El reto no es ser oposición, sino buscar integración
NUEVA YORK.-"Ahora es tu turno de ser parte de la oposición leal", me dijo hace unos meses un periodista católico como yo, cuando estaba tomando forma la agenda del papa Francisco.
Este amigo es progresista en política y siempre ha sido demócrata, por lo que está acostumbrado a estar del otro lado de las enseñanzas de la Iglesia en cuestiones como el aborto, la bioética y el matrimonio homosexual.
Ahora, me dijo que los católicos que se inclinan a la derecha como yo pasarán por esa misma experiencia, con un papa que parece empeñado en sortear las guerras culturales y más bien subrayar la misión de la Iglesia con los pobres.
Después de la exhortación de Francisco, que vaga por toda la vida de la Iglesia y contiene una aguda crítica al capitalismo consumista y al liberalismo financiero, los católicos políticamente conservadores trataron de explicar por qué mi amigo está equivocado y por qué no son los "católicos de cafetería" de nuestro tiempo.
Para empezar, señalaron que aquí no hay nada novedoso, aparte de una narrativa simplificadora de los medios que opone al buen papa Francisco a sus predecesores, malos y reaccionarios. (Muchos de los comentarios del Papa siguen la huella de lo que dijo Benedicto XVI en su encíclica sobre economía.)
En segundo lugar, trataron de despolitizar los comentarios del Papa, presentándolos más bien como un informe general contra la avaricia y el consumismo más que como un exhorto a intervenciones específicas por parte del gobierno.
Y, por último, insistieron en la diferencia entre la enseñanza de la Iglesia en materia de fe y moral y los pronunciamientos del Papa en materia económica, señalando que no hay nada que obligue al católico a creer que el Sumo Pontífice es infalible en cuestiones de política pública.
Las tres respuestas tienen sus méritos, pero siguen pareciendo insuficientes para el desafío que se les presenta a los católicos que defienden el libre mercado y la limitada intervención estatal.
Es verdad que hay mucha más continuidad entre Benedicto XVI y Francisco de lo que hacen pensar los medios. Pero el nuevo papa quiere poner en primer plano las enseñanzas sociales de la Iglesia y probablemente busque más o menos la cobertura mediática que ha estado teniendo.
Es también verdad que el marco de Francisco es pastoral más que político. Pero su lenguaje llano se inclina hacia la izquierda de una manera que ningún lector serio podría negar.
Por último, es verdad que no hay doctrina católica sobre, por ejemplo, la tasa de impuesto marginal más adecuada y sobre que los católicos no están obligados a hacerle caso al Papa cuando éste dice que las desigualdades globales están en aumento aun cuando las evidencias estadísticas apuntan en otra dirección.
Pero la enseñanza social de la Iglesia no es menos oficial por dar lugar al desacuerdo en sus implicaciones de política. Y los católicos que se enorgullecen de su fidelidad a Roma, tienen -tenemos - la responsabilidad de explicar por qué una cosmovisión que inspira una retórica izquierdista en el Papa también permite conclusiones de derecha.
Esa explicación se basa, creo yo, en tres ideas. La primera es que, cuando se trata de sacar gente de la pobreza, el capitalismo globalizado, pese a todas sus fallas, tiene un historial más exitoso que cualquier otro sistema.
La segunda es que la Doctrina Social de la Iglesia hace énfasis tanto en la solidaridad como en la subsidiaridad; es decir, una preferencia modestamente conservadora por lo local en lugar de lo nacional, por el voluntariado en lugar de la burocracia.
La tercera es que según las evidencias recientes, los Estados asistenciales más expansivos pueden desplazar lo que el cristianismo considera los bienes humanos básicos al reducir el índice de fertilidad, desalentar la caridad privada y restringir la libertad de la Iglesia,
El argumento católico en favor de un gobierno limitado, sin embargo, no es el argumento por la tentación inherente a una política benéfica para el capitalismo. No hay justificación católica para darles valor a los empresarios a costa de los trabajadores, ni para descartar toda regulación por innecesaria y toda redistribución de la riqueza por inmoral.
Y aquí es donde la visión de Francisco debe importarles a los católicos norteamericanos, que por lo general votan a los republicanos. Las palabras del Papa no deben inspirarlos a convertirse masivamente al progresismo, ni deben preocuparse por la posibilidad de que un antipapa marxista se haya apoderado del trono de San Pedro. Pero deben fomentar una integración entre ideas católicas y conservadoras mucho mayor de la que hemos visto desde que se derrumbó el "conservadurismo compasivo". La línea de la "oposición leal" de mi amigo periodista simplificó al extremo las opciones del compromiso político de los católicos. Su catolicismo progresista no se eclipsó porque no pudo dejar que el Vaticano dictara de pe a pa su agenda social. Para los católicos conservadores, ahora el reto es hacer algo mejor en su turno. No ser oposición, sino buscar la integración, lo que significa una visión económica que siga siendo conservadora, pero cuyos detalles le recuerden al mundo que nuestra fe está primero.
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