El terrorismo como algo cotidiano, la nueva normalidad de Londres
Los habitantes de la ciudad no se dejan amedrentar, pero los ataques ya forman parte de sus vidas
LONDRES.- Por cuarta vez en tres meses, tuve que avisar por Facebook que estaba bien. Era miércoles a la mañana y los londinenses tenían razones para un poco de optimismo.
Menos de dos semanas después de que terroristas llevaron a cabo un raid de apuñalamientos, había reabierto Borough Market, un barrio lleno de bares muy concurridos. Aquel ataque se produjo una semana después de que un atacante suicida se voló en medio de un recital de música en Manchester y dos meses después de que otro terrorista arremetió con su auto contra los peatones que atravesaban el Puente de Westminster.
Londres necesitaba un respiro. Pero ese miércoles de la semana última (antes del reciente atentado de anteayer) la ciudad se despertó con una columna de humo negro que se alzaba desde un edificio de departamentos de 27 pisos envuelto en llamas: la torre Grenfell. El incendio no fue un acto de terrorismo, aunque por las imágenes que circularon al principio por las redes sociales mucha gente pensó que sí.
Una vez más, mi teléfono empezó a sonar con mensajes frenéticos, no sólo de mis editores, sino también de familiares y amigos preocupados desde el exterior: "¿Estás bien?".
Londres está bien (si no, pregúntenles a los londinenses) y la sensación mayormente es normal. Mayormente. Hay policías con ametralladoras patrullando las estaciones de trenes. Han colocado barreras de hormigón y acero en los laterales de los principales puentes para proteger a los peatones. Cuando voy en bicicleta al trabajo y cruzo el Puente de Waterloo me pongo a pensar en posibles vías de escape por si veo que un auto se me viene encima. La escuela de mis hijos envió una nota para informar que estaba reconsiderando los viajes escolares al centro de Londres y que "evitaría usar el subte y el transporte público".
Yo me pregunto: ¿será esto lo que llaman la "nueva normalidad"?
No es tanto que los londinenses estén cambiando su estilo de vida como respuesta al terrorismo, sino más bien que el terrorismo se ha vuelto parte de la vida en Londres.
Ya son muchos los que conocen a alguien que conoce a alguien que podría haber sido víctima de un atentado. Un empleado público amigo mío justo cruzó el Puente de Westminster minutos antes de que el atacante arrollara a los peatones en marzo. Otra amiga maneja uno de los puestos de Borough Market, pero ese día ya había cerrado cuando se produjo el ataque.
La semana pasada, en respuesta a los recientes atentados, el alcalde de Londres, Sadiq Khan, alentó a los londinenses a salir a festejar, para demostrar "que sabemos reponernos frente a la adversidad".
Tal vez el mejor resumen de ese ánimo colectivo haya sido un cartel falso de subte que se viralizó tras el ataque del Puente de Westminster en marzo: "Se les recuerda encarecidamente a todos los terroristas que ESTO ES LONDRES y que nos hagan lo que nos hagan seguiremos tomando el té y divirtiéndonos, así que gracias".
Después de los dos atentados siguientes, cuando The New York Times tituló una nota haciendo referencia a una Gran Bretaña "tambaleante", hubo una ola de indignación popular: bajo el hashtag #Cosas que hacen tambalear a Gran Bretaña, los londinenses hicieron una lista que incluía desde el té hecho en microondas hasta las desordenadas filas de espera de los chillones turistas norteamericanos. Todo menos el terrorismo.
Para un londinense adoptivo (soy alemana) hay algo admirable en ese reflexivo espíritu británico que no se deja acobardar ni recula ante la idea de que su país se está "tambaleando", por más que suene a reacción defensiva y mucha gente admita sentir cierta intranquilidad.
Mick Bailey, un taxista de 63 años del norte de Londres, está preocupado por su hijo policía. De todos modos, no está dispuesto a cambiar su vida, "porque si hacés eso, entonces son ellos los que te controlan, y no podemos dejar que pase eso". Pero lo que más preocupa a Bailey es que los atentados les den de comer a los populistas. "Vivo en una zona muy mezclada y trabajo rodeado de musulmanes", dice Bailey. "Tenemos que estar seguros de no señalar con el dedo en la dirección equivocada."
Tal vez el primer complot terrorista del que se tenga registro en Londres sea la llamada Conspiración de la Pólvora de 1605, cuando una conflagración procatólica intentó asesinar al rey Jacobo I y hacer volar el Parlamento con 36 barriles de pólvora. El complot fue desbaratado y Gay Fawkes, encargado de custodiar los barriles de pólvora, fue colgado y descuartizado.
Los londinenses siguen celebrando con fuegos artificiales el Día de Gay Fawkes todos los 5 de noviembre. Es una de las grandes salidas en familia. Como dice con una sonrisa John Robin, profesor de historia del este de Londres: "¿Qué mejor manera de lidiar con el terrorismo?".
Traducción de Jaime Arrambide
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