El riesgo de unir islam y fanatismo
Por Narciso Binayán Carmona
"Hijo de Jattab, ¿te quedarás bajo esa puerta hasta que se derrumbe sobre ti?", le dijo Mahoma a su hasta entonces feroz enemigo Omar, hijo de Jattab, cuando se le presentó en su refugio en 622. "He venido -le contestó- a creer en Dios y en su Profeta", y fue desde su conversión un devoto tan apasionado del islam como lo había sido antes del paganismo. Dio con este ejemplo algo muy corriente: nadie es más fanático que el converso.
La lista es interminable: Ismael Grañ, que devastó la meseta etíope hace cuatro siglos, era hijo natural de un sacerdote copto. Los famosos piratas Barbarroja eran igualmente conversos. Y, hasta que cambiaron de bando, nadie fue más devoto sacerdote católico que Martín Lutero o más devoto rey católico que Enrique VIII, figuras líderes en la reforma protestante.
Cruzada contra conversos
Ahora que, aparentemente, se ha vuelto a las guerras de religión, y en especial entre musulmanes y cristianos e hindúes, resurge otra vez el caso de los conversos, enmarcado esta vez dentro de la cruzada lanzada por George W. Bush contra el terrorismo.
Está, por ejemplo, el criollo José Padilla (como musulmán Abdullah al-Muhadir), detenido en Estados Unidos, y en Europa la red de italianos conversos conectada con Al-Qaeda y que estaría relacionada con los atentados en Milán, en el Norte, y en Agrigento, en Sicilia.
Esto es por una parte, pero nada desdeñable. Ya no podrán buscarse con cierta certeza personas de aspecto semita como los caricaturizados en la película "Mentiras verdaderas", es decir, árabes. El proselitismo, y mucho más cuando recurre a la pasión fanática, hace más complejas aún las coordenadas de un panorama complejo de por sí.
Tomando el atentado contra el consulado norteamericano en Karachi, la primera capital y principal ciudad de Paquistán, que sería (todo en potencial) obra de la misteriosa organización Al-Qanún, en tanto que el secuestro del periodista Daniel Pearl, en enero, lo sería del Movimiento Nacional para la Restauración de la Soberanía Paquistaní, ¿cuán cierto es -si lo es- que son obra de talibanes refugiados luego de la guerra? ¿Cuál es, de cierto, el papel en todo ello de Al-Qaeda, si es que tiene alguno? La misma vaguedad ronda en torno de la participación de todos estos grupos y organizaciones en la lucha en Cachemira con las tropas indias.
Como señaló la BBC el viernes: "Sea como sea, la participación de Al-Qaeda y sus simpatizantes paquistaníes se ha transformado en un serio problema para la administración del presidente Musharraf. Muchos creen que el país está ahora pagando el precio por haber apoyado la guerra patrocinada por Estados Unidos contra el terrorismo en Afganistán".
Pero no se debe caer en análisis simples. Es cierto que Pearl era periodista, pero también era judío y es muy posible que haya pagado también un precio por la guerra (o "ni" guerra "ni" paz) entre Israel y los palestinos.
Más allá de Cachemira
No debe confundirse ello con un antijudaísmo que el islam desconoce, sino con una situación política de hecho. Tampoco se debe olvidar, por ejemplo, la gigantesca multitud de muhadjirs , musulmanes de la India, que se radicó en torno de Karachi luego de la partición del subcontinente. Ni debe pasarse por alto el fuerte sentimiento localista de los sindhis, cuya capital es Karachi, ni dejar de lado la incidencia del origen beluche de parte de la nobleza regional, es decir, de los terratenientes.
Reducir este conflicto y la situación de Paquistán al problema de Cachemira, del islam o de la democracia es eludir todo intento de comprenderlo. Y no se puede prescindir del carácter heterodoxo -herético, más bien- de la versión talibana del islam o de la influencia saudita, vía wahabismo (variable muy discutible) en todo el asunto. Lo más exacto: nada está claro, nada se puede decir con certeza.
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