El Salvador: cómo el pequeño país de América Latina busca borrar su mala fama y convertirse en la meca del surf
Nayib Bukele recurrió a tácticas cuestionadas por organismos internacionales de Derechos Humanos para combatir la histórica violencia en El Salvador
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Punta Roca es una de las mejores “olas de derechas” del mundo. Según entendidos, es tubular, constante, larga, maniobrable y desafiante. Algunos incluso la han llegado a llamar “la Jeffreys Bay de América Latina”; todo un halago. Esta ola, que rompe en la Costa del Bálsamo en El Salvador y cuyo rugido se amplifica con los guijarros arrastrados por la marea sobre la arena negra volcánica, es el motivo por el cual la argentina Ornella Pellizzari (35) viajó al pequeño país centroamericano en 2006. Era una de las primeras paradas del circuito de surf latinoamericano.
Su mayor desafío en ese país, sin embargo, no estaba en el mar sino en tierra firme, en donde ese año la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes en El Salvador alcanzó un valor de 65, el más alto del mundo, de acuerdo con datos de Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc, por sus siglas en inglés).
“Cuando llegamos nos dijeron que no saquemos la mano por la ventana porque podían cortarnos el brazo para robarnos el reloj. La situación estaba muy picante por las maras. Nos habían puesto mucha seguridad, teníamos servicio militar a disposición las 24 horas”, recuerda en diálogo con LA NACION la actual campeona argentina de surf.
Ocho años más tarde, y unos meses después de que Salvador Sánchez Cerén, del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), asumiera la presidencia, Tomás De la Vega (32) fue a El Salvador junto a otros dos amigos argentinos. Para ese entonces, la cuestionada tregua entre pandillas alentada durante la gestión anterior, que redujo considerablemente los índices de criminalidad entre 2012 y 2013, había llegado a su fin y los homicidios comenzaban a dispararse nuevamente —en 2014 la cifra saltó hasta 62 por cada 100.000 habitantes y en 2015 alcanzó un máximo en casi 20 años de 105—.
No obstante, el gobierno, que prometió durante su campaña impulsar el turismo en la zona costera, logró establecer un frágil oasis en medio de un mar de violencia. “Habíamos escuchado algo sobre las pandillas, pero la verdad que no nos dio miedo porque nos habían comentado de antemano que los destinos de surf estaban muy bien cuidados porque el sector turístico estaba empezando a tomar auge”, explica a este medio De la Vega.
El joven argentino, con 24 años, arribó a la capital salvadoreña el 31 de octubre de 2014, alquiló una 4x4, cargó las tablas y partió rumbo a El Tunco, una playa emblemática que ha visto pasar generaciones de surfistas. “Llegamos a este lugar que era un micromundo dentro de El Salvador en el que era todo espectacular. Los locales eran súper amigables. Me pareció alucinante como spot de surf”, dice.
Ese año, el ingreso por turismo superó los 1000 millones de dólares, la cifra más alta en 33 años, según datos oficiales. Desde entonces, el número de llegadas anuales siguió aumentando y los homicidios, luego de alcanzar el pico de 2015, comenzaron a descender… pero nada de esto fue suficiente.
El fenómeno Bukele
Así, en un clima de enorme desilusión y “hastío social”, Nayib Bukele (41), de la derechista Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), logró en las elecciones de 2019, con su atuendo juvenil y su activa participación en redes sociales, quebrar el bipartidismo tradicional que permeó el gobierno de El Salvador desde finales de los 80. El político millennial se antepuso a sus contrincantes en primera vuelta con el 53% de los votos.
“El Salvador era conocido desde hace años por ser la capital mundial de la violencia y había una enorme fatiga con esa sensación de falta de proyecto de país. Bukele rompe con esta narrativa y le da al pueblo salvadoreño ilusión y eso no es poco, la ilusión es muy poderosa”, explica a LA NACION Sofía Martínez Fernández, analista senior de Dragonfly, una empresa de análisis de seguridad internacional basada en Londres.
Entre las prioridades de Bukele, está la de convertir a El Salvador en la meca del surf de América Latina... o incluso del mundo. En una entrevista con Bloomberg en marzo de este año, la ministra de Turismo, Morena Valdez, detalló las apuestas que tiene su cartera para atraer extranjeros, impulsar la economía, cambiar la percepción de inseguridad y conquistar de vuelta a los que migraron; todo a través de las olas y del resonante proyecto de Surf City.
