El triunfo de Biden: China espera la misma hostilidad de EE.UU., pero con mejores modales
PEKÍN.- No fue un secreto cuatro años atrás que Pekín prefería a Trump. Sus críticas feroces a China se atribuyeron a la liturgia electoral norteamericano y en aquel estrafalario candidato intuyeron a un pragmático con el que sería fácil negociar y despejaría el camino con su política de "América primero". Hillary Clinton, en cambio, se ponía pesada con los derechos humanos y era responsable junto a Barack Obama del "Giro al Pacífico" que atosigaba a China en su patio trasero.
China asistió a las últimas elecciones con el sosiego del que no se juega nada, convencida de que la hostilidad ha llegado para quedarse. Trump y Biden rivalizaron en la campaña en reprender a China. Las últimas leyes de castigo por temas como Xinjiang o Hong Kong han sido aprobadas con la mayoría aplastante de republicanos y demócratas y los sondeos revelan que dos terceras partes de norteamericanos ven a China de forma negativa.
Cuesta creer que apenas un puñado de años atrás aún debatía Washington si China era un socio o un rival y que Biden dijera en 2011, tras un viaje como vicepresidente a Pekín, que "el auge de China no es solo positivo para China sino para Estados Unidos y el orden mundial".
Biden calificaba días atrás de "matón" a Xi Jinping, presidente chino, en la última evidencia de cómo se ha degradado la percepción. ¿Qué ha ocurrido? China era quince años atrás la sexta economía del mundo y será la primera en la siguiente década, un sorpasso que quedará rematado en menos de una generación. La certeza de Washington de que urge ponerle palos en las ruedas a China para retrasar lo inexorable ya ha sido asimilada por sus líderes. Su último plan quinquenal, aprobado el pasado mes, enfatiza el consumo interno y la autosuficiencia tecnológica para blindarse contra los futuros embates.
El contexto solo permite cambios formales. Biden será más "moderado y maduro", anticipaba esta mañana uno de los escasísimos artículos que la prensa nacional dedicaba a las elecciones. Se prevé una diplomacia más académica y alejada del Twitter, más sólida y con menos ventoleras. No es una cuestión menor para Pekín, desorientada a menudo con Trump, contar con un interlocutor predecible. La ausencia de halcones como Mike Pompeo o John Bolton, en permanente rumbo de colisión, también aceitará el diálogo.
"Biden preparará una agenda con temas con los que puede cooperar con China y con los que debe enfrentarse. Esto puede ser beneficioso para Pekín porque la política será más previsible y le permitirá ajustar las respuestas", señala Anthony Saich, sinólogo de la Harvard Kennedy School. Se espera que colaboren en asuntos de interés común como el calentamiento global o el coronavirus y Washington finiquite el proceso de desconexión o decoupling. "Pero seguirá la línea dura hacia China. En los últimos años de la administración Obama ya estaban frustrados por lo que percibían como intransigencia china", añade.
Complicaciones
La corriente de fondo no variará, corrobora Xulio Ríos, director del Observatorio de Política China, pero sí pueden mejorarse cuestiones secundarias. "Por ejemplo en el área educativa, donde ha habido muchos problemas con estudiantes e investigadores, o en la prensa, tras la expulsión de periodistas. Se recuperará cierto tono institucional y quizá algunos mecanismos como el Foro de los Gobernadores que fue suspendido semanas atrás", señala.
Es previsible que la intención de Biden por recuperar el centro de la escena global que desdeñaba Trump complique a la diplomacia china. La retirada norteamericano de los acuerdos climáticos de París y del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica convirtieron a Pekín en un improbable bastión en cuestiones medioambientales o de libre comercio. También las tercas diatribas contra la Organización Mundial del Comercio y la OTAN o la salida de la Organización Mundial de la Salud perfilaron a Washington como un socio egoísta y poco fiable. "La política aislacionista de Trump era suicida", sintetiza Ríos. El multilateralismo de Biden, en cambio, se intuye más razonable y eficaz cuando aquella primacía aplastante de Estados Unidos es solo un desvaído recuerdo.
Sólo Taiwán, entre la nutrida carpeta de pleitos, apunta a una mejoría. La tozudez de Trump por pisarle todos los callos a China le había empujado a una sintonía con el gobierno independentista de la isla que insinuaba el desastre. La salida de la Casa Blanca de su socio más entusiasta y la ausencia de contactos sólidos en el bando demócrata aconsejan más mesura al Ejecutivo de Tsai Ing-wen. Ningún presidente había ido tan lejos en un asunto sagrado para Pekín, proponiendo el principio de "una sola China" como cambalache en las negociaciones comerciales o valorando la presencia de marines en territorio que Pekín considera propio.
"Biden seguirá apoyando a Taiwán pero matizará las políticas de Trump. No se restablecerá el diálogo entre Pekín y Taipei pero quizás baje la temperatura en el estrecho porque, sin el apoyo de los republicanos, los independentistas reducirán sus desafíos. Y cualquier mejora en las relaciones entre China y Estados Unidos pasa por enfriar el tema taiwanés", señala Ríos.
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