El símbolo de la Tangentópolis
ROMA.- Amor-odio, respeto-rencor. División, contradicciones, discusiones apasionadas, polémica, son los sentimientos que provocaba Bettino Craxi, un político de raza que llegó a la cumbre del poder en los años ochenta y que, en 1992, con la "revolución" que significó aquí la operación anticorrupción Manos Limpias, cayó en la desgracia. La justicia italiana lo consideraba prófugo, pero él se autodefinía un "exiliado y perseguido político" desde que decidió escapar y refugiarse en Túnez, en 1994.
Líder del desaparecido Partido Socialista Italiano (PSI), carismático y extremadamente hábil, Craxi estuvo al frente del gobierno dos veces consecutivas: desde agosto de 1983 hasta junio de 1986 y desde agosto de 1986 hasta marzo de 1987. Considerado un verdadero estadista, que siendo premier impulsó la modernización del país, su gobierno fue el más largo de la historia de la república. Lo hizo sobre la base del famoso y a veces inexplicable "pentapartido", la coalición que reunía a cinco partidos, entre ellos a la hoy extinguida Democracia Cristiana, de Giulio Andreotti.
Nacido en Milán el 24 de febrero de 1934, Craxi estaba casado y tenía dos hijos: "Bobo", que, como él, se dedica a la política, y Stefania, que ayer estaba a su lado cuando murió.
El principio del fin
Militante desde muy joven, Craxi fue discípulo del dirigente socialista italiano Pietro Nenni. A mediados de los setenta, de un PSI débil que vivía aplastado entre dos agrupaciones tan fuertes como la Democracia Cristiana y el Partido Comunista Italiano (el más poderoso de Occidente), Craxi logró formar una agrupación política de primer plano en el gobierno. Y el PSI se convirtió en un factor de poder decisivo por varios años.
En 1984 Craxi llegó a ser protagonista de la firma, junto al entonces secretario de Estado de la Santa Sede, Agostino Casaroli, del nuevo Concordato entre la Iglesia e Italia. El actual líder de la oposición, el magnate Silvio Berlusconi, fue uno de sus grandes amigos: Craxi lo ayudó a construir su imperio de construcción y telecomunicación.
El principio del fin del líder socialista fue en febrero de 1992, cuando en Italia los famosos fiscales de Milán destaparon la olla de la corrupción: financiación ilegal a los partidos políticos y las famosas "tangenti" (coimas) por distintas concesiones y licitaciones públicas, que hicieron que la próspera ciudad de Milán se convirtiera en Tangentópolis (la ciudad de los sobornos).
El pez más gordo
Mientras el famoso fiscal anticorrupción Antonio Di Pietro iniciaba la encarcelación de exponentes menores, comenzó a percibirse que, antes o después, su cacería iba a terminar con el pez más gordo de todos. Algo que ocurrió en diciembre de 1992, cuando Craxi recibió la orden de prisión preventiva, sobre la base de nada menos que 40 acusaciones.
Pese a estar entre la espada y la pared, acosado por decenas de procesos judiciales, Craxi nunca tiró la toalla. Y aún se recuerda cuando, al dirigirse al Parlamento el 3 de julio de 1992, en medio del silencio del aula, dijo: "Ningún partido italiano está en grado de tirar la primera piedra".
También se recuerda cuando, en abril de 1993, al salir del lujoso hotel Raphael, cerca de la piazza Navona, en Roma, una multitud no sólo lo abucheó, sino que también le tiró objetos tan contundentes como monedas. Para él, como siempre sostuvo, se trataba de una ofensiva política.
Poco después, en 1994, Craxi desapareció. Decidió eludir la Justicia, y la cárcel, yéndose a vivir a Túnez, en la famosa mansión de Hammamet. "Regresaré a Italia sólo como hombre libre", repitió más de una vez.
Ayer su corazón dijo basta. Su muerte vuelve a poner en el tapete un capítulo controvertido y aún no resuelto de la reciente historia italiana. Y será justamente la historia la que dirá, en el futuro, si Craxi, símbolo de la Primera República, fue en realidad un fugitivo o el gran chivo expiatorio de un implacable operativo judicial.