El temor a una escalada de la violencia política agita la campaña en Brasil
Tras el asesinato de un tesorero del partido de Lula, las fuerzas de seguridad decidieron adelantar los operativos de protección de los candidatos
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BRASILIA.- “¡Aquí manda Bolsonaro!”, gritó el agente penitenciario Jorge Guaranho la noche del 9 de julio, en Foz de Iguazú, con un arma de fuego en manos.
Según testigos, fueron las últimas palabras que lanzó Guaranho, confeso seguidor del presidente brasileño, antes de regresar, 20 minutos más tarde, a la fiesta de cumpleaños de Marcelo Arruda, militante del opositor Partido de los Trabajadores (PT), decidido esa vez a abrir fuego.
El asesinato de Arruda, tesorero del PT en Foz que celebraba su cumpleaños 50 en una fiesta temática del PT, conmovió a Brasil y se convirtió en uno de los hechos más graves de una trayectoria creciente de violencia política en el país el último tiempo.
El número de casos de violencia contra líderes políticos o familiares de ellos en los primeros seis meses del año saltó 23% respecto al primer semestre de 2020, año de los últimos comicios en el país (municipales).
Fueron 214 episodios violentos -amenazas, agresiones, homicidios, atentados o secuestros- contra 174 registrados dos años atrás, según un relevamiento del Observatorio de Violencia Política y Electoral del grupo de Investigación Electoral de la Universidad Federal de Río de Janeiro.
Cuando falta un mes para el comienzo formal de la campaña para las elecciones del 2 de octubre, en las que se vivirá una probable definición entre el presidente Jair Bolsonaro y el exmandatario Luiz Inacio Lula da Silva -favorito en las encuestas-, el temor por una escalada de violencia política peor que la ya registrada es compartido por dirigentes políticos, la policía, autoridades y observadores brasileños.
“El caso de Arruda es un punto culminante, algo novedoso en la historia política reciente de Brasil que puede ser un adelanto de un escenario dramático para lo que viene”, dijo a LA NACION André Cesar, analista de la consultora Hold en Brasilia.
Cesar dijo que el crimen de Arruda marca un quiebre en el nivel de polarización que conoció Brasil desde su redemocratización, en 1985, con buena parte de ese período protagonizado por la disputa entre el PT y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB).
“Era una rivalidad dentro de las líneas de la Constitución, propia del juego democrático”, dijo el analista. “Cuando se incluyen elementos armados y discursos violentos, cambia la situación. La madre de este clima violento es la agenda del gobierno de Bolsonaro”, agregó Cesar, que destacó la retórica agresiva y la política de flexibilización en las reglas para el armamento de civiles.
Peligrosos antecedentes
Antes de que el asesinato de Arruda conmoviera al país, la campaña del PT ya había pasado por hechos que aumentaron la preocupación.
El 15 de junio, seguidores de Lula fueron sorprendidos por un dron que les arrojó orina y heces mientras seguían un acto en la ciudad de Uberlandia, Minas Gerais, un ataque por el que fue preso más tarde un productor agropecuario de 38 años.
Y apenas dos días antes del crimen en Foz, un acto de Lula en Cinelandia, plaza del centro de Río de Janeiro, fue blanco de una bomba casera arrojada desde fuera del cordón de seguridad. Por prevención, el expresidente apareció ese día en el escenario vistiendo un chaleco antibalas debajo de su camisa.
“El miedo y la preocupación por actos violentos existe. Pero tampoco podemos transmitirlo a nuestras bases y así atemorizarlas y provocar una desmovilización”, confió a LA NACION una fuente próxima Lula da Silva que participa activamente de la campaña.
El dirigente expuso un debate interno en el seno del PT: exponer con mayor publicidad o no la inquietud por la integridad del candidato y por sus militantes ante un clima de radicalización.
Operativos de seguridad
La Policía Federal tomó nota del clima de hostilidad y decidió anticipar el operativo de seguridad de los presidenciables, un esquema “inédito” según la fuerza en el que estarán involucrados directamente entre 300 y 400 agentes.
El operativo estaba previsto para empezar el 16 de agosto, cuando comenzará formalmente la campaña, pero fue anticipado para la definición de los candidatos en convenciones partidarias, entre el 20 de julio y 5 de agosto.
La fuerza dijo estar mejor preparada que en 2018, cuando el entonces candidato Bolsonaro fue apuñalado por Adélio Bispo, quien se filtró entre la multitud durante un mitin de campaña en la ciudad de Juiz de Fora, Minas Gerais, donde el presidente volvió el viernes por primera vez desde el atentado.
Bispo está preso desde 2019 y ha sido declarado inimputable debido a un trastorno mental.
Los candidatos serán divididos en una escala de 1 a 5 en nivel de riesgo tras un análisis. Bolsonaro y Lula serán obviamente los candidatos con riesgo más elevado y, por tanto, con mayor número de efectivos a su disposición.
El presidente cuenta con la seguridad garantizada por el Gabinete de Seguridad Institucional, que dijo a LA NACION en una nota que podrá “tener las debidas adaptaciones” según el cronograma de campaña, sin más detalles.
La dirección de la PF pidió a las policías estatales estrechar la cooperación cada vez que un candidato se desplace para realizar un acto, debido al escenario de “agravamiento de las relaciones entre partidarios de los candidatos y los incidentes registrados en la fase de pre-campaña”.
Responsabilidad del PT
Leandro Consentino, politólogo y profesor del Insper de San Pablo, destacó que el escenario de mayor violencia en Brasil no sólo está impulsado por la derecha, sino que también tiene “aportes” del PT.
“La izquierda aumenta el fervor, siempre cultivó el discurso de belicosidad y tal vez ahora esté enfrentando a alguien que hizo eso (Bolsonaro) de manera más exacerbada y llevó la violencia a niveles más altos”, dijo Consentino.
El mismo día que Arruda fue asesinado, pocas horas antes en Diadema, San Pablo, Lula agradeció en un evento de pre-campaña a Manoel Marinho, ex concejal del PT que en 2018 estuvo preso y fue procesado por intento de homicidio a un seguidor de Bolsonaro.
Marinho empujó a un empresario que protestaba frente al Instituto Lula, y éste se golpeó la cabeza contra un camión y sufrió un traumatismo craneano por el que casi pierde la vida.
“El gran peligro en Brasil no es una ruptura democrática, sino que el discurso inflamado pueda trasladarse a actitudes violentas como ocurrió en Estados Unidos con la invasión del Capitolio”, agregó Consentino.
“El papel que cumplan los líderes, y que sepan perder o ganar la elección, y extenderle la mano al otro, como sucedió en Colombia, va a ser fundamental. Y creo que nunca estuvimos tan lejos de que adopten esa actitud”, concluyó el analista.
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