El retorno de un PRI menos imperial a un México distinto
Difícilmente podrá encontrarse en América latina una trayectoria similar a la del Partido Revolucionario Institucional (PRI), un artefacto político inclasificable que gobernó México durante siete décadas (1929-2000) bajo la bandera del orden, la estabilidad y la constante apelación al mito fundacional de la revolución.
Tras 12 años en la oposición, el "dinosaurio" regresa al poder en un país diferente, con una sociedad más despierta y centros de poder atomizados. Unos cambios que, sin duda, impedirán a Enrique Peña Nieto, el rostro del nuevo PRI, ejercer una "presidencia imperial" como las de antaño.
Desalojado del poder en 2000, el PRI se instaló, desde entonces, en el inexplorado páramo de la oposición. El derechista Partido de Acción Nacional (PAN), eterno perdedor en la era de las urnas hegemónicas, tuvo la oportunidad y las armas legales para aplastar políticamente al PRI, o al menos para dejarlo aturdido durante unos cuantos sexenios, pero los dos mandatarios conservadores -Vicente Fox y Felipe Calderón- no se atrevieron a airear los trapos sucios amontonados durante décadas en el sótano de Los Pinos.
Como si se tratara de uno de esos combates circenses de luchadores enmascarados, tan apreciados en México, los gladiadores del PRI apenas recibieron algún que otro cachetazo y lograron levantarse de la lona sin heridas graves. La regeneración democrática del país quedó postergada. Y el tiranosaurio se relamió: pronto abandonaría el páramo.
De la mano del pragmático Peña Nieto, ex gobernador del influyente estado de México, el PRI ganó las elecciones presidenciales celebradas en julio. Una victoria cuestionada, en su día, por Andrés Manuel López Obrador, el mesiánico líder de la izquierda, y por los jóvenes contestatarios del movimiento #Yosoy132, que denunciaron prácticas fraudulentas del PRI durante la campaña electoral y ayer salieron, con violencia, a la calle.
A Peña Nieto le espera un sexenio complicado. Ante el repudio visceral que provoca el PRI en vastos sectores de la sociedad, el presidente tendrá que demostrar que el partido se modernizó. Junto a los jóvenes tecnócratas de los que se rodeó, todavía sobreviven dirigentes de la vieja escuela.
El sociólogo Roger Bartra calificó el triunfo del PRI como la restauración de la "vieja derecha revolucionaria". La revolución -recuerda Bartra- se convirtió en un mito reaccionario. Pero el autoritarismo de antaño no encaja en el México de hoy. La verdadera renovación de los últimos años -sostiene el ensayista Enrique Krauze- la protagonizó la sociedad mexicana, que le perdió el miedo al otrora partido hegemónico.
Queda por ver si el PRI también evolucionó, como no se cansa de repetir Peña Nieto. La historia reciente del partido no muestra muchos cambios. Como recuerda el académico Lorenzo Meyer, el PRI es un partido "profundamente antidemocrático y corrupto, lo fue en el pasado y lo sigue siendo allá donde no ha dejado nunca el poder". Ahí están los vínculos de los gobernadores de Veracruz, Puebla y Tamaulipas con el crimen organizado de uno u otro signo.
Peña Nieto intentó distanciarse de aquellos que fueron señalados por la justicia, pero no podrá prescindir del apoyo de los barones regionales que manejan los resortes del poder, como si México no hubiera evolucionado nada en los últimos doce años.
Al contrario que en los viejos tiempos, cuando el PRI era un rodillo político, ahora el partido no contará con la mayoría absoluta en el Congreso, por lo que las reformas que su líder ha anunciado sólo podrán salir adelante con el respaldo del PAN o del izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Cuando estuvo en la oposición, el PRI no reparó en poner todas las trabas parlamentarias que pudo a los gobiernos conservadores. Hoy el PRI demanda consenso "por el bien de México", y esta misma semana ya promovió reuniones con el PAN y el PRD para sellar un "acuerdo nacional" que haga viables algunas de las reformas pendientes.
En la agenda de Peña Nieto figuran asuntos de gran trascendencia, como la reforma energética (que abriría la puerta de la petrolera Pemex al capital privado), la regeneración institucional (para combatir la corrupción) y una nueva estrategia de seguridad nacional (que ponga límite a la violencia generada por el crimen organizado).
La guerra contra el narcotráfico emprendida por Calderón desde 2006 dejó en el camino unos 70.000 muertos y miles de desaparecidos y desplazados. Frenar esa sangría humana será, sin duda, el gran desafío del nuevo presidente.
Además, Peña Nieto hereda un país con 52 millones de pobres (el 46,2% de la población). Pero el balance de sus casi seis años de gobierno en el estado de México no parece muy alentador para afrontar esos grandes retos con éxito: el narcotráfico aumentó su influencia, la tasa de homicidios de mujeres escaló al primer lugar a nivel nacional y la pobreza se incrementó varios puntos.
Fue Krauze quien acuñó el término de la "presidencia imperial" para referirse al autoritarismo de los antiguos caudillos del PRI. El partido que ahora regresa al poder en México genera todavía recelos y temores. Pero el cambio experimentado en el país en la última década augura que ese retorno ya no será "imperial".
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