“El sistema de los Cinco Mares”: el viejo plan imperialista de Pedro el Grande que ahora persigue Putin
El líder del Kremlin decidió desempolvar un proyecto expansionista sobre los mares que haría de Rusia un enemigo todavía más amenazante para los países europeos
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PARÍS.- Después de meses negando que Rusia persigue ambiciones imperiales en Ucrania, Vladimir Putin dejó en claro esta semana que ese es su objetivo, comparándose con el zar Pedro el Grande quien, según el presidente ruso, dedicó su reinado a recuperar “las posesiones rusas y fortalecer el poderío de su país”.
Para ello, el autócrata del Kremlin ha decidido desempolvar un viejo sueño concebido por aquel monarca del siglo XVII: el Sistema de los Cinco Mares.
“Pedro el Grande dirigió la gran guerra del norte durante 21 años. Se dice que estaba en conflicto con Suecia y les quitó algo. En realidad, no les arrebató nada: recuperó (lo que era de Rusia)”, dijo Putin después de visitar una exposición dedicada al gran zar.
“Aparentemente, también es nuestra tarea recuperar (lo que pertenece a Rusia) y fortalecer (el país). Y si partimos del hecho de que esos valores constituyen las bases de nuestra existencia, con toda seguridad triunfaremos en esa tarea”, dijo.
Veintitrés años después de haber llegado al poder, Putin persiste incansablemente en justificar su guerra en Ucrania, donde sus fuerzas han devastado ciudades, matado a miles de personas y forzado otros millones a exiliarse, proponiendo una visión de la historia según la cual Ucrania no es una nación, pues carece de identidad y de una tradición diferente de la rusa.
Pedro el Grande, un autócrata modernizador admirado por rusos liberales y conservadores, dirigió el país durante 43 años y dio su nombre a su nueva capital, San Petersburgo -ciudad donde creció Putin- construida en las tierras que arrebató a Suecia.
El centro de los mares
Pero hagamos un poco de historia, con un mapa en mano, y comencemos por recordar que, desde 1937, Moscú es llamada en Rusia “el puerto de los cinco mares”. Porque desde entonces nunca fue considerada una capital continental, sino… “el centro de los mares”. Un sueño que algunos estuvieron decididos a transformar en realidad.
El primero fue el zar Iván el Terrible, quien en 1550 decidió hacer desaparecer la ciudad tártara de Kazan, principal obstáculo de esas ambiciones porque controlaba la cuenca y el delta del río Volga, vía navegable hacia las riquezas de Asia central y Persia. Asedió la ciudad, la doblegó por la sed y el hambre, masacró y sometió a sus habitantes y entregó a sus mujeres a la soldadesca, logrando que las vastas extensiones de Siberia y la cuenca del Volga se abrieran al sueño eslavo. El Volga, sin embargo, desemboca en el mar Caspio, igualmente enclavado que Moscú.
Algunos siglos después, durante un viaje por los países occidentales, Pedro el Grande tuvo una intuición genial: Rusia jamás realizaría su verdadero destino si continuaba siendo una potencia terrestre.
“Un soberano que solo tiene un ejército tiene una mano, mientras que quien además posee una marina, tiene dos”, argumentaba. Para rivalizar con ingleses, holandeses o franceses en su ambición de conquistar los tesoros de las Indias, de África y de América, Rusia necesitaba una flota.
El zar Pedro estudió entonces todo lo que existía de moderno en la construcción naval y poco después de haber botado su primera flotilla nacional, ganó su primera batalla naval… en Azov. Ese triunfo abrió a Rusia el mar Negro y, de allí, a los mares de aguas calientes.
Poco después, el zar aplastaría a la poderosa liga sueco-cosaca en Poltava (una región de Ucrania situada entre Kiev y Karkhiv). Pero volvió al norte para abrirse un nuevo paso hacia el Báltico, que le abriría “una ventana sobre Europa”. Sobre los huesos de los soldados y los esclavos capturados, construyó la nueva capital rusa, Petersburgo. Y en esa ciudad estuario, donde el mar y la tierra se confunden, fundó la marina imperial. El emblema que imaginó para ella, dos anclas que miran hacia el oeste y hacia el este, sigue siendo el símbolo de la flota rusa.
