El resurgimiento parece lento, pero tal vez no lo sea
A juzgar por algunos indicadores las perspectivas de reelección del presidente Barack Obama no son buenas.
Según The Economist, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial sólo un presidente en ejercicio fue reelecto con una tasa de crecimiento económico tan baja como la de los últimos 18 meses. Del mismo modo, el ligero aumento de la tasa de desempleo en la última medición enfrenta a Obama con la tasa más alta de desocupación que cualquier otro candidato en ejercicio debió enfrentar en el último medio siglo. Es muy posible que estos indicadores negativos ayuden a explicar lo ajustado de la disputa presidencial.
Pero esta situación no hace justicia al desempeño de Obama. El estado en que el presidente norteamericano recibió la economía norteamericana en enero de 2009 era crítico.
Sólo en 2008 habían desaparecido más de dos millones y medio de puestos de trabajo; la producción caía a un ritmo del 9% anual, y el precio de las propiedades y las acciones no encontraba un piso. Además, la quiebra de empresas icónicas en el sector financiero y productivo no era sólo una amenaza, sino una realidad tangible. A principios de 2009, los escenarios más catastróficos resultaban verosímiles.
El paquete de estímulo por casi 800.000 millones de dólares que la administración Obama puso en marcha en un par de meses fue el mayor estímulo económico, medido en dólares constantes, de cualquier gobierno norteamericano desde el New Deal. El gobierno también lanzó otras medidas menos convencionales, como la toma de control de buena parte de la industria automotriz y la reforma de las regulaciones financieras. El paquete de estímulo de 2009 (combinado con la política monetaria implementada por la Reserva Federal) fue una medida pragmática y oportuna en un momento decisivo, y ayudó a detener la caída de la producción y el empleo.
La reforma de las regulaciones financieras –cuestionada por su ambición y complejidad– también fue un notable cambio de concepción respecto de la autorregulación y la presunta eficiencia de los mercados financieros.
El principal problema que enfrenta Obama es la dificultad de sostener una campaña electoral con el argumento de que la situación de la economía norteamericana hoy sería mucho peor si hubiese sido derrotado en las elecciones de 2008. Pero esta limitación en la productividad electoral del argumento no reduce su validez.
Dentro de cuatro años
Un reciente artículo de los economistas Moritz Schularick y Alan Taylor sostiene que la recuperación que siguió a la recesión 2008-09 puede calificarse de rápida cuando se la compara con las recuperaciones que siguieron a otras recesiones acompañadas de crisis financieras y precedidas por períodos de fuerte inflación del crédito.
Schularick y Taylor sostienen que el haber evitado una crisis financiera más profunda en 2009 puso un piso a la caída en la actividad económica y en el empleo que mejoró las perspectivas de recuperación.
Dados los desafíos que enfrentará la economía norteamericana en los próximos años, los riesgos de una opción ideologizada y rígida como la que propone el candidato republicano sugiere que el mejor escenario será que en cuatro años podamos preguntarnos: ¿hubiera sido mejor con Romney?