Además de la falta de comida y trabajo, los afganos se enfrentan al deterioro de su sistema de salud, con hospitales sin equipos y personal médico suficiente
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Cada pocos minutos, un niño enfermo es llevado a la sala de emergencias del principal hospital de Lashkar Gah, una ciudad en Helmand, Afganistán, víctima del hambre que golpea al país. Allí, en medio del sonido desgarrador del llanto de decenas de bebés hambrientos y las súplicas desesperadas de ayuda de sus madres, las enfermeras se apresuran a priorizar a los menores más débiles.
Pero es una carrera contra el reloj y son muchos los bebés en mal estado de salud. Lashkar Gah, una de las ciudades más devastadas por la guerra, se encuentra aproximadamente a 644 km al suroeste de Kabul.
El pequeño Jalil Ahmed es llevado al lugar apenas respirando. Sus manos y pies se enfriaron. A toda prisa, lo mueven a la sala de reanimación. Su madre, Markah, dice que tiene dos años y medio, pero se ve mucho más pequeño. Está severamente desnutrido y tiene tuberculosis. Los médicos trabajan rápido para revivirlo.
Markah observa llorando. “Estoy indefensa mientras él sufre. Pasé toda la noche con miedo a que en cualquier momento dejara de respirar”, dice. Hay que hacer espacio en una unidad de cuidados intensivos ya llena para el pequeño Jalil.
Un médico lo carga en sus brazos, mientras una enfermera le sigue sosteniendo las botellas de líquido y medicamentos que se inyectan en su cuerpo a través de múltiples tubos. No hay tiempo para que el personal se detenga.
Deben poner oxígeno rápidamente a otro bebé, Aqalah, de cinco meses. Es su tercera vez en el hospital. Los médicos dicen que unas horas antes pensaron que no lo lograría, pero aún sobrevive. En la actualidad, uno de cada cinco niños ingresados en cuidados intensivos está muriendo, y la situación en el hospital se agravó en las últimas semanas por la propagación del sarampión, una afección altamente contagiosa y que daña el sistema inmunológico del cuerpo, un golpe mortal para los bebés que ya sufren de desnutrición.
El hospital, administrado por la organización benéfica Médicos Sin Fronteras, es una de las pocas instalaciones en pleno funcionamiento en una provincia que alberga a alrededor de 1,5 millones de personas. Tiene 300 camas, pero atiende a unos 800 pacientes al día, la mayoría niños.
Casi no hay otro lugar al que la gente pueda acudir. Haber cortado las transferencias extranjeras que recibía Afganistán antes del ascenso del Talibán empeoró la situación. La crisis económica llevó a una población, ya pobre, al borde de la inanición, y pone cerca del colapso el sistema de salud público.
Desnutrición infantil
La desnutrición infantil fue durante mucho tiempo un problema en Afganistán, pero los datos recopilados por Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia) muestran un aumento masivo en el número de niños con desnutrición aguda grave ingresados en hospitales. De 2.407 en agosto de 2021, a 4.214 en diciembre de 2021.
El aumento se puede atribuir, en parte, a que ahora es más seguro viajar a los hospitales, porque antes había enfrentamientos. Pero hay muchos niños desnutridos que nunca son parte de las estadísticas, porque sus familias no pueden pagar un viaje al hospital.
Incluso si pudieran, tendrían que viajar durante horas por caminos en escombros, y sería difícil encontrar un centro médico o uno que opere adecuadamente. Así ocurre con los hospitales de distrito de Musa Qala y Gereshk, que están repletos de niños desnutridos, pero ninguno de los hospitales tiene salas de atención crítica.
No hay doctoras. Los edificios del hospital están deteriorados, fríos y oscuros. La electricidad va y viene. Las temperaturas nocturnas bajan a 4C. En Gereshk, un pequeño calentador conectado a un cilindro de gas colocado en el centro de las habitaciones apenas ayuda a mejorar la temperatura. Las madres y los bebés se sientan acurrucados bajo las mantas. El olor a enfermedad flota en el aire.