Como Pedro el Grande, Putin quiere una flota poderosa capaz de navegar por todos los mares. Y Moscú se ubica sobre un río navegable conectado con el Volga, que puede unirla con los mares de los cuatro puntos cardinales: al extremo norte le permite acceder al mar Blanco, al noroeste al Báltico, al sudoeste a los mares de Azov y Negro y al sudeste al Caspio.
Gracias a su situación única, a caballo entre dos continentes, Rusia puede servir de puente entre Asia y Europa. Por eso, desde que llegó al poder, Putin alentó el proyecto del “canal Eurasia”, destinado a unir el Caspio, en el corazón de Asia, al mar de Azov. En verdad, ya existe un canal funcional entre el Caspio y el Azov, el Don-Volga. Pero es muy poco profundo para una flota de gran calado y exige demasiado tiempo para sortear sus numerosas esclusas. La idea del canal “Eurasia” ya había sido propuesta en épocas de la Unión Soviética, pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial la enterró.
Putin la reactivó en 2007 y es el proyecto soñado por muchos. Por los oligarcas de Moscú, que podrán desplazar sus megayates del Báltico al Mediterráneo. Y para los Estados vecinos, pues ese canal permitirá desenclavar a países como Kazajistán o Azerbaiyán, e incluso darle a Irán una salida al Mediterráneo.
El rol de China
El tráfico, las aduanas y los impuestos estarán controlados por Moscú… pero la financiación ¡será en gran parte aportada por China! El contratista general de ese gigantesco proyecto es la sociedad china SinoHydro. Pekín comprendió rápidamente que el volumen siempre creciente del tráfico de mercancías entre Asia y los países europeos necesita nuevas rutas. Es la visión soñada por Xi Jinping con su “ruta de la seda” del siglo XXI para “inundar” a Europa con productos manufacturados chinos.
Es verdad, el proyecto original del actual autócrata del Kremlin cuando lanzó la guerra en Ucrania era reconstituir la Gran Rusia: conquistar todo el Donbass, liberando totalmente la península de Crimea, anexada en 2014, ocupar la ciudad portuaria de Odessa y la región de Transnistria en Moldavia, y despojar así a Ucrania de todos sus accesos al mar. Pero el objetivo principal de esa operación ya podría haber sido alcanzado con el control absoluto del mar de Azov, clave del Sistema de los Cinco Mares.
Desenclavando definitivamente la península de Crimea, ese logro erigió a Rusia en una auténtica “potencia naval continental”, según la imaginativa definición acuñada por el capitán de navío francés Pierre Rialland. El control total de Azov constituye una formidable fortaleza militar para la flota rusa, desde donde poder lanzar operaciones de gran envergadura. Moscú disparó misiles hacia Siria desde el mar Caspio. Azov será otra rampa de lanzamiento para operaciones todavía más occidentales. En otras palabras, sin necesidad de acceder directamente a los llamados “mares cálidos”, como el Egeo o el Mediterráneo, los misiles rusos de la flota del mar Negro podrán alcanzar blancos situados a 6000 kilómetros de distancia y golpear un arco que abarca desde Estonia a Egipto, y de Italia a Afganistán.
El historiador Stephen Kotkin afirma que “desde el reino de Iván el Terrible en el siglo XVI, Rusia ha conseguido extenderse a un ritmo promedio de 130 kilómetros cuadrados por día durante centenares de años, llegando a ocupar un sexto de la masa continental de la Tierra”.
—¿Dónde terminan las fronteras de Rusia? — preguntó Vladimir Putin a un niño en una emisión de televisión en 2016.
—En el estrecho de Bering… —comenzó a responder el niño con ingenuidad.
Acercándose, Putin le dijo un secreto al oído.
—¡Las fronteras de Rusia no terminan nunca! —se corrigió el pequeño. Fascinado, el público rompió en aplausos.
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