bipartidismo, por encima de cualquier punto en particular de su agenda de gobierno. Fue el candidato desparejo y con fallas de campaña, cuyos puntos endebles finalmente quedaron tapados por las abrumadoras falencias de su oponente, y eclipsados por las cuestiones de vida o muerte que enfrenta un país arrasado por la pandemia.
En muchos sentidos, compitió siendo el político que siempre fue. Y para una elección extraordinaria como esta, con eso alcanzó.
"No apuestan por Joe Biden por su filosofía", dice William S. Cohen, exsenador republicano por Maine, que en esta elección apoyó a Biden. "Están apostando por Joe Biden por él mismo, por lo que perciben en él como ser humano."
La victoria de Biden de este sábado es la culminación de una carrera que empezó en la era Nixon y abarca medio siglo de turbulencias políticas y sociales. Pero si el país, los partidos políticos y Washington han cambiado desde que Biden, actualmente de 77 años, llegó al Senado como un viudo de 30 años, en 1973, algunas de sus actitudes –sobre el modo de gobernar y sobre sus compatriotas estadounidenses– no han cambiado casi nada.
Biden sigue reverenciando las instituciones, es el gran campeón de la búsqueda de acuerdos, y ve la política en términos de relaciones, más que de ideologías. Ha recalcado que con Trump fuera del gobierno, los republicanos tendrán "una epifanía" sobre trabajar junto a los demócratas, una idea que parece eludir el hecho de que los republicanos rara vez quisieron trabajar con el gobierno de Obama, cuando el propio Biden era vicepresidente.
Esas convicciones, sumadas a su reputación de empatizar con la gente y de ser un líder con experiencia, hizo de Biden una figura aceptable para una amplia amalgama de norteamericanos, incluidos los independientes y algunos republicanos moderados.
Ahora, las convicciones de Biden sobre cómo unir al país y seguir adelante serán puestas a prueba como nunca antes.
Tomará el timón de una nación devastada por una crisis sanitaria, sumida en la recesión económica y dividida sobre prácticamente todos los temas políticos de actualidad, desde el cambio climático y la injusticia racial, hasta los infundados reclamos de algunos seguidores de Trump sobre la legitimidad del resultado electoral.
"Nunca hizo locuras"
Biden fue un alumno promedio con grandes ambiciones, un sociable joven jugador de fútbol americano de una familia católica irlandesa, que superó su incipiente tartamudeo y se atrevió a soñar con ser presidente.
Mientras tanto, se abocó a la política escolar y fue presidente de su clase en la secundaria católica a la que asistía, donde adoptó esa actitud accesible que desplegaría décadas más tarde en sus recorridos de campaña.
"Siempre decíamos en broma que a Joe le bastaba pararse junto a un poste de luz para que alguien le viniera a conversar", dice Bob Markel, amigo de la infancia de Biden. "Hablabas con él 20 segundos, y ya te extendía la mano y te decía: Joe Biden."
Por el lado de su madre, viene de una línea de pensilvanos muy comprometidos políticamente, y su bisabuelo había sido senador en la legislatura del estado. Su padre era un hombre circunspecto que había tenido problemas financieros, "un estudiante de historia con gran sentido de la justicia", dijo Biden en su panegírico. Joseph Biden padre, que se mudó con la familia de Scranton, Pensilvania, al estado de Delaware cuando Biden hijo tenía 10 años, inculcó en su hijo una brújula moral y un fuerte sentido de identidad. La historia de su padre sigue teniendo enorme peso en los actuales esfuerzos de Biden por conectar con la clase trabajadora norteamericana.
Biden se inscribió en la Universidad de Delaware, y se dedicó a la política universitaria, como presidente de su clase de primer año. Ocasionalmente, participaba de alguna travesura, aunque ya entonces era bastante conservador a su manera.
"Es el mismo estilo, la misma moderación que tiene desde que éramos adolescentes", dice Markel. "Siempre le gustó la diversión y es claramente extrovertido, pero nunca hizo locuras."