“Surf City es más que un lugar. Todos piensan que es una ciudad del surf y no, son más de 300 kilómetros de franja costera marítima”, explicó la funcionaria. “El presidente lanzó este impulso económico dirigido al turismo porque no sólo beneficia el empleo directo, sino también a toda la cadena de valor”, destacó.
Este proyecto de desarrollo urbanístico y costero se ha financiado con la ayuda de China, que tiene previsto levantar plantas de tratamiento de aguas residuales e infraestructuras, ampliar la zona recreativa, construir un nuevo muelle en el Puerto de La Libertad e instalar 42 kilómetros de tubería de agua potable, según anunció la embajadora Ou Jianhong.
“Sin dudas el gobierno está apostando mucho en la cartera de turismo. Es claramente su principal foco. Independientemente de mi pensamiento político/social sobre ese gasto, es imposible no notarlo. Desde que llegué vi cómo terminaron la ruta de la ciudad a la playa, remodelaron y ampliaron el aeropuerto y siguen desarrollando el programa Surf City que apuesta a la mejora del territorio clave para el turismo de surf”, analiza en diálogo con LA NACION Pablo —quien prefirió reservar su apellido—, un argentino que vive en la pequeña nación centroamericana desde hace algunos años.
Tiziano Breda, investigador del International Crisis Group, también reconoce que “ha habido mejoras en la infraestructura vial, en los proyectos de estructuras hoteleras que puedan hospedar eventos de gran magnitud y hay un turismo más consistente”. Pero por sobre todo ha destacado la capacidad del presidente de comunicar estos logros. “Es muy eficaz al convencer a la gente del bien que hace. Le encantan los anuncios pomposos como el de Surf City o Bitcoin City”, dice el experto a este diario.
“El surf es libertad. El mundo necesita libertad, probablemente más que en cualquier otro momento de nuestra vida (...) El Salvador siempre será el hogar de todo aquel que desee difundir la cultura y los valores del surf”, dijo Bukele el mes pasado al anunciar que los ISA World Surfing Games se celebrarán por segunda vez en su país en junio de 2023.
La primera edición tuvo lugar en mayo de 2021, con el objetivo de clasificar las últimas 12 plazas para los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 (celebrados en 2021 por la pandemia). “El evento estuvo muy bien organizado. El Salvador está invirtiendo muchísimo dinero en el turismo del surfing porque ve una oportunidad gigante para explotar sus costas. Esos pueblitos de playa están creciendo cada vez más”, destaca Pellizzari, que participó de la competencia.
El dilema del turismo
Esta mayor visibilidad ha tenido un impacto positivo sobre el turismo. De hecho, El Salvador se posiciona este año como el país con más proyección de crecimiento turístico de América Latina, según un análisis de la firma experta en la industria Forward Keys. El estudio refleja que la nación centroamericana se sitúa un 39% por encima de los niveles previos a la pandemia en cuanto a la venta de pasajes aéreos hacia sus destinos. Asimismo, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) aprobó en septiembre un préstamo de $106 millones de dólares para promover la “expansión y recuperación del sector turismo”.
Sin embargo, algunos locales y residentes temen que la explosión del turismo pueda terminar siendo un tiro en el pie. “El Salvador era hasta hace no tanto, la idea de poder surfear en agua cálida en olas muy consistentes con relativamente poca gente. Esa última parte empieza a comprometerse un poco en un país de estas dimensiones si revienta de turismo. También hay que trabajar para que ese turismo sea lo más sostenible posible. Que emplee a los locales y permita que estos puedan hacer crecer sus negocios de manera pareja y se mejoren las infraestructuras básicas. Porque al final no se trata solo de que haya más hoteles si no de que haya cosas básicas como acceso al agua potable, sistemas de aguas grises, recolección y tratamiento de residuos, etc. Sin ese crecimiento y sin trabajo local sostenible es difícil imaginar un buen resultado”, dice Pablo.
Belén Roggio (30), que viajó a El Zonte este año junto a su novio, precisamente destacó que una de las mejores cualidades de las playas era “la poca cantidad de gente que había para la calidad de ola”.
También aseguró que se sintió “muy segura en el viaje”. Y su percepción va en línea con las cifras. El 2021 fue el año más seguro en la historia de El Salvador, con una tasa de homicidios de solo 17,6 por cada 100.000 habitantes.
2021 cierra como el año más seguro desde que se tiene registro en nuestro país.
