El temor a perder lo conquistado se impuso a la apuesta por un cambio
RÍO DE JANEIRO.- La mayoría de los brasileños decidió dar su confianza al Partido de los Trabajadores (PT) al reelegir para otros cuatro años a Dilma Rousseff.
El miedo entre los más pobres a perder lo conseguido en los 12 años de gobierno del PT prevaleció sobre la incógnita de apostar por el cambio. Ello, a pesar de que Dilma terminó sus cuatro años de gestión con peores índices económicos que los que había recibido en 2010 de su antecesor Luiz Inacio Lula da Silva.
Las cifras de las elecciones presentan, en efecto, a un país profundamente dividido, lo que constituirá un plus de dificultad para gobernar estos próximos años. Con sus 50 millones de votos -sólo tres menos que la ganadora-, Aécio Neves había enarbolado la bandera del cambio apoyado por la ambientalista Marina Silva, y se convierte ahora en un fuerte líder de la oposición, algo que no existía desde que Lula llegó al poder.
El huracán de novedad del presidente sindicalista, las conquistas sociales que consiguió aprovechando también una positiva coyuntura histórica, su innegable carisma y su positiva proyección internacional acabaron amedrentando y anulando a la oposición en sus dos gobiernos.
Ni siquiera en 2005, cuando surgió el escándalo de corrupción del mensalão, que afectaba a cargos del PT, la oposición se atrevió a enfrentarse a Lula.
La fuerza popular de Lula no sólo consiguió elegir como sucesora a su ex ministra Dilma, sino que también la protegió de los tiros de la oposición y acabó con una nueva victoria.
El nuevo triunfo del PT retrasa por otros cuatro años el movimiento de un cambio político que tuvo inicio en las manifestaciones de protesta del año pasado. La diferencia esta vez es que la victoria de Dilma tiene lugar con un país dividido, luego de una de las campañas electorales más duras entre los candidatos. La reelegida Dilma tendrá ahora que hacer cuentas con una mitad de Brasil, la más próspera y rica que, aunque perdedora, difícilmente desistirá de seguir luchando por un cambio en el país.
Su estrategia deberá convencerla de que ella será la presidenta de todos los brasileños y no sólo de la mitad victoriosa. Necesitará enarbolar la bandera de un cambio que ha pedido el 70% de los ciudadanos.
Esto supone convencer a los que la votaron de que las ventajas de un cambio profundo de su gobierno y de su modelo económico en crisis serán beneficiosas no sólo para los más pudientes, sino también para esa nueva clase media que, salida de la pobreza, es la primera en desear sentarse también a la mesa de los que (en el calor de la disputa electoral) se bautizó negativamente de elite social, enemiga de los pobres.
Hoy, en verdad, nadie se resigna más a ser pobre en Brasil.
Dilma deberá esta vez saber convivir con una oposición fuerte y organizada, con un líder reconocido por la mitad del país. De su capacidad de saber convivir con ella, instrumento fundamental en cualquier democracia para que no acabe corrompiéndose, dependerá el futuro de su nuevo gobierno.
Brasil decidió las elecciones en plena libertad democrática, sin violencia y sin poner en tela de juicio los resultados. Ahora toca a la presidenta y a la nueva oposición tener la sabiduría de, juntos y respetando sus respectivos papeles democráticos, hacer más próspero al país, sin volver a caer en las tentaciones vividas durante la campaña de convertir la democracia en una guerra de descalificaciones personales.
El 70% de los brasileños (incluidos muchos de los que dieron el voto a Dilma) exigen cambios para que el país siga creciendo económica, social y democráticamente.
Y ese Brasil que apostó por la democracia y por un salto en el camino de su modernidad tendrá puestos los ojos hoy más que nunca en el gobierno y en una nueva e inédita oposición.
© El País, SL
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