El último representante de una estirpe
Solía pensar, dijo una vez Eric Hobsbawm, que el oficio de la historia -a diferencia de, por ejemplo, la física nuclear- por lo menos no hacía daño. Ahora sé que puede hacerlo. Nuestras investigaciones pueden transformarse en fábricas de bombas como los talleres en los que el IRA aprendió a transformar fertilizantes químicos en explosivos. El arma que contribuyó a forjar demolió una manera de concebir el oficio del historiador.
No fue el único que trabajó por destronar a la disciplina algo anquilosada de las viejas universidades de elite, donde él mismo se formó (el King's College de Cambridge), mal adaptada a los cambios que experimentaba la sociedad británica en la posguerra (el ascenso del laborismo, la formación del Estado de bienestar, la pérdida de las colonias).
La historia social que desarrolló en su prolífica trayectoria constituyó el rasgo característico de una nueva generación de historiadores que, influenciados por el marxismo, abordó el estudio del pasado como un medio para la emancipación de las clases trabajadoras. En ese ambicioso proyecto fue acompañado por algunos de los pioneros más influyentes de la "nueva historia" (Christopher Hill, Rodney Hilton, Edward P. Thompson) y de los más recientes "estudios culturales" (Raphael Samuel, Raymond Williams, Stuart Hall, Richard Hoggart).
Pero si hay algo que caracteriza la obra de Hobsbawm y que explica la enorme difusión de sus libros entre historiadores profesionales, estudiantes y el público es un estilo que combina la solidez investigativa del científico, la fuerza argumentativa del intelectual y la narración amena del divulgador excelso.
Hobsbawm fue quizás el último representante de una estirpe hoy prácticamente extinta, poseedora de la envidiable capacidad para las grandes visiones panorámicas. Su trilogía sobre el "largo siglo XIX" y el volumen sobre el "corto siglo XX" quedan como testimonios de una historia total en la que el acontecimiento relevante e incluso el dato curioso no son sacrificados en el altar de las estructuras y las tendencias de larga duración.
Nunca abjuró del marxismo, tampoco perdió la ocasión para fustigar a los ex comunistas conversos al liberalismo, en especial si se trataba de historiadores interesados en los mismos temas que él.
Sin embargo, supo mantener estas disputas limitadas a los ámbitos específicos de la profesión y fueron raras las veces que cedió a la tentación de ajustar cuentas a expensas del sentido común. Hobsbawm nos enseñó a pensar la historia como algo útil para hacer inteligible el mundo en que vivimos.
Mostró que las exigencias de una profesión cada vez más especializada no deben ser excusa para la reproducción de un conocimiento atrofiado y socialmente inútil. Más que un arma, la historia que nos dejó es una herramienta, y hoy más que nunca debemos usarla.
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