— PNC El Salvador (@PNCSV) January 2, 2022
201 homicidios menos que 2020 (el año que tenía ese título). pic.twitter.com/tDRaLc1Zgh
Aunque Bukele atribuyó el éxito a su política de mano dura contra las pandillas y a su Plan Control Territorial, una investigación del medio El Faro reveló que el gobierno sostuvo en 2020 negociaciones secretas con las tres principales maras del país dentro de penales de máxima seguridad, con la finalidad de conseguir que el número de asesinatos mantuviese su histórico desplome. A cambio, las tres organizaciones, Mara Salvatrucha-13, Barrio 18 Revolucionarios y Barrio 18 Sureños, hicieron demandas que incluían mejoras en las condiciones de vida carcelarias y beneficios para sus miembros en libertad.
Un capítulo oscuro
El controvertido pacto marchaba bien hasta que las cosas tomaron un giro dramático a principios de este año. A las 7 de la mañana del 26 de marzo de 2022, la policía encontró un cadáver maniatado en la principal ruta a Surf City. La víctima vestía un short rojo con rayas blancas y una camisa verde. Tenía 27 años, se llamaba Melvin Vásquez y era profesor de surf.
Pero el de Vásquez no fue un caso aislado. Ese vindicativo fin de semana, la MS-13 masacró a 87 personas en distintos puntos del país en respuesta a una “traición” de las autoridades, según reveló El Faro.
“Fue un golpe muy simbólico. Puso en entredicho la imagen que el gobierno quería vender del país”, explica Breda.
“Es la evidencia más clara de que el país no es más seguro ni para los turistas ni para los que viven allí. No hay homicidios hasta que los hay. Todavía están las estructuras, las capacidades y el control territorial, otra cosa es que las pandillas no hagan uso de ello”, coincide Martínez Fernández.
Para contrarrestar la violencia, el gobierno salvadoreño impuso un régimen de excepción, que se prorrogó en cinco ocasiones y que suspendió las garantías constitucionales de derecho a la defensa y detención administrativa por 72 horas; y además, aumentó las penas de cárcel contra los pandilleros.
Fue entonces que comenzaron las detenciones masivas, incluso de jóvenes no relacionados a las maras de zonas pobres, o de periodistas u opositores que se atrevieron a criticar al presidente y fueron tachados de pandilleros. “Como lo hicieron quedar mal y le eliminaron la narrativa de que El Salvador es el nuevo país del bitcoin y del surf, Bukele aceleró su campaña contra la gente que no está de acuerdo para proyectar una imagen de firmeza. No ha combatido a las pandillas, ha metido en la cárcel a 50.000 personas de manera casi aleatoria. Desmanteló por completo el proyecto de paz que se venía gestando desde hacía 30 años”, dice la experta de Dragonfly, quien vivió varios años en la nación centroamericana.
En septiembre, la ONU expresó su preocupación y pidió al gobierno salvadoreño garantizar el respeto de los derechos humanos durante la vigencia del régimen de excepción. “Se produjo una crisis humanitaria y de seguridad y dentro de las cárceles. Los niveles de hacinamiento son infrahumanos. Hay cinco personas por cama y 100 en una celda de 20″, revela el analista de Crisis Group.
“Como lo indica su nombre, la medida debe ser excepcional, temporal. Ya han pasado seis meses y el estado de excepción sigue”, señala a LA NACION Ana María Méndez Dardón, directora de Centroamérica para la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA), y destaca el deterioro institucional durante la gestión de Bukele. En una publicación reciente en Instagram, el mandatario les contestó a los organismos internacionales y los acusó de “estar concentrados únicamente en los derechos humanos de los delincuentes”.
A directora de WOLA también la inquieta el reciente anuncio del presidente Bukele de que se presentará a la reelección en 2024. Esta decisión es posible después de que los magistrados de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, instalada por él, permitieran el año pasado esa opción hasta entonces prohibida. “Así empezó Chávez y así lo hizo Maduro”, indica.
Pero más allá de las preocupaciones de los sectores académicos, la prensa y los organismos de derechos humanos, Bukele es un personaje extremadamente popular. Con un índice de aprobación del 86%, los expertos coinciden en que la reelección es casi un hecho. “No hay gente dentro de El Salvador capaz de hacerle sombra porque la historia de corrupción ha aniquilado a los principales partidos. No hay oposición real ni popular”, señala Martínez Fernández.
El presidente fue muy hábil al capitalizar el odio histórico que existe hacia las maras entre la población salvadoreña, que son las que los extorsionan y los matan, dice Breda. “Es muy bueno para polarizar, y según su relato, el que no está con él, está con las pandillas”.
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