En Musa Qala, cuando la respiración de otro bebé -Walid, de un año y medio, se volvió irregular- tuvieron que llevarlo a través de callejones y portales hasta un edificio en ruinas que tenía el único cilindro de oxígeno que vimos en el hospital. El padre de Zakiullah, de 10 días de edad, fue enviado a buscar solución salina en el mercado porque el hospital no tenía suministros.
Los niños que no son atendidos
Aziz Ahmed, un médico que trabajó en el hospital de Gereshk durante más de una década, dice que tienen pocos medicamentos y apenas personal y, sin embargo, reciben cientos de pacientes todos los días. Tienen que rechazar a los niños gravemente enfermos porque no tienen el cupo para ayudarlos.
Ahmed dice que algunos murieron antes de llegar a un hospital que funcione plenamente. Él y el resto del personal no recibieron paga desde agosto hasta octubre pasado. Desde noviembre, ellos y algunos otros hospitales de la región recibieron algunos pagos a través de organizaciones humanitarias como Unicef, la OMS (Organización Mundial de la Salud) y la organización benéfica local Baran (Bu Ali Rehabilitation and Aid Network).
“La familia humanitaria está tratando de proporcionar un puente de supervivencia para estos niños, mientras el mundo trata de hacer política, pero no podemos financiar completamente el sistema de salud”, dice Salam Janabi de Unicef. “No mezclen a los niños en la política. Este momento aquí en Afganistán es crítico para los niños, y cada decisión que tome el mundo, los políticos, los impactará”.
“No hay trabajo ni dinero”
Cuando viajas por la provincia de Helmand, la destrucción causada por la guerra se puede ver en todos lados. En la ciudad de Sangin es particularmente impactante. Hay franjas de tierra cubiertas de escombros y lodo, donde alguna vez estuvieron casas y tiendas. Estas áreas son donde las tropas extranjeras y afganas realizaron algunas de sus batallas más feroces y donde se apostaron los soldados británicos.
Abdul Raziq pertenece a una comunidad que vivió en la primera línea de batalla durante décadas. “Estamos contentos de que ahora haya paz, pero no tenemos comida, ni trabajo ni dinero. El trigo y el combustible se volvieron demasiado caros”, dice. “Cientos de niños en mi pueblo están desnutridos. En cada casa, encontrarás dos o tres. No tenemos nada para alimentar a sus madres, por eso están naciendo así”.
En una casa de barro cercana vive Hameed Gul. Dos de sus hijas, Farzana y Nazdana, están desnutridas. Nazdana está tan enferma que la envió con sus abuelos porque no puede alimentarla. Su hijo de 10 años, Naseebullah, ya comenzó a trabajar en los campos para ayudar.
El sufrimiento interminable de su familia es el legado de acciones extranjeras, presentes y pasadas. La casa de Hameed fue bombardeada luego de ataques aéreos estadounidenses hace cinco años. Diez miembros de su familia, incluidos sus padres, seis hermanos y una hermana fueron asesinados. “No teníamos conexión con los talibanes. Mi casa fue bombardeada injustamente. Ni los estadounidenses, ni el gobierno anterior ni el nuevo se ofrecieron a ayudarme”, dice Hameed.
“Solo comemos pan seco. Alrededor de dos a tres noches a la semana, nos acostamos con hambre”. Dondequiera que íbamos, preguntamos qué había comido la gente ese día. La mayoría dijo que compartía algunos pedazos de pan seco entre familias enteras. Los niños son los más vulnerables en esta crisis de hambre. La generación más joven de Afganistán está muriendo.
En muchas de las áreas que visitamos, es posible que ni siquiera se registren o cuenten las muertes por desnutrición. Es posible que el mundo nunca sepa la escala de la tragedia que se desarrolla en el país.
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