A pesar de sus ambiciones políticas, Biden se mantuvo alejado del activismo pacifista que se estaba apoderando de sus compañeros en el furor de la década de 1960, y no era de los que salían a protestar. Después de recibirse de abogado, siguió un camino político institucional dentro del Partido Demócrata: abogado joven, defensor público de medio tiempo, y estrella en ascenso dentro de la estructura del partido de Delaware.
Hacia fines de esa década, los lideres del partido le sugirieron que compitiera por un escaño en el Consejo del Condado de New Castle.
"Me pasé la mayor parte de esa campaña en barrios muy demócratas", recordaría años más tarde Biden. "Pero también pasé mucho tiempo yendo puerta a puerta en barrios de clase media como donde yo crecí. En 1970, esos barrios eran republicanos por abrumadora mayoría, pero yo sabía cómo hablarles."
Sobreponerse a una tragedia
A los 30 años, la carrera política de Biden iba viento en popa. Pero en su vida personal, era un hombre destrozado.
De un día para otro, había dejado de ser un hombre casado y padre de tres hijos que había tenido una sorpresiva victoria en la carrera por el Senado de 1972, para convertirse en un viudo a cargo de dos hijos pequeños en un hospital, tras el accidente automovilístico en el que murió su esposa Neilia y su beba Naomi.
Décadas después, otros de sus hijos, Beau, murió de cáncer en el cerebro. Biden, entonces vicepresidente, quedó nuevamente destrozado.
Sus amigos, sin embargo, dicen que esas atroces pérdidas personales fueron las que moldearon la inusual capacidad de empatía de Biden, tal vez su mayor fortaleza.
Durante la reciente campaña electoral, nunca se puso más serio que cuando le prometió a un votante que estaba de duelo que algún día el recuerdo de ese ser querido le arrancaría una sonrisa, y no una lágrima. Su capacidad para conectar con los votantes que sufren, dicen sus aliados políticos, lo dejó en inmejorable posición para competir por la presidencia en medio de una pandemia que bajo el gobierno de Trump se ha cobrado la vida de 236.000 personas y ha trastocado la existencia de millones más.
Tras aquel accidente de 1972, Biden fue reconstruyendo su vida poco a poco, y más tarde se casó con Jill Jacobs, con quien tiene una hija, Ashley.
Y finalmente se instaló en Washington, donde sus instintos naturales para cultivar el bipartidismo y trabajar dentro del sistema fue apreciado por uno de sus mentores, Mike Mansfield, histórico líder de la bancada demócrata en el Senado.
Vicepresidente de Obama
La estatura que logró Biden como senador durante la década de 1980 no necesariamente se tradujo en éxitos de campaña. De hecho, su candidatura a la presidencia de 1988 terminó en medio de la humillación y una controversia por plagio.
En 2008, a Biden le costó hacerse notar en medio de un elenco de candidatos talentosos como Barack Obama y Hillary Clinton. Abandonó la carrera después de las internas en Iowa.
Pero como vicepresidente de Obama, de alguna manera Biden volvió a estar en su elemento.
"Cada vez que había un problema en el gobierno, ¿a quién mandaban al Congreso a resolverlo? ¡A mí!", declaró Biden en 2019 durante un evento de recaudación de fondos de campaña.
A veces tenía éxito, como cuando ayudó a asegurar los tres votos republicanos que hacían falta para aprobar la ley de estímulo económico, en 2009.
En otras ocasiones, no funcionó, como el intento de reforzar las leyes de control de armas tras la masacre escolar de Newtown, Connecticut, en diciembre de 2012.
Frente a Trump
A lo largo de toda esta campaña, Biden se apegó a un mismo mensaje: que el caos de la era Trump representaba una amenaza existencial para el carácter de la nación, y que él era el único en condiciones de bajar la temperatura del país y tratar de unir a los norteamericanos.
"¿El corazón de este país se habrá vuelto de piedra?", se preguntaba Biden recientemente, al hablar en un acto de campaña en Warm Springs, Georgia. "Me niego a creerlo. Yo conozco este país. Conozco a nuestro pueblo. Y sé que podemos unirnos y sanar a esta nación."
De alguna manera, es la promesa que se vino preparando para hacer durante toda su carrera.
Y esta vez, la mayoría de los norteamericanos decidieron creerle.
The New York Times
(Traducción de Jaime Arrambide)
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