El último viaje del sicario más despiadado
En algún lugar de la Sierra Madre Oriental, en los confines del infierno, anda suelta el alma de un sicario. No de cualquier sicario. Tal vez del más odiado. Sin duda, del más sanguinario.
Heriberto Lazcano, alias "El Lazca", alias "Z-3", alias "El Verdugo", jefe del cartel de Los Zetas, recibió una de esas máximas bíblicas con las que tanto disfrutaba: ojo por ojo, diente por diente; a saber, una ráfaga de pólvora y plomo de parte de la marina mexicana para mayor gloria de todas sus víctimas, de sus grandes rivales del hampa y del presidente mexicano, Felipe Calderón.
Pero como ya aventuró Breton, si el surrealismo tuviera patria, México lo albergaría. Sólo en la tierra de Rulfo y de los Arellano Félix puede un muerto vagar por ahí, a sus anchas. El cuerpo abatido de Lazcano permaneció en las dependencias funerarias de la localidad de Sabinas tan sólo un suspiro. Un comando armado se lo llevó. Así nomás. Y el cadáver del narcotraficante mexicano más buscado después del escurridizo Joaquín "El Chapo" Guzmán –capo del todopoderoso cartel de Sinaloa– deambula ahora por esas tierras cuarteadas del norte de México.
Si "El Lazca" no tuviera tanto plomo en el pecho, en ese último viaje tal vez podría repasar su corta y vil existencia. Recordaría el estado de Hidalgo, que lo vio nacer en 1975. Y sin duda no olvidaría el día en que ingresó en el ejército, con tan sólo 17 años, ni su traslado a mediados de los años 90 a los Grupos Aeromóviles de Fuerzas Especiales, una unidad de elite militar donde aprendió el oficio de matar. En esa época conocería a los que años más tarde serían sus "compañeros de armas", entre ellos Arturo Guzmán Decena, alias "El Z-1", alma máter de Los Zetas, un grupo conformado por desertores del ejército que en 1998 ofrecieron su know how a Osiel Cárdenas Guillén, el entonces líder del cartel del Golfo.
Con el tiempo, y tras la muerte de Decena y la captura de Cárdenas, "El Lazca" se haría con las riendas de Los Zetas, rompería lazos con sus antiguos jefes del Golfo e implantaría en México una nueva versión del crimen organizado: el narco-paramilitarismo. La crueldad fue su sello distintivo: decapitaciones, ejecuciones masivas (como la masacre de 72 inmigrantes en Tamaulipas en 2010), tiros de gracia a los subalternos que consideraba traidores… A su lado, los pistoleros de Tijuana o Juárez parecían niños de pecho. Bajo su liderazgo, los Zetas se expandieron por todo México y América Central, disputándoles a los carteles de Sinaloa y del Golfo las principales rutas de la droga. Pero la guerra interna que entabló con el "número dos" de la banda, Miguel Ángel Treviño, "El Z-40", puso a Lazcano por primera vez a la defensiva. Y eso fue su perdición.
Quién sabe si la carroza fúnebre en la que "se fugó" Lazcano se dirige ahora a la ciudad de Pachuca, en su Hidalgo natal, donde dicen que el "zeta máximo", católico fervoroso, se hizo construir un mausoleo en el panteón de San Francisco. Sería el último viaje de este ex militar amante de los caballos y la caza mayor, un capo discreto y solitario, el más despiadado de los sicarios.ß
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